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Ecuador vota para dejar atrás el gobierno de Lenín Moreno

  • El país elige presidente este domingo, en medio de una de sus peores crisis políticas. Foto: EFE
    El país elige presidente este domingo, en medio de una de sus peores crisis políticas. Foto: EFE
11 de abril de 2021
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Con un índice de pobreza del 35% y una caída del PIB del 7,8% en 2020, según las cifras oficiales, y entre una desastrosa situación social por el efecto de la pandemia, Ecuador intentará mejorar su destino este domingo.

Guillermo Lasso y Andrés Arauz llegan a las urnas en empate técnico. Los últimos sondeos previsionan que ambos candidatos, de la derecha tradicional el primero, y de la línea de Rafael Correa el segundo, tendrán, cada uno, el 50% de los votos. “La posibilidad de que el resultado sea así de cerrado tiene en tensión al país”, reconoce desde Quito Arturo Ruiz, abogado y analista político. “Mucho más después de los errores que cometió el Consejo Nacional Electoral (CNE) en la primera vuelta”.

Los 13 millones de ecuatorianos llamados a elegir al presidente llegan al final de un proceso electoral que durante semanas tuvo al país bordeando el abismo. La primera vuelta presidencial se llevó a cabo el 7 de febrero, pero solo 14 días después se conoció el resultado oficial. Si bien fue claro que Arauz ganó con el 32.72% (poco más de 3 millones de votos), Lasso y el candidato indígena Yaku Pérez se disputaron el segundo puesto en medio de llamados a la protesta y denuncias de fraude.

“El CNE hizo un anuncio señalando a un candidato como ganador del segundo puesto, y 15 minutos después se retractó y declaró ganador a otro candidato”, explica Andrés Seminario, comunicador y estratega político ecuatoriano. “Eso generó una serie de especulaciones que ensuciaron los primeros 15 días de la segunda vuelta. Superado eso, quedó un mal ambiente”.

Lasso se alzó triunfante con el 19.74 % de los votos, 0.33% más que Pérez (19.39%). Fue incuestionable, desde el primer segundo, el ganador de la primera vuelta. La confirmación del segundo aún tiene heridas supurando.

El pueblo indígena Sarayaku, que habita en la provincia de Pastaza, en el este de Ecuador, anunció que no votará y no permitirá el ingreso de las urnas y funcionarios del CNE.

“No hay transparencia en el proceso, nadie garantiza que los votos de los ecuatorianos sean respetados, por lo tanto, Sarayaku se acoge a su derecho a la resistencia y si no hay transparencia no acudiremos a las elecciones”, dijo Patricia Gualinga, dirigente de la comunidad, citada en el medio de comunicación Sputnik.

Pérez sigue sosteniendo que hubo fraude. En sus pronunciamientos ha invitado a sus casi 1.8 millones de votantes a no ir a las urnas el domingo, y de hacerlo, anular el voto. “¡Voten nulo, rayen a favor del pueblo! ¡Escriban Pachakutik tiene dignidad, escriban Yaku Pérez!”, ha dicho Marlon Santi, coordinador nacional del partido que avaló a Pérez. “No me sorprendería que tuviéramos reminiscencias de estas críticas el próximo domingo”, advierte Seminario, “más aún tras una campaña tan sucia como la que vivimos estas semanas”.

Sin ponderación

“Con poco miedo a equivocarme”, apuesta Ruiz, “esta es una de las campañas presidenciales más sucias de las que se tenga recuerdo en Ecuador”.

Si bien ambos candidatos se quejaron de ella, señalando a su rival de orquestarla, en el debate organizado el pasado 21 de marzo ninguno hizo mucho para detenerla. Fue un encuentro sin propuestas, dedicado al ataque personal.

Ambos intentaron disparar al flanco débil de su rival. Al estribillo de “Andrés, no mientas otra vez”, Lasso mencionó una y otra vez a Rafael Correa como el “jefe” y “padre” de Arauz, insinuando que el expresidente gobernaría en la sombra desde Bélgica, donde está exiliado, huyendo de una condena en su contra por corrupción. Lo hacía mientras esquivaba los embates de Arauz, que cuestionó su pasado profesional, específicamente cuando fue directivo del Banco de Guayaquil.

“¿Si tuviera en su mano el beneficio del Ecuador o de su banco, ¿qué decisión tomaría?”, le preguntó a Lasso. Ambos eludieron hábilmente temas como la inseguridad del país, la macroeconomía y la pandemia y su respectiva crisis social. “Ninguno mencionó cómo haría para cumplir su programa de gobierno”, añade Seminario, “tampoco dejaron claro a qué sectores se acercarían para tener gobernabilidad”. Porque más allá del momento electoral, el próximo presidente no la tendrá fácil en el legislativo, sea quien sea.

La Asamblea Nacional de Ecuador se posesionará este 14 de mayo sin una mayoría definida. El bloque correísta de Arauz es la fuerza dominante, con 49 de las 137 curules disponibles. La segunda fuerza electoral será la alianza Creo - PSC (Partido Social Cristiano), que avaló a Lasso y que juntas tienen 31 sillas. Pachakutik, del derrotado Yaku Pérez, cuenta con 27 legisladores. Otros partidos, como Izquierda Democrática, alcanzan 18 curules.

“Va a ser muy difícil sentarse a pactar un acuerdo. Hemos hipotecado la gobernabilidad de los primeros meses del próximo gobierno, sea cual sea”, señala Seminario. “La institucionalidad está debilitada y eso le va a cobrar a los ciudadanos, que, en su mayoría, están contando las horas para el fin de este gobierno”. En el debate del pasado 21 de marzo, en algo se encontraron tanto Lasso como Arauz: en su negativa a cualquier relación con el actual presidente, Lenín Moreno. “Ustedes lo pusieron”, le señaló el primero al segundo; “ustedes lo compraron”, respondió Arauz. Nadie quiere con Moreno.

Un legado maldito

“Sin querer acudir a clichés políticos, el actual gobierno es posiblemente uno de los peores, sino el peor, en la historia de Ecuador”, resume Ruiz. Seminario es un poco menos tajante. “Yo diría que es el peor desde que el país regresó a la democracia (1979)”.

Los días en los que Moreno posaba con la frente en alto y rondaba una popularidad de más del 70%, terminaron en huidas y cambios de gabinete que no modificaron tendencias. Las escenas de Quito asediado por protestas y de personas muriendo de covid en las calles de Guayaquil, seguramente quedarán en la memoria colectiva de Ecuador.

Hoy el actual presidente tiene una popularidad que no supera el 12% en todas las encuestas. “Deja un país fracturado, no solo regional y culturalmente, sino intergeneracionalmente. El próximo presidente recibirá un Ecuador enfermo y endeudado ”, señala Seminario. Ambas aristas, la pandemia y la economía, marcarán el legado de Moreno.

El pasado 19 de marzo el presidente anunció a Mauro Antonio Falconí como ministro de salud, el quinto de su gobierno y el cuarto en los últimos 12 meses de pandemia. Pese a tener cerca de 17 mil muertos y a que confirmó la llegada de las primeras dosis de vacuna desde diciembre, apenas poco más de 80 mil personas han recibido sus dos dosis en Ecuador.

19 días después de asumir, Falconí renunció la noche de este miércoles, a 4 días de las elecciones. Camilo Salinas lo sustituirá en el cargo. “No hay un plan de vacunación. Apenas hace unos días (23 de marzo) el Gobierno aseguró que lo iba a formular”, asegura Seminario, “es un absurdo todo lo que ha pasado”.

En el ámbito económico, el panorama no es más alentador. Tras las masivas protestas de 2019, por la subida de precios en la gasolina, que obligaron al gobierno a trasladarse de Quito a Guayaquil, Moreno deja un país con un endeudamiento que roza los 70.000 millones de dólares, el más alto de la historia de Ecuador.

“Es un país en crisis social, económica y política”, zanja Ruiz. Lasso y Arauz se enfrentan este domingo por la cinta presidencial. El futuro que le espera al nuevo jefe de Estado es una carrera por superar un presente que deja poco espacio a la esperanza.

El tiempo en la política termina y empieza en cada elección. El mundo suele ser eso que cada presidente electo quiere rehacer a la imagen y semejanza de su gobierno. No es, entonces, una particularidad que con esa pretensión se suela desechar el legado del antecesor. Frases como “necesidad de un cambio” o la “hora de la transformación” son un largo y eterno cliché. Menos en Ecuador. El país vota este domingo con el ansia (y la tensión) de dejar en el olvido los últimos cuatro años.

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