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El dedo acusador de Donald Trump señaló a todas partes y luego, el mandatario volteó su espalda a la Organización Mundial de la Salud (OMS), acusándola de manejar mal la pandemia de coronavirus y cesando los aportes de Estados Unidos a esa entidad, que según su esquema de financiación corresponden al 30 % del total de contribuciones de los 194 estados miembros, lo que representa 893 millones de dólares para el período 2018-2019.
Pero más tardó Trump en firmar el decreto para suspender dicho flujo de dinero, que su homólogo chino Xi Jinping en anunciar una donación de 20 millones de dólares a la OMS para paliar el golpe, en un momento en que quizá, como nunca antes, el mundo contemporáneo depende de la orientación del organismo multilateral.
Y esa organización no ha sido la única destinataria del impulso benefactor de China, que analistas coinciden en atribuir a una agresiva estrategia de diplomacia. Desde el mismo lugar donde hasta ahora se presume que brotó el virus, se distribuyen por todo el planeta mascarillas, insumos médicos y dinero. Angola, Grecia, Filipinas, Irak, Irán, Italia, Nepal, Nigeria, Paquistán, Samoa, Serbia; y en América Latina, Argentina, Bolivia, El Salvador, Venezuela e incluso Colombia, son países que han reportado donaciones del Gobierno chino o están a punto de recibirlas.
Paralelamente, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Geng Shuang, ha emprendido una cruzada por “despolitizar la pandemia” y en lo corrido de abril ha hecho pronunciamientos en público prácticamente a diario, en los que, por ejemplo, ha visto con desdén el llamado de Australia a investigar con mayor detalle el origen del virus, invitando a su gobierno a “descartar la manipulación ideológica y enfocar sus esfuerzos en salvar vidas”.
Lo propio ha hecho con el cuestionamiento que sectores científicos y activistas han planteado por la venta y consumo de animales salvajes, específicamente en el sur del país y provincias como Hubei, zona cero de la pandemia, negando que ocurra: “No tenemos mercado al aire libre de especies salvajes. Nuestros mercados venden productos agrícolas y frutos del mar”, declaró el pasado 23 de abril.
De su discurso queda algo claro: China no quiere ser culpada por el coronavirus. Pero ¿está ese país aprovechando la crisis para ponerse a marchas forzadas en el foco de un nuevo orden mundial?
La respuesta a esa pregunta puede no estar en la generosidad de las donaciones, sino en el modus operandi paralelo del gobierno chino para asegurar negocios en medio de la pandemia. Y el caso argentino podría ilustrarlo.
En marzo, el presidente de ese país, Alberto Fernández, envió a su homólogo Xi Jinping una carta pidiéndole ayuda para conseguir en calidad de donación 1.500 respiradores artificiales. China respondió enviando con abundancia otros insumos: según datos de la Cancillería argentina, fueron 228.000 reactivos, 466.000 tapabocas desechables, 50.000 mascarillas quirúrgicas, 13.000 trajes de protección y 400 termómetros a distancia. Respiradores solo envió 10. Todos estos elementos fueron avaluados en 2 millones de dólares.
Pero una fuente anónima de la Casa Rosada le aseguró al periódico argentino La Nación que “lo que se ha recibido por donaciones no se alcanza a comparar con lo que la Presidencia de Argentina y el Gobierno de Buenos Aires han gastado en compras de insumos médicos a China”.
La cifra total de dichas transacciones comerciales aún no se ha hecho pública, pero según datos del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se han invertido al menos 40 millones de dólares en compras al país asiático.
Desde Madrid, consultado por EL COLOMBIANO, el analista de inteligencia y estrategia Fernando Cocho, explica que justamente una de las principales maneras que tiene China de influir en el mundo está en su modelo comercial: “Durante más de dos décadas, ese país ha sido la mano de obra barata del mundo en el factor de fabricación y ahora por fin ellos han logrado encontrar la forma de absorber las metodologías y las técnicas de producción, convirtiéndose a su vez ya en creadores de tecnología. Al ser la mano de obra del mundo, eso ha implicado que cualquier cambio legislativo que haga según sus necesidades puede provocar un bloqueo de los mercados de esos productos fabricados en su territorio”.
Esto es aún más serio si se tiene en cuenta que “se ha demostrado que China hace ingeniería inversa, es decir, que esas tecnologías están manipuladas para favorecerles. En el caso de los componentes de teléfonos móviles, por ejemplo, o de otro tipo de sistemas de audio, pueden ser activados a distancia, de tal manera que pueden obtener la base de datos de big data, para saber los movimientos y gustos de la población, utilizarlos como estrategia de marketing y vender esos datos a terceros”, señala.
Pero a juicio del experto, hay otras seis maneras en que el Gobierno chino ha venido presionando al mundo: “Hacer en menos tiempo lo que al mundo le ha tomado un esfuerzo de décadas, como la tecnología desarrollada a partir de esa ingeniería inversa, lo que ha provocado un cambio en la polarización del conocimiento; la circulación de su población por el mundo, que puede influir mucho en el factor económico de cada país, lo que quedó demostrado con el esparcimiento del coronavirus por Europa, más allá de si crearon el virus a propósito o no; el apoyo institucional del Gobierno a las empresas privadas de su país, de manera que las inversiones y la compra de deuda externa a otros estados que hagan los empresarios, realmente lo hacen en nombre de China; la adquisición de grandes proporciones de terrenos, de materias primas, de incluso tierras cultivables, de colonización económica de países de África y de América Latina, generando una capacidad industrial que le da una posición privilegiada frente al resto del mundo; y finalmente, una carencia absoluta de escrúpulos a la hora de hacer inversiones, porque en su legislación crean sus propias reglas y se apartan de los métodos internacionales”.
Esto demuestra que “el nuevo orden mundial viene derivado de que ya China no es un país comunista, en el sentido tradicional del término, sino que utiliza el comunismo para una tarea colectivista o de tareas de grupo, de movimientos de grupo, más que como una ideología. Es capaz de alinear 1.500 millones de personas y combina de manera extraña el comunismo con el liberalismo económico más salvaje, y en últimas eso lo que hace es generar un proceso de influencia grandísimo”, concluye.
La semana pasada, el Real Instituto Elcano, centro de pensamiento de estudios estratégicos, organizó un foro virtual sobre la influencia de Asia en Occidente a raíz de la pandemia. La conclusión del encuentro, reseñado por EFE, pareció unánime: además de su estrategia diplomática, China y Rusia están ejecutando acciones de desinformación.
La analista Mira Milosevich, panelista en el foro, aseguró que ambos países “se están aprovechando de esta crisis, ante la ausencia de Estados Unidos, para modelar la escena internacional en provecho propio”. Una hipótesis que comparte la especialista en China de la Sociedad de Asuntos Internacionales de Praga, Ivana Karaskova, quien acotó que ante la mala imagen que generó ante la opinión pública su manejo inicial de la pandemia, el Gobierno de Xi “decidió que tenía que ir a la ofensiva para cambiar la narrativa”.
Pero de otro lado, Nicolás de Pedro, académico del Institute for Statecraft de Londres esgrime dos razones por las que no está tan seguro que el país asiático salga de esta crisis tan fortalecido como muchos prevén: “Va a haber un movimiento de ‘independencia’ respecto a China en algunos sectores con la recuperación de determinadas industrias, aunque sea para la creación de reservas estratégicas de materiales sanitarios básicos que hemos descubierto que no teníamos. Y se va a reforzar la tendencia que ya veíamos de la administración Trump de una política más de confrontación en el ámbito comercial con China. Más países van a asumir que esa política de la Casa Blanca es la que hay que seguir, al menos países del ámbito de influencia de Estados Unidos”.