<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=378526515676058&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
x
language COL arrow_drop_down

El adiós de Angela Merkel en Alemania

La canciller abandona el poder tras 15 años. Su figura cambió a Europa y al mundo.

  • La canciller de 66 años no se presentará a un quinto mandato. Deja una Unión Europea que enfrenta duros debates de integración comunitaria. FOTO Getty
    La canciller de 66 años no se presentará a un quinto mandato. Deja una Unión Europea que enfrenta duros debates de integración comunitaria. FOTO Getty
25 de marzo de 2021
bookmark

Desde el próximo 27 de septiembre, Europa será sin Angela Merkel. La canciller de Alemania se retira tras cuatro períodos continuos y 15 años en el gobierno, no solo de su país, de la Unión Europea entera. Aunque la historia será la encargada de ubicar a Merkel en la perspectiva del tiempo, no es apresurado decir que con su retiro se termina una era y se inicia otra.

La canciller de la crisis, la dama del silencio, Angela, Angie, Mami, o simplemente Merkel, lideró la primera potencia europea en crisis económicas y sanitarias. En todas ellas fue la última palabra, la gran benefactora o la gran villana. Su gestión se antoja desde ya decisiva, tanto por lo que dijo, hizo y cumplió, como por lo que calló, negó o simplemente evitó.

Su llegada al poder

Días antes de la primera elección clave de su historia, Merkel rompió con su “padre”. Era finales de los 90 y la alemana fungía como ministra del partido Unión Cristianodemócrata (CDU) en su secretaría general, la misma oficina en la que su mentor, Helmut Kohl, presidió la institución durante 25 años. No eran días soleados. La revelación de que Kohl había recibido durante años financiación irregular de donantes “secretos” fracturó la unidad del partido. La decisión del líder que aún presidía la CDU de forma honoraria no mejoró las cosas: se negó a entregar los nombres de los supuestos donantes.

En medio de la complicidad de la mayoría y el silencio de otros líderes, Merkel, a quien Kohl llegó a llamar “mein mädchen” (mi chica), publicó una columna en la que exigió la renovación del CDU, un nuevo comienzo sin su líder. Kohl debía abandonar todas sus funciones y el partido debía emanciparse de su poder. Su opinión, que el líder nunca perdonó, la ubicó en el ojo de la prensa y catapultó su nombre al liderazgo general.

Dos años después, en el 2000, se convirtió en la primera mujer que presidía la CDU. Ella, como lo señaló George Packer en un perfil para The New Yorker, cumplía con todo aquello que debía tener el típico fracaso político alemán: “Era mujer (divorciada, casada otra vez y sin hijos); científica (química cuántica); y una ossi”. Esta última, una cuña dirigida a aquellos que como Merkel, nacieron en la República Democrática de Alemania, un país que ya entonces no existía. “Recuerdo que nadie creía que ella pudiera ser mucho”, dice Sören Jens Brinkmann, historiador y analista político alemán, profesor de la Universidad de Breslavia, Polonia. “Su ascenso al poder fue una sorpresa”.

Cinco años después, en las elecciones generales de 2005, su partido ganó con un pequeño margen y formó coalición con Los Verdes. A los 51 años, era la primera mujer canciller, la más joven y la primera nacida en Alemania del Este. Sus decisiones, su forma de ver la política y la economía, y más que todo, su “no” firme y seco, definirían a Europa y al mundo.

Su papel en Europa

Desde el primer día, su gobierno tuvo un marcado tono europeista. Llegó en unos años que albergaban ánimo de reforma: en 2007, dos navidades después de su ascenso, su país y el resto de la Unión Europea (entonces de 28 Estados) firmó el Tratado de Lisboa, una profunda reforma a la base de la organización que le otorgó personería jurídica. Su apoyo al proyecto comunitario fue una posición que mantuvo incluso cuando la crisis económica amenazó con llevarse por delante a la zona euro.

Fueron esos años (2008 en adelante) en los que su figura se hizo materia de debate público: era la salvadora, la ejecutora, la despilfarradora, la cruel, la de hierro, la elitista. Era todo y mucho más: su cara se hizo tan célebre como la de cualquier cantante popular, su nombre circuló en cartas de amor y en trapos quemados de ira. “Tomó decisiones muy duras que le valieron muchas críticas en países como Grecia”, señala el profesor Brinkmann. A cambio del dinero para el rescate, Merkel condicionó cada centavo.

“Los Estados endeudados como Grecia debían recortar gasto público para acceder al fondo de rescate, y para hacerlo generalmente se necesita limitar el presupuesto social”, explica Brinkmann. Mientras Merkel convertía su palabra en un muro de piedra y era aplaudida en los congresos de Europa del norte, su cara era quemada en protestas en el centro de Atenas. La zona euro se salvó, no sin un costo social: la brecha entre los países ricos y pobres se hizo más visible que nunca.

La crisis hizo patente cuestiones estructurales. Tal vez, la idea de una zona con una moneda en común es funcional si los países que la componen tienen el mismo tamaño económico. Es posible que no tenga sentido una unión monetaria si las economías son tan disimiles como la alemana y la griega”, aventura Brinkmann. Un aire de reforma recorrió los pasillos del poder. Pero si Merkel salvó a la Unión Europea, lo hizo para inducirla en coma: durante su período se negó al cambio más mínimo que profundizara la Unión.

“No movió un dedo. La intención de Francia, en cabeza de Emmanuel Macron, de utilizar la crisis para construir una nueva Unión Europea, se chocó siempre con el muro Merkel”, apunta el alemán. “Su posición dubitativa (de defensa del proyecto comunitario, pero negación a profundizarlo), podría explicarse a través del temor de Alemania de concentrar demasiado poder”, explica Rafael Piñeros, analista internacional de la Universidad Externado de Colombia. “Es un país que aún no se siente del todo cómodo como una gran potencia, a causa del recuerdo de la Segunda Guerra Mundial”.

Merkel se negó a un ejército comunitario y a una unión fiscal. “Reformas que no parecen ser una posibilidad real en los próximos años”, reconoce Brinkmann. La gestión de la crisis financiera marcó el legado de Merkel. Su otro frente de decisión fue la migración, un tema que también determinó su poder interno.

Puertas abiertas

En 2015, la canciller le abrió las puertas de Alemania a miles de refugiados. Entre 2014 y 2017, el país recibió cerca de 1,5 millones de inmigrantes. “Aunque había gente profesional y algunos lograron integrarse, la mayoría no. La sociedad alemana no es fácil y muchos de los que llegaron y se quedaron no decían siquiera una palabra en alemán”, señala Piñeros. El proceso de adaptación fue agotando la paciencia. Las noticias de actos xenófobos y racistas y de delitos cometidos por migrantes, inundaron los canales locales.

Su popularidad se desplomó. Según informaba en octubre de 2015 la encuesta Deutschlandtrend para la cadena pública ARD, la aceptación de Merkel había caído nueve puntos y era la peor crisis de la canciller desde el debacle económico. Fue justo en ese mes donde ella, tan poco dada a expresiones emocionales, juró un mantra al aire: “Alemania es un país fuerte. (...) Podemos ocuparnos de esto”.

Lo hicieron no sin secuelas. Visto en perspectiva, no hay duda del impacto que tuvo este manejo. “Recuerdo que el tema de la inmigración descontrolada se volvió un punto a favor de todas las campañas antieuropeas como la del Brexit, que finalmente triunfaría”, señala Brinkmann. Su discurso y accionar dieron alas a acontecimientos internos que marcaron su gobierno: fue testigo de la llegada al Congreso de su país del AFD, un partido de extrema derecha, en una tendencia que se repitió en varias de las potencias europeas.

“Un liderazgo tan largo y decisivo no es objeto fácil de calificación. El de Merkel fue un período de crisis, de esas que tumban instituciones o las consolidan. Y creo que su gestión se acercó más a lo segundo”, finaliza Piñeros. “Es indudable que durante sus años como líder Alemania gozó de estabilidad social y económica y prestigio y peso global. Deja, sin embargo, una sociedad europea profundamente facturada y desconfiada”, señala Brinkmann. El cambio era necesario y la canciller lo supo ver. En 2021 será su relevo, en un país y en mundo que se debate desde ya por analizar su legado.

Europa despide a la mujer que le dio forma durante sus años más turbios. Al desviar la mirada hacia Berlín, su figura conocida ya no estará y su ausencia inaugurará un nueva era. Quien ocupe su silla seguirá definiendo el destino de Europa.

El empleo que busca está a un clic

Te puede interesar

Las más leídas

Te recomendamos

Utilidad para la vida

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD