El cine de Lars Von Trier siempre ha sido provocador, para bien o para mal. Ya sea por la honesta vocación de traspasar los límites que otros no se atreven o simplemente por escandalizar, sus películas nunca son una más de entre lo que llega a la cartelera.
Ninfomanía es la primera parte de una película que completa su Trilogía de la depresión, con El anticristo (2009) y Melancolía (2011). En ella -al menos por lo que va de este primer volumen- una mujer se confiesa como ninfómana y le relata a un hombre sus aventuras e intimidades de cuando era joven.
Como era de esperar, el polémico director danés presenta un relato cargado de fuerza en las emociones que pone en juego e inquietante y sugestivo por las situaciones con que ilustra estas emociones. Sigue siendo un autor con gran sentido para crear dramatismo y turbación, buceando y exponiendo oscuros sentimientos de la naturaleza humana, que conducen a la fascinación y admiración por su obra.
De otro lado, es también muy evidente su incapacidad de lograr esto sin tener que recurrir a temas, personajes y situaciones extremos. Ya sea una pobre mujer ciega que es engañada y llevada a la horca o el mismísimo fin del mundo, es inevitable percatarse de que esas emociones y sentimientos de los que habla Lars Von Trier son siempre producto de un gran artificio dramático y argumental que muchas veces se antoja forzado.
Esta película no es la excepción. Para hablar de sexo, amor, autoaceptación o los juicios morales que se pueden hacer frente a estos temas, recurrió a una ninfómana y el relato de su vida. Hay algo de forzado, pues toda la narración se sustenta en el relato de la protagonista, haciendo de la historia una sucesión de episodios -de irregular interés y calidad- en los que se dice más con el texto que con las imágenes y las acciones.
Con estos personajes y temas extremos y el tipo de narración que propone la película se muestra, como casi toda la obra del director, al mismo tiempo compleja y pretensiosa. Compleja porque realmente hay todo una intención de querer desentrañar el origen y funcionamiento de ciertas conductas humanas, entre más oscuras y retorcidas mejor; y pretensiosa porque para hacerlo recurre a unos recursos cargados de referencias intelectuales, por no decir muy reforzados, como el paralelismo entre el comportamiento de Joe y la pesca o la música polifónica o una progresión matemática.
Pero a despecho de estos reparos sobre los artificios del tema y argumento, el facilismo de su narración o lo forzado de los paralelismos para ayudar a entender al personaje, es una cinta por la que no se puede pasar incólume, porque este director tiene la virtud de siempre estar cuestionando, hablando de lo que otros no hablan y sacudiendo al espectador al revelarle universos internos por los que muy pocas personas se preguntan.
Pico y Placa Medellín
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