Ana Rodríguez fríe empanadas en un caldero, Antonio Jiménez amarra un bulto de leña, Hilda Sarmiento desayuna sentada sobre un tronco. Cerca a ellos, adormilado, se encuentra un perro sarnoso llamado Canelo.
Todavía hoy, el arbolito navideño de la comunidad permanece a la vista de todos. Se trata de un palo torcido hincado en la tierra desnuda, en cuyas ramas penden, a manera de adornos, discos compactos, botellas de colores y flequillos de papel.
El lugar fue poblado a finales de 2010, tras las inundaciones en el sur del Atlántico y el norte de Bolívar.
En aquel entonces los cincuenta mil damnificados se esparcieron por la región en busca de un techo provisional. Levantaron sus "cambuches" -cobertizos, en lenguaje coloquial- en los sitios determinados por las autoridades: colegios, áreas descampadas.
Más de cien familias se asentaron aquí, en este espacio que milagrosamente se salvó de la inundación pese a encontrarse en la zona afectada: frontera entre Atlántico y Bolívar. Está flanqueado por la Ciénaga del Guájaro y el Canal del Dique.
Desde el momento en que se fundó es conocido como Albergue El Limón, pero ahora ya no tiene aspecto de refugio temporal sino de estancia definitiva. Los habitantes han echado raíces aquí y es evidente que no se marcharán en los próximos días.
- No tenemos adónde ir – dice Auri Estela Navas.
El piso de los "cambuches" es la tierra áspera, y el techo son los plásticos negros acostumbrados en este tipo de emergencias. Como la temperatura promedio en la zona es de cuarenta grados centígrados, cada cobertizo expele un fogaje terrible.
No hay puesto de salud ni servicio de agua potable, y los habitantes tienen que hacer sus necesidades en el monte.
Este lunes, pese a que es festivo, transcurre como un día ordinario en el Albergue El Limón: Arinda Palacio baña a su bebé en un platón de peltre, José Castillo se afeita sin espejo bajo la sombra de un trupillo. Hay muchos niños en cueros correteando por ahí.
Uno de ellos se acerca blandiendo un murciélago muerto.
-Hemos matado muchos-, dice el viejo Augusto López. -Ya perdimos la cuenta.
A continuación señala un matorral.
-Allá matamos anoche una culebra mapaná.
Así que campean las enfermedades infecciosas. En este punto Rocío Blanco le pide a un niño descamisado mostrar los forúnculos que tiene en la nuca.
En Colombia hay resguardos humanitarios para damnificados de diversa índole. Se forman tras desplazamientos forzosos que a veces son provocados por los grupos armados y a veces, por los desastres naturales.
Lo que en principio es una agrupación temporal de mártires, se va convirtiendo poco a poco, ante la desidia de los gobernantes, en un pueblo definitivo conformado por gente menesterosa.
Cuando los habitantes se afincan y se multiplican empiezan a vivir lo peor: quedan a la deriva en este país indolente donde ya no cuentan porque su drama dejó de ser un espectáculo televisivo.
Y se convierten, tristemente, en parte del paisaje.
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