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LOS RETOS DE LA NUEVA PRESIDENTA

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20 de diciembre de 2012
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Park Geun-Hye, quien ayer fue elegida como la primera mujer presidenta de Corea del Sur, también es la primera mujer elegida líder en cualquier parte de la civilización confuciana, que consiste en China, Japón, Corea del Sur y del Norte, Taiwán, Singapur y Vietnam, casi una cuarta parte de la población mundial.

Pero la marca que deje en la historia no será determinada por su sexo, ni por las políticas domesticas que promovió en su campaña. Dependerá de cuánto éxito logre tener en enfrentar el reto moral más grande de la nación coreana: aliviar el sufrimiento de sus compatriotas en Corea del Norte, hoy en día quizás el pueblo más sistemáticamente oprimido del mundo.

Claro está que romper el alcázar de la masculinidad en una cultura inmersa en milenios de machismo es histórico. El simple hecho de ganar, como candidata del partido centro-derechista Nueva Frontera, hace que Park de inmediato sea un ejemplo para cientos de millones de mujeres a través de Asia Oriental.

Su candidatura reveló la profundidad del machismo que muchos surcoreanos educados aceptan. En octubre, por ejemplo, un profesor de psicología en una universidad líder señaló que Park nunca se ha casado ni tenido hijos y comentó en un programa de televisión: "Las mujeres en la sociedad coreana logran el fenómeno de su feminidad por medio del matrimonio, la maternidad y la crianza de sus hijos. Park Geun-hye está por debajo de estas condiciones. Sólo sus órganos reproductivos la hacen mujer".

Aún compitiendo en un ambiente como ese, Park sí tenía una ventaja: el respeto de los surcoreanos por los logros económicos de su padre, Park Chung-hee, quien en los años 60 y 70 presidió con una mano autoritaria sobre una de las recuperaciones económicas más grandes del mundo moderno. Bajo su liderazgo, Corea del Sur erradicó la pobreza absoluta y el hambre masiva, y sentó las bases para convertir al país en líder industrializado en el intercambio global.

Hoy, el llamado más importante para la nación étnica coreana es liberar al pueblo de Corea del Norte. Por más de 60 años, los norcoreanos han languidecido en la sombra de una vasta red de gulags, con las libertades más básicas arrebatadas, libertad de expresión, pensamiento, religión, reunión y movimiento.

Corea del Norte es la única entre las economías alfabetizadas, industrializadas y urbanizadas del mundo que ha sufrido una hambruna en tiempo de paz, en su caso, un desastre humano que arrasó con un 10 por ciento de la población a mediados y finales de los 90.

Por lo tanto, la necesidad de mejorar las condiciones de vida dentro de Corea del Norte es el llamado urgente para una Corea del Sur independiente, acaudalada y libre. Es un llamado que ninguno de los antecesores de Park han tratado de acoger, aunque Corea del Sur dice, en su Constitución, ser el único legítimo gobernante que representa a todos los coreanos.

El reto para Park, una vez se posesione en febrero, será mantener la fe en dichas promesas. Hasta ahora, ningún líder surcoreano ha visto a los derechos de Corea del Norte como prioridad. Ninguno ha hecho un llamado para que Corea del Norte desmantele los campos de concentración para prisioneros políticos, ni se han reunido públicamente con desertores norcoreanos, por temor a provocar a las autoridades en Pyongyang, la capital.

Pero hoy, tal como hace 60 años, el argumento para que el norte desmantele los campos de concentración y le entregue al pueblo norcoreano información sobre el mundo exterior es convincente. Al fin y al cabo, una nación no puede ser mitad esclava y mitad libre, y el peligro de serlo sólo aumenta cada año a medida que los contrastes políticos y económicos entre las dos coreas aumentan.

Park debe tratar de crear conciencia global y local en cuanto a los abusos contra los derechos humanos en Corea del Norte. Por ejemplo, podría aumentar generosamente el financiamiento de programas de radio y otras transmisiones de información en Corea del Norte; patrocinar publicaciones y convenciones internacionales sobre el tema, y expandir programas que apoyan la reubicación de los norcoreanos en Corea del Sur.

Puede que dichos esfuerzos no den frutos visibles en el corto plazo. Más bien, es probable que traigan periodos de puntos muertos y tensión en las relaciones entre coreanos. Pero si se reduce el teatro de las cumbres y acuerdos diplomáticos, estas medidas lograrían lo que realmente es importante: ayudar a los norcoreanos a aprender más sobre el mundo de afuera y exigir, aunque sea gradualmente, más de sus líderes.

Aunque fuera un poco de progreso en cuanto a la protección de derechos tan básicos como el derecho a la vida misma, y ser libres de esclavitud, o la libertad de expresión y libertad de reunión, cambiaría las vidas de los norcoreanos en sentido positivo.

Y si dichos cambios ayudan a liberar a miles, si no millones, de compatriotas coreanos de la esclavitud, le darían a Park Geun-hye un legado que ningún líder de los últimos dos milenios de historia coreana ha logrado dejar.

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