Aquí va Colombia entera (no solo el Presidente, ni sus ministros, ni los de la mesa de negociación, ni los empresarios, sino Colombia en su totalidad) a recorrer ese camino tantas veces fracasado que pretende encontrar la paz. Una historia que aún genera inmensas esperanzas a pesar de ser una narración similar de anteriores intentos fallidos.
Pero está bien el entusiasmo. No es solo un deber, sino un derecho colombiano creer y apoyar una salida dialogada a una guerra que además de desangrar la nación por cinco décadas ha impedido que el país alcance siquiera la mitad de su potencial económico. Tras diez años de logros militares y sin pretender disminuir en ellos, llegó la que quizá sea la última oportunidad de evitar el remolino violento en el que ha girado el país en sus últimas generaciones.
Con los ciudadanos decididos a rodear al presidente Juan Manuel Santos , el apoyo que ahora resulta fundamental debe venir del extranjero. Aunque desde el momento en el que las negociaciones iniciaron como una propuesta secreta los gobiernos de Cuba y Noruega se alzaron como garantes, a ese coro se han sumado, por petición de Bogotá, el gobierno de Venezuela y un contrapeso con Sebastián Piñera desde Chile.
Ellos conforman un cuadrado inicial que debe ampliarse incluso con apoyo monetario a un esfuerzo descomunal para desbaratar el aparato de guerra subversivo y que, de lograrse el fin de las hostilidades, también implicará una indiscutible reducción de las Fuerzas Armadas.
Estados Unidos, enterado desde siempre de los planes colombianos, dio un espaldarazo a las conversaciones, pero a esto se le debe sumar el mismo brazo económico o incluso mayor que en su momento aportó para la guerra.
De igual manera las naciones suramericanas y europeas que han aplaudido la audacia del actual Gobierno de proponer un diálogo, deben entender que ahora es cuando debe llegar la mano extendida con aportes reales y cuantificables. Las palmas y los aplausos no son suficientes.
Colombia es un país pobre y desigual. La brecha entre los adinerados y los miserables no ha logrado disminuirse a pesar de los inmensos logros de crecimiento económico obtenidos casi de manera consecutiva en la última década. De esta manera, si se pretende regresar a la vida civil a miles de combatientes guerrilleros que no conocen otra vía que las armas, es fundamental que el Gobierno cuente con el apoyo y el conocimiento externo para ofrecer alternativas viables de reincorporación.
Además del apoyo de las potencias, la verdad es que la paz en Colombia, aunque aún lejana y compleja, sería la mejor inversión que podrían hacer los vecinos que por años se quejaron de nuestro territorio como nido de violencia. Si dan el paso de la crítica al apoyo activo, las oportunidades de crecimiento compartido serán mucho más amplias con las nuevas puertas que abra el fin del conflicto.
Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4