Para muchos, esta expresión puede resultar conocida. Para los que no logren identificar de lo que estoy hablando les presento la frase milenaria que usó Tomás, uno de los discípulos de Jesús que no se encontraba del todo convencido cuando nuestro Señor hizo su aparición tres días después de su muerte.
Mejor dicho, para que sea más fácil de entender, Tomás no creía en la resurrección como un fenómeno posible. Y ahora, después de tantos años, es que vengo a entender al pobre Tomás. Es más, me siento como si fuera él, porque me acostumbré a no creer en lo que no puedo ver.
Ubicándome en un espacio, temporalmente, hace apenas diez meses salimos muchos colombianos a depositar nuestro voto, felices, esperanzados por la resurrección de un gobierno que había llenado muchas expectativas. Y utilizo la expresión "muchas'' porque para otro tanto de colombianos, el gobierno no era más que inconformismos.
Pero para no entrar en otras discusiones y más bien siguiendo esta connotación de tipo religiosa, para un país católico como el nuestro, Juan Manuel Santos era algo así como la representación viva de la salvación, lo que necesitaba el pueblo colombiano. O mejor el "Santo" que nos iba a salvar.
Y es que, indiscutiblemente, vivimos en el país del Sagrado Corazón. Las necesidades no son compartidas hasta tanto vivimos en carne propia lo que pasa en nuestro país.
Somos indiferentes y conformistas ante la realidad que nos golpea la cara, preferimos callar y confiar que con el favor de Dios todo va a mejorar.
Sin embargo, y después de tener esta revelación en mi vida, hoy me apropio de este sentimiento tomista para decir: ¡No más!
Llegó la hora de meter el dedo en la herida, de comprobar si este "Santo" es realmente el salvador, lo que necesita Colombia. Si resucitó o no se ha levantado.
Quiero volver a sentir esa fe inquebrantable como la que nos inculcaron nuestros abuelos y, sin ver, creer infundadamente que la guerrilla no está cogiendo fuerza otra vez, que Medellín y Colombia no son nuevamente el escenario favorito del sicariato, que en mi país se puede viajar con tranquilidad, que la 'vacuna' ya no existe.
Mejor dicho, Presidente Santos, lo invito a que como hizo nuestro Señor Jesucristo nos deje tocar sus heridas y, como a Tomás, nos compruebe que usted es todo lo que su discurso político enmarcó. Que usted ya resucitó y que la salvación llegó para quedarse en Colombia.
Que, sin ver, podemos ser partes y dueños de un futuro mejor. Amén
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