Ver en acción al mejor en la historia del tenis fue ratificar que la magia sí hace parte del deporte, porque todo lo que hizo este sábado el suizo Roger Federer en el coliseo El Campín de Bogotá fue del otro mundo.
Con el francés Tsonga (el 8 de la ATP) como su gran aliado, el número uno del exdeporte blanco, porque esta vez el azul y el verde fueron los colores de moda, tuvo una presentación majestuosa ante unas 14.000 personas.
Sin temor a exagerar, porque me tocó presenciar cada detalle, esos asistente se sobraron en elogios, por poco “enloquecen”, especialmente las chicas” y no salían del asombro viendo la sencillez, el carisma, el nivel y lo jocoso que es un europeo que llegó a Bogotá en avión privado, consumió comida colombiana, escuchó la Piragüa, terminó con sombrero vueltiao y le reconoció a la prensa que “sin el tenis me muero”.
Pese a que los 2.600 metros de altura de la capital colombiana lo puso en aprietos en el primer set y le generó la pérdida de muchos puntos y servicios por las bolas largas, Federer se gozó su primera visita a este país e hizo que los espectadores hicieran algo igual cuando los invitó a hacer la ola, los animó en varios pasajes del encuentro, abrazó a una de las recogebolas, jugó dos minutos con una aficionada y atendió, a su manera, a muchos de los elogios y piropos que le “llovieron” de las graderías.
Su victoria final de 2-1 (con sets de 7-6, 2-6 y 6-3) fue elogiada y anehlada, pero su revés, saque fuerte (uno de ellos alcanzó 192 kilómetros por hora, mientras que el más potente de Tsonga fue de 229 kilómetros), facilidad con la que le llegó a las bolas cortas y alegría con la que le jugó a su colega galo le dio más vida a un espectáculo inolvidable con calificativo de majestuoso.
No se necesita ser un experto del tenis para saber que los colombianos, porque llegaron fans de varias regiones del país, la pasaron bien gracias al show deportivo que tuvo como principal protagonista a Roger Federer, quien apenas necesitó de dos horas y 13 minutos para robarse el corazón de aquellos colombianos que vieron justificada su alta inversión por tanta fantasía junta en una noche difícil de igualar.
Seguramente “Roger, Roger, Roger”, como corearon en múltiples ocasiones los asistentes, se demorarán en volver a un partido de exhibición en el país, pero los que tuvieron el privilegio de verlo se encargarán de contarle a aquellos que no pudieron llegar al coliseo El Campín (imponente de principio a fin) que fueron testigos de que el mejor exponente del tenis de campo en el mundo también tiene presente que a los hinchas les agrada el espectáculo, y por eso los premió con varios números, como jugar fútbol y tenis futbol, que no estaban en el libreto y que jamás hace en los principales torneos de la ATP, de los cuales ha ganado 17.
