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El rescoldo de la Guerra Fría

17 de agosto de 2008
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En la época de Stalin, la república soviética de Georgia era conocida como "la canasta de frutas" o la "tierra cuna". No sólo era una de las regiones más prósperas de la URSS, sino que era la consentida del dictador por ser su patria chica. Los tiempos cambiaron con la aparente llegada del final de la Guerra Fría, y desde 1992, Tiflis o Tbilisi es la sede de un gobierno independiente de Rusia.

Primero fue la republiqueta del ex canciller ruso Edward Shevardnadze, y ahora es el fortín de Mijaíl Saakashvili, un joven presidente nacionalista que llegó al poder con un seductor movimiento llamado "la revolución de las rosas", pero bien podría llamársele "el Chávez del Cáucaso", pues ha visto en la posición geográfica y en las riquezas de Georgia una de sus mayores armas de negociación y crecimiento.

Limita con Rusia, Turquía, Armenia y Azerbaiyán, y desde su reciente independencia, la Casa Blanca ha invertido en el oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan, que transporta petróleo desde el Mar Caspio en Azerbaiyán hacia la costa mediterránea de Turquía, convirtiendo al país en una gran fuente de energía alternativa en el Medio Oriente. Pero el sur del Cáucaso siempre ha sido inestable y las pugnas entre religiones, ideologías e imperios han sido una constante. Desde la misma independencia, Abjasia y Osetia del Sur, dos de sus 12 regiones, han mantenido de facto su propia independencia de Tbilisi. Esto ha desembocado en violencia étnica.

Desde su llega al poder, Saakashvili ha querido someter a las mayorías étnicas rusas que viven en Abjasia y Osetia sin resultados importantes, incluso generando una inestabilidad mayor con Moscú, pues cada vez que las tropas georgianas irrumpen en Sujumi o Tsjinval desencadenan una crisis como la que atraviesan.

Moscú justifica su accionar con una razón de mucho peso: la masacre de Beslán ocurrida el 3 de septiembre de 2004 en Osetia del Norte (Rusia), cuando terroristas musulmanes armados, supuestamente una combinación de chechenos e ingushes asesinaron a más de 335 personas, 156 de ellas niños.

Hay mucha inestabilidad en el Cáucaso y ni la Unión Europea ni Moscú ni Estados Unidos pueden dejar que el plan de cese el fuego acordado por el presidente ruso Dmitri Medvédev, con su homólogo georgiano, en presencia de la secretaria de Estado norteamericana Condoleezza Rice, se frene o sea una simple curita para la paz mundial.

En un futuro no muy lejano, Georgia debe aceptar un referendo en Abjasia y Osetia en donde determinen los mismos habitantes en qué país quieren vivir. Algo similar a lo que sucedió en Kosovo cuando Serbia quería mantener en contra de su voluntad a una región dentro de su política nacional.

Tareas como ésta son las que nos hacen pensar que el final absoluto de la Guerra Fría está aún pendiente. Las democracias independientes del Cáucaso y las de la llamada euro-asia son muy jóvenes e inestables para cantar victoria. La génesis es casi la misma, una sonora independencia acompañada de una protección de la Otan y una inmediata solicitud a hacer parte de la Europa Comunitaria. Aún hay rescoldos de una guerra que, aunque fría, le hizo mucho daño a la humanidad.

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