En la Conquista los envíos transatlánticos de vino se perdían con frecuencia, lo que obligó a los monjes a intentar sembrar la Vitis vinifera, la especie de uva con la que se crea el vino italiano, en suelo colombiano. Los resultados siempre fueron de mala calidad. Así, con los años, nació el mito de que era imposible producir vino de excelencia en Colombia.
Este se mantuvo hasta que, a inicios de este siglo, Carlos Bravo, un médico y cirujano plástico, que tras regresar de Europa y acostumbrado a acompañar sus comidas con vino, decidió falsear esa hipótesis. Bravo inició un recorrido por Colombia en busca de vino de alta calidad. En el camino, solo encontró licores hechos con uva de mesa, la conocida “uva chilena”, que según recalca, “eso no es vino, es licor de uva”. Al analizar los procesos de producción de estos licores, detectó falencias técnicas y lógicas que lo llevaron a sospechar: “me huele a que sí es posible”, se dijo.
Finalmente, en 2006, inició un viaje de exploración por Antioquia, asesorado por sus amigos sicilianos, en busca de las condiciones cruciales para el cultivo, y encontró a Olaya como el lugar indicado. Se atrevió. Importó la cepa italiana y, el 13 de mayo de 2007, fundó Viña Sicilia.
Cuando las primeras botellas estuvieron listas, Bravo regaló algunas. Una de ellas llegó a manos de Juan Felipe Quintero, entonces periodista de El Colombiano, quien decidió, sin avisarle a Carlos, organizar una cata a ciegas con expertos de vino. El 19 de marzo de 2010, el periódico publicó un titular revelador: “Vino paisa, Bravo se salió con la suya”. Allí se narraba desde la obstinación de Carlos hasta la botella que recibió, una Nero D’Avola 2009. Los catadores, sin percibir su procedencia colombiana, concluyeron: “delicioso”, “fantástico”, “con carácter” y “es un vino como loco y delicioso”.
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