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El propósito de vida de Carlos Arturo Jiménez fue construir una empresa en la que toda su familia pudiera trabajar y hacer las pizzas más ricas del mundo. Lo logró. Era octubre de 1976 y decidió tomar un avión desde Nueva York (Estados Unidos) para regresar a Medellín: “vine para montar un negocio”, fue lo que escucharon apenas cruzó la puerta de la casa.
El padre de Jiménez había muerto meses atrás y él sintió que debía estar para acompañar a sus siete hermanos: era el mayor y tenía que quedarse en con ellos para buscar un emprendimiento. Intentó vender cachivaches en Venezuela, pero las autoridades de ese país terminaron por decomisarle la mercancía.
Mientras tomaba el desayuno que le sirvió la mamá encontró un aviso en los clasificado de EL COLOMBIANO que le pareció una luz divina: estaba en venta un negocio de pizzas en el barrio que el consideraba “privilegiado”, El Poblado. Era un local pequeño, cerca al Parque. Fue amor a primera vista.
La magia de Piccolo inició en un local de 47 metros cuadrados, de fachada de madera, techo de paja y dos ventanas. Kalín, como le decían a Jiménez desde chiquito, accedió a comprar el negocio que pertenecía a un militar, ¿el valor? una cuota inicial de 10.000 pesos de la época y una deuda de $170.000.
“El 9 de febrero de 1977 se abre Pizzas Piccolo del Poblado, retocado, pintado y adecuado por los hermanos Jiménez con sillas o bancas de madera, la luz era tenue y evocaban calidez. Todos aportaban, todos gozaban con la preparación de las pizzas”, señaló Santiago Betancur Jiménez, director de Mercadeo de la empresa.
Piccolo –que significa pequeño en Italiano– se convirtió en un lugar de encuentro para los jóvenes de la época. En el recinto se escuchaba música en inglés y era el lugar ideal para la “conquista” de los enamorados. La pizzería se puso de moda en Medellín. El toque secreto del sabor lo puso la mamá de la familia, quien aprendió rápido las recetas e innovó con nuevas formulaciones.
La elaboración de las pizzas no daban abasto, la familia Piccolo tuvo que buscar un lugar más amplio para elaborar sus recetas y encontró una nueva sede en Las Palmas. Poco a poco el negoció empezó a expandirse a otros puntos de la ciudad.
“En 1986, el visionario Kalín, miró que era conveniente que la empresa fuera integral de tal manera que elaborara sus propios productos. Desde esa época, él ya entendía que los procesos no podían ser lineales. Por ello, adquiere la Empresa Tivoli, que era hasta ese momento, la proveedora de las carnes frías, materia prima de las pizzas”, señaló Betancur.
Ahora Piccolo siembra y produce el 90% de los materiales que requieren para hacer sus pizzas y tienen más de 400 trabajadores distribuidos en Medellín, Cali, Cartagena y Pereira.
Kalín enfermó y como consecuencia murió el 1 de septiembre de 1995._Su legado fue crear una empresa familiar que ahora tiene 45 años, es 100% colombiana y produce “las pizzas más ricas del mundo”.