Luis Enrique Atehortúa compuso el himno del silletero, ha escrito tres libros sobre Santa Elena, hace parte de la estudiantina Los Silleteros, ha compuesto cuatro bambucos, tiene un museo que denomina La Guacherna y, por supuesto, es silletero.
Esta presentación, en la que, sin esfuerzo, se muestra el alma de un hombre que vive el folklor, sé que es suficiente para mostrar a un paisa que vibra y siente con las tradiciones y para quien el pasado es su presente y su futuro.
Sin embargo, es apenas un compendio apretado de lo que encierra en su humanidad este antioqueño inquieto. Inquieto por cultivar las costumbres y por plasmarlas en libros y en canciones.
Porque en esa enumeración no aparece que a los 79 años lleva una vida tan activa como la de una persona de la mitad de su edad. Tiene una agenda apretada con sus compromisos culturales, a los que se suman otros de carácter cívico, que aluden al progreso de su corregimiento.
Nacido en la vereda El Cerro, donde aún reside, este personaje vive bajo un sombrero, precedido por un delantal blanco que los campesinos llaman paruma, abrazado por un poncho y rodeado por un carriel. Estudió solamente hasta segundo de primaria, “porque no había más”. Y con esa educación aprendió inglés en una universidad de los Estados Unidos, país al que fue invitado a estudiar sindicalismo, cooperativismo y desarrollo comunitario.
Y ese inglés, que no olvidó nunca, le ha servido para hacer una versión del Himno del Silletero en ese idioma, canción que él compuso con el título de Réplica de un Silletero.
El tiple y la bandola
Se sienta en un tronco de árbol en la entrada de su finca. Deja ver, a sus espaldas, el letrero del nombre del predio: «El edén en primavera». Hace sonar el tiple y después de cantar en español lo hace en el idioma de Michael Jackson:
Silletero, silletera from my homeland from my race/ When you pass trough in parade, it is Antioquia that pass through/ Recalling grandfather’s memory and the ruana/ In Colombia it repeats, it is Antioquia that pass through.
A su finca se llega por un camino de más de cien años, por el que también pasaron su padre y su abuelo a sus respectivas casas, desde el sendero principal, la vía a Pantanillo. El camino pasa junto a un arrayán de más de 120 años.
Cuenta que el nombre de la finca surgió luego de su viaje por Europa, al lado de su esposa, Carmen Sánchez, en un regalo que les dio uno de sus hijos.
Llegó al país de los tulipales y los gladiolos, Holanda, con la ilusión de verlos. Pasaron por tres ciudades, Ámsterdam, La Haya y Róterdam, pero no halló ninguna flor, a pesar de que no dejaron floristería ni cultivo sin visitar.
La explicación que recibieron: no transcurría la estación de las flores, la primavera.
“Entonces me dije: prefiero mi Placita de Flórez, en Medellín, que en todas las épocas del año tiene flores de todas clases. No necesita una temporada especial. Fue también cuando nos surgió la idea de ponerle este nombre a la finquita. ‘El Edén’ es el nombre del Paraíso, según la Biblia. Este lugar es nuestro paraíso. Y ‘en primavera’, porque si es la estación de las flores en el resto del mundo, esta tierra mantiene en primavera”.
Cargando el tiple por el diapasón con una mano, la derecha, camina hacia el museo La Guacherna y va contando que fue su suegro, David Sánchez, padre de 26 hijos, quien tuvo la idea de realizar el Desfile de Silleteros, en 1957. “Él aparece en el primer cartel que crearon del Desfile, que le dio la vuelta al mundo”.
La vivienda casi no se ve, por la cantidad de plantas que existen. Cuelgan del alero, de los muros y de los pilares; están sembradas en la tierra o en cuencos y en recipientes que antes tuvieron otros usos; las hay florecidas y de follajes exuberantes.
Carmen, su esposa, a quien siempre llama Negra y jamás por el nombre... a menos que esté enojado, es una mujer silenciosa y amable. Da la bienvenida, sin importarle que un letrero pintado en un trozo de palo y adherido a un árbol, ya lo ha hecho; invita a pasar, ofrece café.
La guacherna
Ella es quien se ocupa de las plantas, dice, sacando tiempo de las múltiples ocupaciones, porque, usted sabe, en una casa campesina como esta, hay mucho que hacer. “Y más aquí, que hay animales, gallinas y dos conejos”.
En el museo, Luis Enrique muestra los libros que ha escrito. Si bien permanecen inéditos, son el aporte que le faltaba hacerle a la humanidad: ya había tenido hijos y sembrado árboles.
Aquel de la casa el sitio más desordenado/ con los chécheres que usaron en el pasado./ La estera, el pilón, la cóleman y el maíz por canastaos.
Son los versos iniciales de un poema a La Guacherna, incluido en el libro Akíai másque silletas, en el que menciona personajes que existieron en el corregimiento entre 1870 y 1960, año en el que comenzó a llegar mucha gente de otras partes, y cuenta tradiciones de su corregimiento.
Y, como dice el poema, en ese espacio anexo a la casa, que “en otro tiempo fue gallinero”, hay vasijas de peltre, ollas, cuadros de santos y hasta monedas antiguas, fotografías... En una de ellas está el primo Pablo Emilio Atehortúa, de Barro Blanco, que no se ha podido poner zapatos y ya tiene 90 años. También hay enjalmas y muleras.
¿Que cuál ha sido su fuente en la que se basa para escribir y componer canciones? Observar lo viejo: la plata, la jerga, los mitos, las plantas medicinales, las creencias...
Lo que funcionaba antes: eso es lo que le interesa a Luis Enrique Atehortúa.
79
años tiene Luis Enrique. En enero pasado cumplió 50 de casado con Carmen Sánchez.