Como hermanos. Así son Pedro Rivera y El Pibe. Con 35 años de andar juntos de arriba abajo, recorriendo caminos de Guarne, veredas que a veces se salen del mapa del municipio, barrios de Medellín y Rionegro, se conocen sus secretos...
El Pibe es un camión de escalera de trompa roja y redondeada, decorada con un avión plateado. En su frente se lee: «Guarne». Tiene un gran cuadro de la Virgen del Carmen en la parte trasera. Unos paisajes de mar, con isla sembrada de plataneras y palmeras, intercalados con arabescos que decoran uno de los costados –el que correspondería a babor, si fuera un barco–... todo lo cual pintado a pincel.
Pero, como todo el mundo, El Pibe tiene sus intimidades, que sabe el otro: es un Mercury 56, pero, con el paso de los años ha recibido reformas. De original –revela Pedro– no le quedan más que las latas, muy sanas y lustrosas, eso sí. Posee el corazón y la cabrilla de Ford y hasta los emblemas son de esta marca.
También le han cromado los bordos superiores de los espaldares de las bancas y algunos elementos del tablero de operaciones, la tapa de la guantera, entre otros. Para facilitar la subida de los pasajeros, cuenta con agarraderas incrustadas en cada uno de los parales, de las cuales carecía al momento de su fabricación.
“Claro que en la matrícula aparece Mercury”, sostiene Rivera. Sin embargo, no está lejos: Mercury fue una marca de Ford, cerrada en 2011.
Ese bus apareció en Guarne, en 1981, procedente de La Unión, donde rodó los primeros años. Pedro comenzó a laborar en él, primero como ayudante. Fogonero es el nombre que les dan a los asistentes de tales automotores. Se ocupan de cobrarles el pasaje a los pasajeros y de ayudarles a subir y a bajar los paquetes a quienes los lleven.
Pedro aprendió en El Pibe a conducir auto. Lo alistaba: enceraba maderos y latas, aceitaba las bisagras de las compuertas de cada asiento. Se encariñó tanto de él que no descansó hasta comprarlo, en 1987. Desde entonces es conductor y gerente del negocio del transporte de pasajeros y carga. Le mantuvo la Virgen para que siguiera siendo la última visión que guarde del auto quien lo mirara alejarse, y le pegó en la compuerta del lado del conductor una estatuilla de san Judas Tadeo, patrono del trabajo y de las causas difíciles, que se ve desde afuera a través de un vidrio.
Anteriormente, viajaban a las veredas de Guarne. Yolombal, Guapante, El Yarumo (en Girardota).... Más que caminos, cuenta Pedro, eran unas trochas imposibles, en las que se varaban a menudo.
También iba de Guarne a Rionegro, de Rionegro a Guarne. “Cobrábamos, por ahí, a 25 centavos el pasaje”. Continúa haciendo estos trayectos. El pasaje cuesta 2.500 pesos.
Por estos días, el fogonero es Jorge Andrés, un guarneño de poco más de 20 años, que después de prestar servicio militar, llegó a este oficio contagiado por el amor que profesan sus hermanos a los carros.
Distinto a lo que le correspondió a Pedro, no le toca estar escalera arriba hasta el capacete, cargando mercancías. “Hasta marranos subíamos nosotros en ese techo”, dice Pedro. El Pibe ya ni siquiera cuenta con escalerilla.
Para una bicicleta que resulta para llevar de vez en cuando, él se trepa por el maderamen sin mayor dificultad.
Los 40 pasajeros van todos sentados, observando el paisaje exterior, cómo no, o si lo quieren, el interior, consistente en casitas de campo con praderas encerradas con talanqueras blancas.
No faltan usuarios que discutan por ir en la orilla, en especial la derecha –la que correspondería a estribor, si fuera un barco–, porque no tiene varillas de hierro, como la otra, y el afortunado ocupante de tal puesto puede descargar el brazo en el bordo con mayor comodidad.
Lo que no cambia de los tiempos idos a los actuales, de acuerdo con lo que dicen conductor y ayudante, es que a las señoras, a los niños y a los viejos es preciso ayudarlos a treparse al automotor. “A veces, subirlos casi cargados”, comenta el fogonero.