Emilse lo supo desde que estaba en embarazo: su hijo iba a trabajar en televisión. Era su sueño –y seguro el de muchas madres–, porque la televisión es sinónimo de éxito, de reconocimiento, de una vida radicalmente distinta a la que llevaba.
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Por eso nada parecía más lejano, ni más difícil. Emilse y su esposo ni siquiera tenían televisor y para verla tenían que asomarse a la ventana de una vecina.
Pero hoy, cuando su hijo, Yedinson Ned Floréz Duarte, más conocido como Lokillo, es uno de los comediantes más importantes del país, ese palpito se lee como destino.
Lokillo nació en Dabeiba y de allá salió desplazado por la violencia. Llegó a Medellín y empezó a trabajar, en la calle, en los buses, vendiendo de todo, dulces, ganchitos, helados. Después vino la trova y con ella empezó a recorrer los pueblos y a hacerse un nombre. Ahí encontró su apodo y su camino. Cuando apenas iba a cumplir la mayoría de edad se fue a Bogotá, trabajó en radio y televisión, imitando, inventando personajes para hacer reír, hasta que el personaje fue él mismo, su vida y su historia, y todo lo que alguna vez fue angustia y dolor se convirtió en comedia.
Hace un par de años volvió a Medellín y aquí, con sus amigos que son su equipo de trabajo, Juan Pablo Martínez y Julián Gaviria creó Perros Criollos, un show que lo ha llevado por el mundo y lo tiene en lo más alto de su carrera, viviendo una vida que parece otra. Como si aquello que pasó cuando nadie lo llamaba Lokillo, hubiera sido un mal sueño. EL COLOMBIANO habló con él.
¿Por qué decidió volver a Medellín?
“Porque mi equipo de trabajo estaba aquí, mi familia quería venir y yo también aunque tenía mis dudas, pero Juli me hizo caer en cuenta que yo había vivido en Medellín en la extrema pobreza, cuando vendía dulces en los buses y estaba empezando recién a ganar plata con la trova. Ahora es distinto, las posibilidades son otras”.
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Es como si fuera otra ciudad, otra vida...
“Sí, mi niñez toda fue trabajando en las calles, no tuve tiempo ni de hacer amigos. Luego vino la trova, luego me voy a Bogotá a trabajar en radio y después en televisión, pero ni siquiera ahí llegué a hacer muchos amigos. Yo soy muy esquivo, es increíble que el personaje que soy arriba del escenario a nivel de carisma sea tan antónimo de lo que soy en la vida real”.
¿Cómo se explica esa diferencia?
“Siento que tenía una fuerza interna muy poderosa y el escenario fue el único lugar que encontré para dejar salir todo eso que no soy a diario”.
¿De dónde viene el humor?
“Mi familia es muy histriónica, muy payasa toda, mis hermanas cantan, mi abuelo improvisa, mis tíos son chistosos. Es charro porque yo era un niño tímido en la calle pero en la casa sentía la confianza para payasear.
De ahí viene esa primera motivación por la comedia, por la creación y luego indiscutiblemente la trova me ampara. Ahí podía expresar ese histrionismo y al mismo tiempo comprar una libra de arroz y de panela para la casa, entonces lo di todo. La trova fue el gran trampolín, lo ha sido para muchos”.
La trova es el principio...
“Cuando salí del colegio no tenía nada más. No había con qué entrar a una universidad, no tenía información, nada. La trova. Mi primer objetivo era darle una lavadora a mi mamá porque le sangraban los dedos lavando los pantalones de todos, pero después de la lavadora vino otra cosa y luego otra, y ya no era solo para mi mamá sino mis hijos y así”.
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Hasta que la vida ya no fue la misma...
“Muchas veces me cuestiono y pienso, si mañana se acaba todo este sueño tan bonito, lo más abajo que podría volver a caer es a un lugar que ya conozco, y si me toca vender aguacates en una esquina voy a ser el mejor vendedor de aguacates de este país”.
¿Por qué esa fijación con ser el mejor? No sólo con serlo, sino con decirlo. A mucha gente parece molestarle eso...
“La gente no está preparada para escuchar que alguien diga que es el mejor. Lo dice Gambeta (Alcolirykoz), la gente quiere ganadores pero odian al que gana siempre. Aquí todavía nos duele mucho ver que a otro le salga bien todo, pero yo hace mucho rato me desprendí del susto del qué dirán. Yo sé en qué soy muy bueno y en qué no. No soy el mejor cantante, ni el mejor imitador, pero improvisando sí, estoy entre los mejores, para eso trabajé, para que llegara este momento y poderlo decir, porque la vida me puso todo en contra y ahora estoy aquí siendo el mejor en algo.
Hay colegas que le gritan al mundo la plata, el carro que manejan y las novias que han tenido y lo respeto. Pero lo mío es una cosa más visceral, es el talento, el esfuerzo por ser lo que quería ser”.
Es una victoria personal...
“Es una victoria mía sobre la vida, sobre las condiciones en las que crecí”.
Ahora su vida es el centro de su humor...
“Eso es lo más lindo de todo el proceso, que cuando logré posicionarme y en el mejor momento de mi carrera lo verdaderamente poderoso fue mi vida, mi proceso, yo contándole a la gente una pela de mi papá, el motilado que se hacía mi mamá, que tengo un tío con un pie torcido, que vendía en los buses”.
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¿Cómo es volver a esas historias desde el humor?
“A mi me parece muy lindo dignificar esos recuerdos. Que algo que causó tanto dolor en su momento, ahora traiga beneficios me parece una cosa muy poética. Me parece muy hermoso que hoy en día yo pueda vivir, reírme y hacer reír a la gente con algo que en su momento estaba bien lejos de la risa y de la comedia, que en su momento fue una tragedia, una frustración.
Este es el mejor momento de mi carrera y es el que yo más valoro porque estoy generando esa conexión con la gente con una realidad que es mi experiencia de vida y que seguro es la de mucha gente”.
¿Hay alguien que lo llame por su nombre?
“No. Loki para arriba y para abajo, para mis amigos, para todos”.