El domingo 9 de mayo de 1937, la primera página de El Colombiano, entre notas políticas, de guerra y de hípica, registró una breve buena noticia: el billete ganador del premio mayor de la Lotería de Manizales había sido vendido en Medellín. Por ahí, en algún lugar de la ciudad, alguien se había ganado $6.000 pesos. Sin embargo, 16 jóvenes podrían sentirse aún más afortunados que el comprador del billete número 2718.
Bernardo López, Enrique R. Restrepo, Jesús López, Rafael Mesa, Aníbal Mejía, Ignacio Díaz, Eduardo Naranjo, Jorge Suárez, Óscar Londoño, Alejandro González, Jesús Londoño, William Gómez, Pablo Mejía, Gabriel Mesa y Carlos Mejía se reunieron ese domingo a las 7:30 de la mañana en la capilla del Colegio San Ignacio para llevar a cabo el solemne acto de consagración a María de la segunda congregación mariana que tendría Medellín. La llamaron Antiguos Alumnos del Colegio de San Ignacio. A dicha consagración faltó Gilberto Londoño, quien estaba de viaje.
El acto era la formalización del deseo de estos jóvenes, egresados del Colegio de San Ignacio, de crear una organización que les permitiera ayudar a los demás a la par que les ayudara a perfeccionar su vida espiritual.
Se la conoció como Congregación Mariana de Jóvenes y Caballeros de Medellín o Congregación Mariana de Jóvenes y Caballeros del Colegio de San Ignacio. Desde 1973 se le llamó Congregación Mariana y es, ya lo sabrán ustedes, el espíritu detrás de diferentes obras que existen para amar y servir, como manda la espiritualidad ignaciana: en el campo de la salud, el derecho, la familia y las comunicaciones, entre otras.
De aquellos primeros 16 congregantes se pasó, 80 años después, a 120. De aquella primera unión de voluntades con una gran vocación por ayudar a los demás, nació la que hoy se conoce como Organización VID compuesta por 1.400 empleados y 13 obras.
Para darse una idea del impacto positivo de la Organización VID: solo en 2015, a través de sus diferentes obras, atendió a 537.832 personas, y generó un beneficio social (representado en la diferencia de tarifas del mercado y las tarifas de las obras de la Organización VID, para que las personas puedan acceder a servicios de salud, educación, familia, formación y comunicaciones) de más de ocho mil millones de pesos.
Comer, asistir, vestir
El año de su origen, 1937, los congregantes definieron tres actividades de ayuda al otro: las sopas dominicales, las visitas a los presos y el ropero. A estas primeras obras sociales se le fueron sumando, con los años, otras más: las Visitas al Asilo de Ancianos y a los pobres (1944), las primeras comuniones y el comedor económico (1945), las viviendas para pobres (1962), la Fundación Germán Montoya (1964) y el Hogar del Lustrabotas (1970).
Pero, en el trasfondo, lo que se estaba gestando era una organización con mayor proyección, dispuesta a estar presente y a ayudar en las áreas que más se necesitaran, como en la de la salud.
Ya en 1944, por ejemplo, estaba abierto al público el Dispensario, donde a la par con consultas externas de medicina se contaba también con una botica. Luego se adecuó un laboratorio y se le agregó una silla de dentistería. En el Dispensario, además, se repartían mercados, ropas, platos de sopa y se brindaba un acompañamiento espiritual.
Los servicios del dispensario se trasladaron en 1953 al Edificio para el Pobre, ubicado en una zona que, para la época, parecía que la ciudad nunca llegaría hasta allí: Robledo. Ese edificio fue el origen de la hoy Clínica Cardio VID.
Por aquellos años crearon también los centros Médico y Odontológico, entre otras obras en el campo de la salud. Luego vendrían las obras para la familia y las del sector de comunicaciones.
“Han sido 80 años muy fructíferos, de servicio a la comunidad, para que las personas proyecten la espiritualidad ignaciana, que es la que mueve a la gente a actuar y a servirles a quienes más lo necesitan, es decir, volcar aquello que uno tiene y ponerlo al servicio de la comunidad”, afirma Javier Duque Ramírez, director ejecutivo de la Fundación Organización VID.
Porque eso es lo que ha hecho esta organización a lo largo de su historia: un apostolado de vida que busca mejorar la vida de otras personas.
“La espiritualidad ignaciana tiene un principio que lo rige y es brindar apoyo en aquellas áreas que no están adecuadamente atendidas. Así es como han nacido las obras”, agrega Duque Ramírez.
Camino por andar
“La creación de cada obra ha sido un logro. Puede que unas sean pequeñas comparadas con otras, pero son importantes por lo que están haciendo. Lo que hacen es grande, no medido por el tamaño de la obra, sino por el impacto y el beneficio que presta”, afirma su director ejecutivo.
La Congregación ha crecido con el tiempo, repensándose en su forma, pero no en su espíritu: ayudar a los más necesitados. Si en su origen era solo para caballeros, ahora cuenta con congregantes de ambos sexos, por ejemplo.
Y ahora, además, ha logrado una renovación generacional, ha incursionado en la redes sociales y ha emprendido nuevas obras acordes con las necesidades de la sociedad actual.
“Nuestro principal reto es permanecer en el tiempo. Para lograrlo hay que unir a las personas. Es necesaria, entonces, una renovación apostólica, que se amplíe la espiritualidad”, afirma Duque Ramírez.
El camino recorrido en estos 80 años es un camino de sacrificio, sí, pero también de satisfacciones por servir a los demás, por ayudarlos.
“Nuestro éxito es la proyección a la comunidad, el reconocimiento de las obras, del apostolado. Pero hay otra parte: una comunidad de personas integradas con el objetivo común de ser útiles a la sociedad”, con esa tarea esperan cumplir 80 años más.