Osar maravillarse, darle tiempo al asombro, contemplar y admirar la belleza de lo que es, elegir el lente de la posibilidad. Antes de correr a pensarlo, hacer silencio, observar y escuchar el mundo. Escribir los sueños del día y de la noche, aceptar no saber, penetrar el vacío, renovar la mirada.
Podrían juzgarme de ilusa, y a ellos les respondería con ternura que ha sido en las más grandes crisis, cuando la vida nos despoja de nuestras certidumbres, cuando la única solución es el abandono, cuando lo único que queda es la humildad de saber que no se sabe nada, cuando se pierde el sentido de todo lo que ha sido construido, cuando agotados de resistir a lo que es sin otro remedio, llega el Sí. Acepto. En ese mismo momento se descubre en el corazón de lo real, el instante desnudo que revela la dimensión de la maravilla.
Es entonces una dimensión solo para valientes. Los valientes que aceptan no saberlo todo. Los valientes que dejan ver su vulnerabilidad. Los valientes que aceptan acceder a otras dimensiones de la realidad que no se pueden controlar solo con el intelecto, pero donde se necesitan otros órganos visibles como la piel y el corazón, y otras facultades invisibles como la intuición, el ensueño y la imaginación.
Dormidos en nuestros prejuicios, perdidos en el laberinto exterior de lo conocido, solo percibimos lo que falta en el afuera, olvidando que es retornando y abriendo nuestra visión interior como accedemos a los tesoros ilimitados que ya están adentro, y que como espejos nos abren una nueva percepción de la realidad exterior.
Limpiar los filtros de nuestra visión, observar la propia mirada ante las cosas, darse el regalo del tiempo y el silencio para acceder a la dimensión de la Maravilla, que vibra en la presencia viva de cada instante, de cada objeto, de cada ser.
¡Osar maravillarse! En la vida, en el hacer, y en el ser de cada uno.
¡Atreverse a la audacia del Asombro! Esa es mi invitación.
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