Decir que el hijo músico de un músico trae el sonido de la sangre es un lugar común. Sin embargo, esa frase describe la vida de Susana Palacios David, la gerente de la orquesta sinfónica de Eafit. Ella, que es la segunda persona en estar al frente del destino administrativo de la orquesta, tiene una conexión genética con la música tradicional, en particular con los ritmos de la región del pacífico colombiano. Esos lazos le provienen del hecho de ser la hija del maestro Senén Palacios, compositor de La subienda y de otros éxitos del folclore bailable nacional.
Nacida en Medellín en 1985, Susana comenzó sus estudios en el Instituto de Bellas Artes con el maestro Mario Ospina. Luego de pasar por la Universidad Nacional y por la Universidad de Antioquia, se fue para Bogotá, donde hizo su pregrado de música en la Universidad Javeriana, bajo la tutoría del maestro Rafael Rodríguez. Su experiencia en el campo de la gestión cultural incluye trabajos en entidades de la dimensión del Banco de la República, el Ministerio de Relaciones Exteriores y el Ministerio de Cultura.
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Hablemos de su primera conexión con la música. Supongo que la música le viene de familia...
“Sí. Senén Palacios es mi padre. Él fue una de las personas que más trabajó por la construcción de la identidad de país alrededor de la la cumbia y de la música tropical. Durante mucho tiempo fue productor de Fruko y de Joe Arroyo. Tuvo que ver con el desarrollo de las músicas urbanas y tradicionales. Hablo de géneros como la salsa, la cumbia, el vallenato”.
Él fue autodidacta...
“Sí. Mi padre es de Quibdó. Aprendió música haciendo música. Como dicen los músicos populares, aprendió de guataca. Aprendió a tocar de oído”.
Es decir, que la música estuvo muy presente en su casa...
“Sí, viene por el lado de mi padre. También viene por el lado de mi mamá, que siempre pensó que debía estudiar música de manera formal. Desde los cinco años comencé a estudiar música. Cada vez que pasaba por Bellas Artes le decía a mi mamá que quería estar ahí. Al menos eso es lo que ella me cuenta. Entonces, estudié en Bellas Artes, luego hice el preparatorio de la Universidad de Antioquia y de ahí me fui a la Javeriana, donde realicé toda mi carrera”.
¿Cuáles son las similitudes y las diferencias entre el ambiente musical de Bogotá y el ambiente musical de Medellín?
“Hay varias cosas. Lo primero que quisiera decir es que en Medellín los músicos se han convertido en artistas con autoridad para hablar de la música clásica o académica. Y no solamente son referentes en el país: también en el mundo. Somos una cantera de talentos muy destacados. Tenemos grandes solistas y grandes directores. Tenemos a los maestros Andrés Orozco, Alejandro Posada, a Tatiana Pérez. Además, tenemos a intérpretes de la talla de Blanca Uribe y Teresita Gómez. Antioquia siempre ha sido una cantera de grandes solistas y así es respetada en el medio.
Estuve en la Universidad Javeriana, que es una escuela de una línea muy norteamericana en la enseñanza de la música. Este hecho hace que uno tenga unas conexiones distintas en términos teóricos, en la forma en que se concibe el oficio de la música. En Antioquia está más presente la línea de conservatorio europeos. Acá la enseñanza está más orientada a la interpretación musical y no tanto a pensar toda la cadena de valor de la música”.
¿En Bogotá también existe esa idea de la utilidad social del arte? Acá se dice que si un niño tiene un instrumento musical en las manos no se ocupará con un fusil...
“Ahorita yo diría que sí, porque tienen un proceso muy potente, muy grande. Diría que es el más grande del país, que es el proceso de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, que tiene asociadas a todas las escuelas de música del distrito. Y esto funciona muy bien porque se potencia la formación desde el aula de clase. Medellín tiene a su favor algo muy potente y es su marca. Medellín es reconocida por las músicas urbanas, por la industria musical. Ahí hay un tema interesante y tiene que ver con la historia de la Red de Escuelas de Música de la ciudad. Creo que eso hace que Medellín tenga una historia que contar y sea testimonio de cómo la música puede transformar las realidades en muchos lugares. Medellín es un lugar en donde se crearon espacios protectores en igualdad de condiciones para que los niños tuvieran acceso a la música. Y eso sirve para transformar las realidades”.
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Hablemos de su paso de la interpretación musical al escenario de la gestión cultural...
“Vivo de la música, respiro música, nací con la música, fui concebida con música, la música atraviesa mi vida. Para mí aprender música nunca fue un problema. Desde muy pequeña la tuve en mi entorno. Ese paso a la gestión cultural se facilitó porque estudié cuatro semestres de ciencias políticas acá, en la Nacional de Medellín, antes de decidir que la música iba a ser mi carrera. La teoría que recibí me sirvió para hacer esa transición a cargos de gestión cultura. He querido que la gente joven tenga un mejor encuentro con la música y también he querido conectarme con las músicas tradicionales”.
Y su carrera en este campo comenzó en el Banco de la República...
“El Banco de la República fue mi gran alma mater. Ese es un lugar insaciable: tiene museos, colecciones, agenda de conciertos y de eventos culturales. Aprendí mucho. Luego di el salto a la Cancillería. También aprendí mucho. Justo cuando llegué allí se estaba cerrando el acuerdo final para la terminación del conflicto con las Farc. Quisimos que la música fuera ese elemento de transformación social a través de la diplomacia cultural. Mi siguiente trabajo fue en el Ministerio de Cultura: coordiné el Plan Nacional de Música”.