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Los grupos ecologistas han encontrado un trampolín para saltar a las primeras planas de los periódicos y de las noticias de las redes sociales: realizar un acto de intervención contra pinturas famosas en museos importantes.
Todo está muy bien planeado y sigue con rigor los protocolos de las informaciones virales: los activistas se ubican frente a la obra y ante los visitantes y los compañeros lanzan sopa de tomate a los cuadros o puré de papas. El acto en sí resulta la mayoría de las veces inofensivo: las obras pictóricas están protegidas con vidrios blindados. Eso sí, muy atractivo para la prensa.
Luego, quienes hacen el acto ponen una mano sobre la pared y con la otra sostienen un cartel, así no corren el riesgo de confundir a la policía. Y, por supuesto, gritan proclamas. En sus camisetas se lee Just Stop Oil.
En su página de internet Just Stop Oil afirma ser una coalición de grupos ambientalistas que se opone de manera rotunda a los planes del gobierno británico de dar luz verde a 40 campos de petróleo y gas en el Mar del Norte. “Esto no es compatible con proteger a los ciudadanos del Reino Unido”, se lee en su declaración de objetivos.
Ahora bien, Just Stop Oil le ofrece a los ciudadanos por fuera de Inglaterra una oferta de iniciativas ambientales en Europa y Norteamérica. De ahí que los activistas de La Haya, que lanzaron sopa a La joven de la perla, de Johannes Vermeer, llevaran puesta la camisa con el nombre del movimiento.
Para detener el proceso de los campos, la organización emplea un lenguaje urgente y apela a la desobediencia civil no violenta como herramienta para ejercer presión sobre los políticos. “Extinction Rebellion e Insulate Britain —movimientos contra el calentamiento global— han demostrado que la desobediencia civil funciona. También muestran que debemos hacer mucho más para detener el mayor crimen contra la humanidad. Es por eso que nos estamos moviendo hacia la Resistencia Civil: ya no se trata de un solo proyecto o campaña, se trata de resistir a un Gobierno que nos está dañando a nosotros”, continúa el texto.
Las acciones son muchas y obedecen a un patrón: eventos sencillos que llamen la atención. A veces son cosas simples, como sentarse en una vía y detener el tráfico. Lo hicieron el 13 de octubre cuando bloquearon la rotonda del sur de Londres y el 23 del mismo mes cuando el emblemático cruce de Abbey Road —que sale en la tapa del disco del mismo nombre de The Beatles— se convirtió en una trinchera para cuatro partidarios de la causa. Un día después dos miembros del grupo entraron al museo de cera de Madame Tussauds y le estamparon un pastel de chocolate a la figura del rey Carlos III. En ese momento los activistas leyeron un comunicado que en un pasaje decía: “La ciencia es clara. La demanda es simple: simplemente detener el petróleo y el gas nuevos”.
Sin embargo, los actos más llamativos fueron la intervención en julio de una copia de La última cena, de Leonardo Da Vinci; el lanzamiento de sopa contra Los girasoles, de Vincent van Gogh (el 14 de octubre), y un acto similar contra La joven de la perla, de Johannes Vermeer (el 27 de octubre). También un puré de papas contra un cuadro de Monet (23 de octubre), en Alemania, aunque de otro colectivo, Última Generación, que señaló que se sumaban a las otras acciones.
En todo el tiempo de las protestas la policía en Europa ha realizado 574 arrestos, de los cuales siete personas siguen tras las rejas, según datos de Just Stop Oil.
¿Por qué los museos?
El arte es por naturaleza un escenario de confrontación política. Las obras de los pintores, músicos, escritores y cineastas se tejen con narrativas ideológicas y con nociones del mundo. Una de las principales razones por las que los activistas realizan sus intervenciones en museos es la búsqueda de la reactivación de ese elemento del arte.
Para Camilo Castaño Uribe, miembro del área de curaduría del Museo de Antioquia, es un error pensar en los museos como si se tratasen de almacenes del patrimonio. “Hay muchas cosas para considerar en este tema. Lo primero es propiciar las reflexiones, no caer en la simple descalificación emocional de un asunto que ocurre en el mundo. Si bien no comparto la manera en que se están haciendo las protestas, entiendo las razones”.
También, de alguna forma, las protestas tienen un fuerte rasgo artístico, son en sí metáforas de un ánimo iconoclasta. Aunque en coordenadas históricas distintas, estos actos tienen un componente común con, por ejemplo, la quema de libros que llevaron a cabo los nadaístas en la plazuela de San Ignacio en 1958.
El presente ejerce una crítica a los valores consagrados por el pasado y por la tradición. Son muchos los casos en la historia en la que las generaciones ejercen una severa crítica a las obras del pasado, incluso llegan a destruirlas. Otro ejemplo es el derribamiento de estatuas de los conquistadores españoles en protestas recientes a lo largo de América Latina.
Para Castaño el problema con estos actos es que las simbologías y los contenidos se salen de control al entrar en las lógicas de las redes sociales y todo termina convertido en un simple espectáculo. “La consecuencia es la contraria a la que buscan”. El experto en arte también menciona la táctica de las empresas petroleras de financiar la cultura para granjearse el favor del público: “Empresas petroleras apoyan museos en el mundo y se lavan la cara de muchas acciones condenables”.
Emiliano Valdez, curador jefe del Mamm, coincide en la urgencia del activismo ambiental, pero señala una contradicción en los actos de los ambientalistas británicos: “El calentamiento global es la gran crisis de nuestras vidas. Sin embargo, si se destruye un patrimonio para conservar otro hay una contradicción de fondo. El patrimonio natural es de vital importancia, pero el cultural cumple una función muy importante. Dañar uno por salvar el otro no tiene sentido”.