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¿Qué hace un ruso tocando marimba?

Sergei Golovko presentará su Concierto ruso para Marimba esta noche junto a la Orquesta Sinfónica Eafit.

  • Golovko se formó en Rusia como percusionista y tuvo que huir de su país de origen hacia Australia para esquivar la guerra. FOTO Carlos Velásquez Piedrahita.
    Golovko se formó en Rusia como percusionista y tuvo que huir de su país de origen hacia Australia para esquivar la guerra. FOTO Carlos Velásquez Piedrahita.
  • ¿Qué hace un ruso tocando marimba?
  • ¿Qué hace un ruso tocando marimba?
04 de abril de 2019
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No todas las relaciones que Sergei Golovko ha establecido con la marimba son a raíz de la nostalgia, pero su obra destacada, el Concierto ruso para Marimba, está empapada por ella.

Es una pieza de tres movimientos que se demoró más de una década en componer y que este jueves presentará en el Auditorio Fundadores de la Universidad Eafit como compositor y solista. Acompañará a la Orquesta Sinfónica.

Golovko nació en Ucrania, aunque siempre se ha sentido ruso, cuando era niño ambos países solían ser una misma cosa, así que no había diferencia.

Creció allí, en una enorme pieza de tierra (fría la mayor parte del tiempo) en la que podía imaginarse las historias maravillosas que su abuela y su madre le contaban. “Eran relatos fantásticos e historias que hablaban sobre guerreros rusos que protegían al país de sus enemigos”, dice que de ahí nació el primer movimiento de su concierto de marimba.

Se hizo músico en su país, se formó como percusionista y compositor. Empezó a trabajar en orquestas, pero se dio cuenta de que le iría mejor como solista en el xilófono y un poco de marimba, ese instrumento que empezó de forma rudimentaria en África y se fue desarrollando en América.

En Rusia no lo tocaba tanto pues el repertorio para marimba fue expandiéndose en cantidad y calidad a partir de la década de los noventa. No era algo común interpretar ese instrumento.

Tiempos que no suenan

Su carrera pintaba bien, vivía en el centro de Moscú y había cultivado toda su historia, su profesión y su familia en ese lugar. Se había casado y tenía un hijo, pero tras una crisis de inestabilidad política en 1993, todo se empezó a desmoronarse miga por miga.

En Moscú había soldados en las calles, incluso tanques enormes e intercambios de disparos en las calles. Las balas volaban indiscriminadamente en las noches y muchas veces Golovko y su familia debían arrastrarse por el piso escondiéndose.

Además, se le sumó otro factor, el definitivo: “Mi esposa era judía y por ende yo también lo era”, recuerda, y como si se tratara otra vez de aquella época gris y antisemita de mediados de siglo, Golovko y su esposa fueron amenazados por su religión. Alguien escribió sobre el marco de su puerta “maten a todos los judíos y salven a Rusia” y supo que no había vuelta atrás, partieron a Australia en 1996.

“Nadie conoce mejor la historia de los inmigrantes que los inmigrantes, nadie puede sentirse de la misma forma”, recuerda Golovko. Huyó sin darse vuelta, empezó de ceros hablando otro idioma.

La música

El segundo movimiento habla del dolor por el presente. Él lo describe como algo dramático y cuenta que de hecho esa parte de su concierto empieza con una canción rusa tradicional que coreaban esclavos rusos que trabajaban contracorriente en el Río Volga, dice que se llama Ey Dubinushka Unhem.

Su obra nació improvisando sobre ese tipo de composiciones típicas de su país. Lejos, en Australia, volvía a tocar esas piezas y se le salían las lágrimas. Se sentía identificado: “Somos esclavos de los políticos, tenemos que dejar nuestro país por culpa de los políticos”, reflexiona. Se demoró madurando esa parte de su pieza durante aproximadamente tres años, una suerte de duelo musical.

El último y tercer movimiento se convirtió en el respiro después de una dura batalla y se inspiró en el concepto del fin del invierno y la llegada de la primavera. Es más alegre, como su vida ahora. No es un hombre triste, sonríe la mayoría del tiempo.

En ese tránsito hacia una nueva vida lo acompañó su familia y su música, la marimba resultó siendo su instrumento insignia gracias a un profesor que le abrió las puertas para ser patrocinado por la compañía de marimbas Malletech. Así se ganaba la vida, haciendo música y enseñando.

Se convirtió en director de la Academia Australiana de Percusión, ha estado en Colombia muchas veces y ahora está componiendo un concierto de marimba de chonta, muy distinta en forma y técnica, que las que él suele tocar.

Esta noche regresa a la pieza que, de alguna forma, resume la historia de su vida, una con destellos dulces en medio del dolor. “El Concierto es un tributo a mis maestros y mis amigos en Rusia, a quienes dejé cuando emigré a Australia”, concluye Golovko, quien sigue aprendiendo y moviéndose como ese par de manos sobre las teclas de la marimba.

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