Wislawa Zsymborska sostuvo durante mucho tiempo en su poema “Un gato en un piso vacío” que morir es algo que no se le puede hacer a un gato, porque entonces ¿quién le dará de comer? ¿Quién le acariciará la panza? ¿Sobre quién se acostará a ronronear?
Una idea muy particular que refuerza el imaginario de que esos pequeños seres están en el mundo a la espera del servicio de cualquier humano, pero que se derrumba con el verso final en el que la gran nostalgia del animal es protagonista: “Queda dormir y esperar./ Pero ya verá cuando aparezca,/ ya verá cuando aparezca./ Se va a enterar/ de que eso no se le puede hacer a un gato./ Irá hacia él/ como si no quisiera,/ despacito,/ con las patas muy ofendidas./ Y nada de saltos ni maullidos al principio”.
Es decir, con ese final aparece el tema de sus emociones que durante tanto tiempo se ha discutido, y que, según Fredy Alberto Manrique López, médico veterinario especialista en comportamiento clínico animal, es algo que tiene que ver con las situaciones cognitivas más avanzadas, que solo hasta ahora se están clarificando a partir de las conductas positivas, negativas y neutras que presentan”.
Pues los gatos tienen varios repertorios de conductas desde los cuales se pueden analizar y determinar temperamento (emociones que expresa de manera natural sin que el humano tenga algún tipo de participación invasiva), carácter (respuestas positivas o negativas frente a una conducta social con otros animales o humanos), y personalidad (la suma del temperamento y el carácter).
Esas conductas empiezan a afianzarse entre la segunda y la octava semana de vida, que es el momento en que los “gatos son más receptivos para el aprendizaje tanto positivo como negativo, razón por la que la cantidad y la calidad de las experiencias que vivan en su entorno facilitarán o dificultarán la manera en la que se relacione con el resto de especies en el futuro”, explica Ana Ballester, especialista en etología felina, en su blog Ballester.