Cuando era niña, Luisa Valenzuela tenía el privilegio de tener en su casa a escritores como Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares o Ernesto Sábato. Sin embargo, este asunto a ella poco o nada le importaba.
En ese tiempo, le parecía la literatura una actividad aburrida, ejercida por unos sujetos que se la pasaban ahí, tan quietos, escribiendo, porque todavía “no había descubierto que escribir historias es toda una aventura”.
La escritora argentina recibió el Premio León de Greiff 2017 por su trayectoria literaria, galardón que entregan la Universidad Eafit y la Fiesta del Libro y la Cultura. De visita en la ciudad, habló con nosotros sobre asuntos de la vida.
Su condición de hija de escritora, Luisa Mercedes Levinson, y la de que a su casa llegaran esos autores, influyeron en su decisión de ser narradora?
“Ellos no eran tan famosos todavía. Borges creció mucho después de eso. En el tiempo en que iba a la casa estaba orgulloso de que se hubieran vendido 17 ejemplares de un libro suyo”.
Después vinieron los viajes. ¿Esos sí enriquecieron su literatura?
“Los viajes sí influyeron en mí directamente. Me casé a los 20 años y me fui a Francia. No quería estar en las redes de mi madre, pero esas son unas redes de las que difícilmente se sale. No me interesaba tanto París como la Bretaña, un mundo mágico de niebla y misterio. Desperté una admiración por los pensamientos primitivos, las máscaras, los carnavales, las ceremonias, esas culturas de pensamiento unificado, como las de Japón o Corea”.
¿Buscaba su destino?
“Buscaba una voz propia. Allá, en Europa, escribí la primera novela: Hay que sonreír. Añoraba mi país. A los 21 años eché de menos Buenos Aires. Entendí que la ciudad es un organismo vivo. Inconscientemente, sus sitios sórdidos equivalen también al lado sórdido de uno”.
¿Escribió esa primera novela sobre su ciudad, porque la distancia que puso entre ella y usted le permitió ser más reflexiva?
“No sé si la escribí allá porque había puesto distancia con mi ciudad. La novela se fue generando sola. Lo que sé es que es una novela muy estructurada, pero es que tenía el acerbo de muchas lecturas a cuestas”.
¿Cómo vivió la dictadura?
“Personalmente la padecí poco, pero como mi pueblo sufría, yo sufría. Estaba fuera del país y me sentía impotente. Trataba de ayudar a la gente. La dictadura me censuró una parte de Cambio de armas. Decidí irme a Estados Unidos, porque si eso había ocurrido, después me prohibirían escribir o publicar. Pero fue un exilio por mi propia voluntad. Nunca me sentí expatriada. Y puede que eche de menos algunas cosas, pero no me siento extraña en ninguna parte. Puede ser en una selva y me siento como en mi casa”.
Después de sus andanzas por Europa y América, regresó a Buenos Aires. ¿Cómo fue el regreso y cómo ha sido la permanencia?
“Nunca se vuelve al mismo lugar. Además de cambios positivos que se pueden encontrar en la ciudad que uno deja, también el turismo cambia las costumbres. Ya no es lo mismo”.
Ha incursionado en el género negro. Novela negra con argentinos. ¿Cómo llegó a esta obra?
“Esa es una falsa novela negra con verdaderos argentinos. Siempre me ha interesado el misterio. Borges creó libros con misterio. Yo la escribí por escribirla. En novela negra hay que saber cómo termina y no dar tantos datos claves al lector, pero en la mía muy pronto se sabe quién es el asesino. Lo que sigue es la búsqueda del motivo. Es una novela exploratoria. Cuando escribo, no sé qué va a pasar en el libro”.
De ese modo, usted como autora no lleva ventaja sobre los lectores. Ignora las cosas como ellos. ¿Se deja llevar de la trama o de una especie de libre albedrío de sus personajes?
“Sí. Me dejo llevar de la historia. No sé el final. Por eso la trama, el lenguaje o hasta una simple palabra, me mandan para otro lado”.
Es un método lleno de vértigo.
“Sí, lo es. Cuando tengo opciones de solución, siento que la debo tirar la basura. Es un desafío. Me gusta la sensación de estar en la cuerda floja. Creo que esta es la razón de ser del escritor. Si es un final es predecible, no sirve”.
¿Y no se enreda en las tramas?
“¿Enredarme con las tramas? Mil veces. Y a veces también ocurre que no logro salirme, desenredar todo aquello, y me toca desistir”.
Otro género explorado por usted es el ensayo. ¿Le brinda otras posibilidades para hablar de la vida y el mundo?
“El ensayo mío es tramposo. Es la reflexión de una escritora, sobre un tema que conozco o me llama la atención”.
¿Conoce la literatura colombiana?
“He leído a Álvaro Mutis, a quien, por cierto, conocí mucho en México. He leído un poco a Santiago Gamboa. Piedad Bonnett me encanta. Nicolás Suescún es maravillos. ¿Sabe que yo lo conocí a él y también a su esposa?”
¿Conoce la obra de León de Greiff?
“El premio me dio la oportunidad de conocerlo, aunque me encontró en época de viajes y ocupación con la Asociación de Escritores que presido. De él me gustan sus heterónimos, la riqueza del lenguaje, el humor...”.