Retirarse de los escenarios no es la muerte de un artista. Pero casi. Es como asistir a una “eutanasia” musical, si lo ponemos en términos dramáticos: se muere una parte de ese cantante o banda, la que gira por el mundo y reúne a sus seguidores en torno a su música; nos queda el recuerdo de haberlo visto en vivo y en directo una o varias veces. Nos queda, por supuesto, su música, el legado mayor. Pero es un duelo.
El cantautor español Joaquín Sabina (76 años) anunció su gira de despedida hace algunos meses y nos invitó a sus seguidores a “Un último vals”, titulo de la última canción y el video en el que sale con varios amigos —como Joan Manuel Serrat, el “mediterráneo” que se retiró de los escenarios también hace poco— y comunica, palabras más o menos, que prefiere retirarse antes de que lo retiren: “Cuando ciertas mañanitas no me pueda ni vestir/ Deshojando margaritas que nunca dicen que sí/ Cuando agonicen las flores y los pájaros padezcan mal de amores/ No olvides guardar un último vals para mí”, dice una de las estrofas.
Pero en “la muerte” también habita la belleza. Y la nostalgia. Eso lo sabemos de sobra los sabineros que rondamos por “El bulevar de los sueños rotos” y vivimos “en el número siete, Calle Melancolía”.
Esta despedida mundial de Joaquín Ramón Martínez Sabina es más que un homenaje o tributo a su obra. Es, si se me permite, como una última cena a la que estábamos invitados sus miles de apóstoles: los comensales de sus versos y los bebedores de sus rimas; una sobremesa después de una larga comida en la que no sobra ni uno solo de los ingredientes porque es que nunca sobró ni faltó.
Quienes admiramos la música de Sabina nunca pedimos una voz “limpia” o una puesta en escena ambiciosa. Nos bastaba, nos basta, nos bastará con que cada palabra de sus letras nos atraviese por completo las fibras, nos remueva el alma, nos haga llorar. Al final nos congregamos en torno a la comunión del desamor, la nostalgia, la tristeza, la soledad... pero también a la luz que se cuela por las fisuras: el “Tiramisú de limón y el helado de aguardiente”, los “Dieguitos y Mafaldas”, las “Princesas” y “Magdalenas”, las “Noches de boda”, los “Peces de ciudad”, las “Pastillas para no dormir”, “La canción más hermosa del mundo”... y el “Ruido”.
Así asistimos los sabineros en Colombia a este último vals, a esta última cena, a esta última corrida fechada el 12 de marzo de 2025 en el Movistar Arena de Bogotá. “Empezó el hola y ya vendrá el adiós”, dijo el maestro.
Solo en este caso, “al lugar donde has sido feliz (sí) deberías tratar de volver”
Uno de los sombreros característicos de Sabina se asomó a las 8:45p.m y tras la primera ovación cantó “Lágrimas de mármol”, una declaración de vida que gritamos a todo pulmón agradeciendo “la mala salud de hierro” que ha tenido el maestro por décadas: “Superviviente, sí, ¡maldita sea! Nunca me cansaré de celebrarlo”, dice el coro.
Luego, nos saludó con cariño como un amigo muy querido con el que te reencuentras después de mucho tiempo y dijo: “La última gira de mi vida. Temiendo que el olor a despedida tenga un mustio sabor a velatorio. Por eso le suplico al auditorio que me ayude a jugar esta partida: ‘mueran los callejones sin salida que el verso y la canción sea un jolgorio; gocemos hoy de estar juntos ahora, que el desamparo no venga con prisas, que nos sorprenda cantando la aurora, al fin al cabo tantas emociones compartidas merecen unas risas. Para eso se inventaron las canciones”. Y jugamos la partida: apostamos por “vivir para cantarlo”.
No importó la altura ni el frío de Bogotá. Sabina, junto a su banda extraordinaria, tocaron casi por dos horas con un show digno de veteranos que dan lecciones con el ejemplo: te hacen creer que es “tan fácil” algo que realmente solo ellos saben hacer. La formación de sus músicos fue casi la de siempre pues no estuvo Pancho Varona, uno de los “inseparables” con el que Sabina se distanció hace unos años “contra todo pronóstico”.
Sin embargo, estuvo la increíble Mara Barros, dueña de una voz con un rango vocal tan amplio que llega hasta el alma. En “Y sin embargo te quiero” hizo gala de lo que hasta entonces habíamos visto en YouTube y en nuestros sueños: esa estrofa de “eres mi vida” alargada hasta la luna para luego volver al plano terrenal y susurrar: “no debía de quererte y sin embargo...”. El público le correspondió y Sabina dijo: “Es la primera vez en la gira que se saben la copla” antes de cantar: “De sobra sabes que eres la primera vez, que no miento si juro que daría por ti la vida entera, por ti la vida entera”. ¿Hay algo más universal que el amor y el desamor?
También estuvo el legendario Antonio García de Diego, de los grandes músicos hispanoamericanos a quien los colombianos tuvimos el honor de escucharlo cantar “La canción más hermosa del mundo” y la mayoría de “Tan joven y tan viejo”.
El resto de los “Benditos malditos” son Jaime Asúa, guitarrista rockero de esos de antes; José Miguel Pérez Sagaste, el saxofonista que luce falda; el baterista Pedro Barceló y la bajista argentina Laura Gómez Palma. Detrás de escena, sin que se vea, hay una pieza fundamental de toda la banda: Jimena Coronado “la Jime”, la pareja más estable que ha tenido Sabina que hace las veces de todo: manager, coordinadora, coach emocional y musa; “dueña de un corazón tan cinco estrellas” que lo rescató de “aquella región donde habita el olvido”.
El maestro español hizo un repaso por los clásicos de siempre como “Contigo” y “¿Quién me ha robado el mes de abril?”, pero un momento de éxtasis fue cuando hizo el doblete de “Noches de boda” y “Y nos dieron las diez”. La primera, una declaración de vida y la segunda una declaración de intenciones.
Sabina ha expresado su amor por América Latina y en concreto por México, Argentina y Colombia. A propósito de su cercanía con Gabriel García Márquez, le envió saludos al público en donde estaban amigos suyos como el escritor Juan Gabriel Vásquez, los periodistas Daniel Samper (papá e hijo) y Roberto Pombo.
Conforme íbamos llegando al “adiós”, o sea al core del concierto, había un sentimiento colectivo tácito y que contradice al propio Sabina: “A los lugares donde has sido feliz no debieras volver nunca”. Al contrario, querido maestro, a los lugares donde hemos sido felices, como tus música y arte, sí que deberíamos volver; porque como nos enseñaste, es un deber que “el fin del mundo nos pille bailando”.
Hasta siempre, Joaquín. Y gracias.