Inmensos muros, largos e imponentes, rodeaban al pianista David Greilsammer, mientras corría en una búsqueda que no lograba expresar muy bien. En su adolescencia caía entre esos pasadizos infinitos cuando dormía, era uno de esos sueños recurrentes que ocupaba su mente. Creció y, aún así, seguía presente. “No era una pesadilla, pero tampoco un sueño gracioso o divertido. Era impresionante e inmenso, me generaba una sensación profunda, pero no era negativa”, cuenta él. Era algo similar a estar en la presencia de algo inmenso e inabarcable, una obra arquitectónica que, irónicamente, le daba esa sensación de estar perdido en la mitad del mar.
A veces, en ese recorrido, abría puertas y tomaba un camino y caía por varios segundos. Otras veces solo corría con afán, “tratando de encontrar algo con urgencia, con impaciencia”, no como quien escapa del peligro, sino como alguien que sabe que algo inmenso le espera, así no tenga
idea de qué será. Greilsammer, nacido en Israel, se formó como un pianista clásico, ha sido solista y conductor de orquestas como la BBC Philharmonic, San Francisco Symphony y la Salzburg Mozarteum. Es el director musical de la Geneva Camerata y es uno de los nombres que la
Filarmónica de Medellín está considerando como un posible director titular de su orquesta.
Como un hombre inmerso en partituras, en su sueño reconocía sonidos que le daban pistas de hacia a dónde seguir corriendo. Ahora siente que era una especie de manifestación de que “consciente e inconscientemente, intentaba encontrar un camino fuera de este enorme laberinto, tratando de encontrar otra vía como ser humano y como artista”.
Otra conexión
Con los años, el sueño seguía regresando y decidió que para entenderlo debía expresarlo. “Yo no soy escritor, soy músico, así que esa debía ser mi manera de contarlo”. Encontró obras que se asemejaban a eso que escuchaba en el laberinto y se demoró cuatro años en darle forma a un proyecto musical llamado Labyrinth (laberinto) que difiere mucho de cualquier programa que se escucharía en una sala de conciertos o en una grabación de las que se esperan de un pianista clásico como él.
De hecho, se ha dado cuenta de que ese mismo molde del solista clásico no le queda. Por eso, a lo largo de la última década, ha ido virando su actividad como intérprete y director: ha querido inclinarse por “algo diferente, más personal, más experimental y más moderno en el sentido de que debería estar relacionado al mundo en el que vivimos, en el que nos conectamos”. Sigue interpretando los clásicos, “pero la estructura de mis conciertos ha cambiado y la pregunta siempre es: ¿qué tan lejos puedes ir? Con los dedos, con la cabeza y el corazón” y qué tanto las experiencias personales pueden incidir en expresar “lo que pasa alrededor socialmente, políticamente o con el medio ambiente”.
La decisión de romper con parámetros muy rígidos sobre el escenario le ha merecido críticas, pero cree que ese factor diferencial solo llega cuando el artista se propone hablar con sinceridad. “Todos tenemos momentos en la vida en los que necesitamos encontrar soluciones con una pareja, un amigo, con alguien que ha muerto. La mejor manera de tratarlo es narrar tu historia y creo que al final intento hacer eso con Labyrinth”.