Con menos de tres meses de distancia dos obras del escritor antioqueño Mario Escobar Velásquez han llegado a los estantes de las librerías y a las manos de los lectores. Se trata, primero, de Juan sin tierra, la recopilación de los poemas del autor nacido en Támesis en 1928 y muerto en Medellín en 2007. Y, luego, de Con sabor a fierro y otros cuentos, una reedición del libro publicado originalmente por la Biblioteca Pública Piloto en 1991 y que el jueves dos de marzo será presentada a las 6:15 de la noche en la B.P.P.
Ambas publicaciones hacen parte de la Biblioteca Mario Escobar Velásquez, una iniciativa que a la fecha ha editado diez obras del narrador y poeta y en cuya ejecución han sumado esfuerzos distintas instituciones culturales de Medellín, entre ellas el Fondo Editorial de Eafit, Sílaba Editores, Hilo de Plata Editores, Editorial Universidad de Antioquia y la Fundación Mario Escobar Velásquez.
Juan sin tierra es una selección lírica que el mismo Escobar Velásquez realizó de sus incursiones en los versos. “Mario era un escritor que amaba profundamente tanto la prosa como el verso, habiendo incursionado en ambos, con mayor dedicación a la prosa, pero no con menor amor al verso”, dice Héctor Escobar Vanegas, hijo del escritor y presidente de la fundación que vela por la difusión de su trabajo literario.
Además de cultor de la poesía, Mario fue un lector dedicado de poetas de diversas procedencias y estilos. Para la editorial Colina —recuerda Héctor— hizo antologías de autores del calibre de Alfonsina Storni y Pablo Neruda y también editó muestras de los que consideró perfectos poemas: breves, de amor y sonetos. “En su libro Itinerario de afinidades, Mario muestra al lector su conocimiento y afecto al género con las semblanzas de poetas de la talla de Epifanio Mejía, Carmelina Soto, Meira Delmar, César Vallejo, Carlos Castro Saavedra, Eduardo Castillo, José Asunción Silva”, dice Héctor. Ese vínculo con la poesía tuvo un periodo especial en los años en los que Mario dirigió la revista Lanzadera porque “publicó allí sonetos y prosas poéticas que firmó con diferentes seudónimos, como lo descubrió Jairo Morales Henao”, escribe Claudia Ivonne Giraldo en el prólogo del poemario.
Por su parte, Con sabor a fierro y otros cuentos trae en sus páginas una muestra de las destrezas narrativas de Mario. Por ejemplo, el texto que da nombre al volumen constituye un “cuento mayúsculo sobre el amor y la violencia en el río Magdalena”, dice Héctor. El libro incluye “algunos de sus mejores cuentos de animales y sobre Urabá”. Los otros dos títulos de la bibliografía de Mario consagrados al relato corto son Relatos de Urabá y Cuentos completos, este último compuesto por dos volúmenes. Siendo esto así, fue la novela el género al que el antioqueño consagró gran parte de su energía y que le concedió la celebridad que gozó en vida. Cuando pase el ánima sola —obra por la que obtuvo en 1979 el Premio Nacional Vivencias— es el libro más conocido de su trayectoria.
La de Mario fue una vida orientada por completo a la escritura. De ello dan fe las entradas de su diario, editado por la Universidad de Antioquia. Y esa dedicación al oficio es quizá su herencia más importante. “A mi modo, Mario de ver dejó un legado consistente ante todo en su amor por el trabajo de la escritura, permanente y de tiempo completo, en busca siempre de una obra grande y sólida. Una dedicación que excluyó siempre lo accesorio de la vida que le impidiera cumplir con la tarea en la que estaba empeñado y que amó sobre cualquier otra cosa en la vida. Un ejemplo contundente de jugárselo y dárselo todo a una vocación, y respetar y entregarse sin condición a un arte, a un oficio”, concluye Héctor
El poema ya nace
escrofuloso.
Menesteroso nace,
hijo de la tristeza.
El poema
falto de aire,
respirando azufre.
El poema
sin sed
bebiendo lágrimas.
El poema, loco,
gritando
el abandono.
El poema, clavado
en sí mismo,
en los clavos.
El poema,
que muerde soledades.
El que llora,
poema
de versos amarrados
con alambre de púas.
El poema callando.
Solo su musiquilla
melancólica en la tarde,
en el alma.
Solo su musiquilla.
El poema,
que esconde