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Lo encontraron oculto en una caleta: así fue la captura de Gilberto Rodríguez Orejuela en 1995 en Cali

Así cubrió El País de Cali la captura del capo que falleció este miércoles en EE. UU., donde se encontraba pagando una pena de 30 años de prisión por narcotráfico.

  • Rodríguez Orejuela presentaba problemas respiratorios desde hace un tiempo. FOTO AFP
    Rodríguez Orejuela presentaba problemas respiratorios desde hace un tiempo. FOTO AFP
01 de junio de 2022
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“Tranquilos, no me maten... Yo soy un hombre de paz, ustedes ganaron y los felicito porque hicieron un buen trabajo”.

Gilberto Rodríguez Orejuela, máximo cabecilla del Cartel de Cali, no pudo decir nada más cuando tres integrantes del Bloque de Búsqueda de la Policía Nacional lo encontraron escondido en una estratégica caleta de dos metros de alto, mimetizada tras la gigantesca biblioteca del cuarto principal de una residencia ubicada en el barrio Santa Mónica Residencial, donde llevaba casi dos semanas.

Con las manos en la nuca, visiblemente asustado, luciendo bigote, chivera, una espesa barba de varios días y una cabellera negra recientemente teñida, Rodríguez Orejuela no opuso ningún tipo de resistencia a los uniformados. En silencio, entregó cuatro pistolas nueve milímetros, varios dólares, pesos y monedas colombianas y sus documentos, y dejó que le pusieran las esposas.

El reloj que colgaba en una de las paredes de la habitación, donde además había una sala de televisión, una cama doble, dos teléfonos y un clóset con ropa informal y varios trajes, marcaba las tres de la tarde y 18 minutos. Era 9 de junio de 1995.

El capo fue sacado de la habitación por cinco oficiales y quince agentes que de inmediato lo ingresaron al helicóptero artillado de matrícula PNC 187 y se lo llevaron a la base aérea Marco Fidel Suárez, de donde salió a las 4:00 p.m. en un avión militar rumbo al aeropuerto de Catam, en Bogotá.

Era el epílogo de una gigantesca operación de inteligencia y persecución de más de cinco meses, en la que intervinieron cerca de 600 hombres de la Policía y el Ejército, que se desplegaron a lo largo y ancho del departamento, realizando más de dos mil allanamientos a edificios, casas, fincas y residencias campestres.

El hombre clave

Alias de ‘El Flaco’, miembro del equipo de seguridad personal de Rodríguez Orejuela, había sido capturado una semana antes. Fue la información suministrada por este lugarteniente del Cartel, cuya identidad no fue revelada en el momento, la que permitió montar y desarrollar una rápida acción de inteligencia que inicialmente no dejó ningún resultado y que desalentó, por momentos, a los comandantes del Bloque.

Sin embargo, fue la llamada de un ciudadano, que alertó sobre movimientos extraños en el norte de Cali, la que finalmente hizo caer a “El Ajedrecista”.

A las tres de la tarde, tres camiones Ford de la Policía Nacional se apoderaron de la Avenida 9a. Norte, una estrecha calle que tiene una sola entrada y que demarca el límite del perímetro urbano, en el extremo noroccidental del piedemonte caleño.

De ellos, así como de otras quince camionetas y camperos, descendieron cerca de cien hombres que rápidamente se apoderaron de tres cuadras a la redonda, allanaron el edificio Altavista, subieron a los techos de las nueve residencias aledañas y entraron a la casa demarcada con el número 28N-97, donde se escondía el capo.

“Yo estaba en la calle, dándole leche a un gatico de esos que bajan de la loma, cuando de repente vi que venían corriendo por la calle como cincuenta policías, que me gritaron que me entrara a la casa y dejara la puerta abierta. No escuchamos ningún disparo, pero eso fue horrible porque dos helicópteros empezaron a pasarnos por encima y uno se asentó en la montana”, le dio a El País doña Rosalba, una mujer que llevaba 23 años viviendo en Santa Mónica Residencial.

Ella, al igual que el medio centenar de periodistas, camarógrafos y reporteros gráficos que se agolpó en el sitio donde se produjo la captura, se sorprendió de los primeros resultados que arrojó el registro hecho por los hombres del Bloque de Búsqueda.

El escondite

La residencia donde se ocultaba el capo estaba comunicada interiormente con dos casas y un edificio contiguo, las cuales, a su vez, estaban deshabitadas y tenían varias caletas.

“Había bastante ropa y zapatos en la habitación. Parece que este sitio le servía de casa y de oficina, porque además había muchos papeles y algunas armas en la caleta del cuarto donde lo encontramos”, sostuvo un policía vestido de civil.

Tras la puerta negra del garaje, de casi diez metros de ancho y que se accionaba mediante un sofisticado sistema eléctrico, fueron hallados un Renault 9 Brío, de color azul turquí y placas CBZ 235, y un campero Mitsubishi blanco de placas DBM 739, en los que Gilberto Rodríguez Orejuela y sus hombres de confianza jugaban al peligroso juego del gato y el ratón con los hombres del Bloque de Búsqueda, por todos los rincones de Cali.

Junto al máximo jefe de la organización, que posee el 80% del mercado mundial de la cocaína, estaban una joven de 23 años de edad, dos empleadas del servicio y tres hombres que le servían de escoltas.

Preocupado siempre, como era tradición en él, por lo que los medios de comunicación dijeran o dejaran de decir sobre su persona, Gilberto Rodríguez había grabado en doce videcassettes todos los noticieros de televisión de las últimas dos semanas. Junto a ellos fueron halladas varias listas con nombres de personas, cuatro pistolas automáticas calibre 9 milímetros y dos cheques por uno y dos millones de pesos.

Aún hoy (junio de 1995), cuando permanece confinado en una guarnición militar de la capital de la República, los hombre del Bloque siguen custodiando la casa donde cayó Gilberto, aunque en ella solo queden una biblioteca vacía, una cama y cinco afiches que honran a los primeros modelos de vehículos Ferrari, Volkswagen y Ford.

Lo dijo sin importancia un policía que lo persiguió durante 180 días: “A Gilberto siempre le gustaron los carros viejos, ahora ya se jodió”.

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