Pico y Placa Medellín

viernes

0 y 6 

0 y 6

Pico y Placa Medellín

jueves

1 y 7 

1 y 7

Pico y Placa Medellín

miercoles

5 y 9 

5 y 9

Pico y Placa Medellín

martes

2 y 8  

2 y 8

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

3 y 4  

3 y 4

Los dolores que secan al río Cauca

Desde el macizo colombiano hasta el municipio de La Virginia (Risaralda), el río Cauca muestra las penas que padece debido a la contaminación, agravada por la intensa sequía.

  • A lo largo del recorrido por Cauca, Valle y Risaralda, se evidencia que la intensa sequía de los últimos meses está acabando con la riqueza natural del río Caúca. FOTOs Colprensa
    A lo largo del recorrido por Cauca, Valle y Risaralda, se evidencia que la intensa sequía de los últimos meses está acabando con la riqueza natural del río Caúca. FOTOs Colprensa
  • Los dolores que secan al río Cauca
17 de enero de 2016
bookmark
Infográfico
Los dolores que secan al río Cauca

Los ríos de Colombia piden ayuda
La red de medios de Colprensa inicia este domingo una serie periodística que busca contarle a Colombia cuál es la actualidad de sus principales ríos, el Cauca y el Magdalena, a los que hemos volteado a mirar este año, cuando nos enteramos de la crítica situación que viven por la sequía que provoca el fenómeno de El Niño.

Lejos de quedarnos en mostrar esa realidad, este trabajo –en el que se suman los esfuerzos de los nueve medios regionales más importantes del país— quiere despertar el deseo en todos los colombianos de cuidar y respetar sus dos afluentes, que son símbolos de nacionalidad y que a lo largo de la historia han irrigado desarrollo y crecimiento.

Los dolores que secan al río Cauca
Como la mayoría de ríos en Colombia, este, el Cauca, también nace para recorrer la muerte en todas sus formas. Desde la que le provee el hombre talando los bosques que lo protegen y ensuciándolo con cuánta porquería es capaz, hasta la muerte de los hombres que terminan en sus aguas, que también son un cementerio. Así ha sido desde el principio de los tiempos y así es todavía hoy.

Yendo en contra de la corriente y recorriéndolo desde que deja el departamento del Valle, en dirección a sus orígenes, o partiendo de lo que se supone son todos los muelles donde se le estanca la muerte, en dirección a donde comienza la vida, tal vez sea posible evitar las repeticiones en su historia. Pero con la sequía que también le cae desde hace meses y las predicciones de este fenómeno de El Niño, los únicos cambios que aparecen en el camino es que, acaso, ahora todo es peor.

(Vea también: Un recorrido por las grietas de la sequía en el Cauca)

A las 10:00 de la mañana de este miércoles la voz del comandante de Bomberos de Risaralda crujió en un mensaje de radio replicado a todas las estaciones de la zona: a partir de aquel instante la alarma de cada municipio debía empezar a sonar dos veces al día, como un recordatorio adicional para toda la gente: “... que sientan nuestra presencia, que estamos pendientes de ellos y que en estos días deben tener mucho cuidado, que recuerden que una quema puede arrasar toda una finca...”

En la estación de La Virginia, el bombero Jesús Guillermo Villamil tomaba nota con el fervor de un creyente que había escuchado la voz divina. Los días a los que refería la voz del radio, “estos días”, pertenecen a la sequía más seca de la que tengan memoria sus 10 años apagando incendios, así que ninguna recomendación va a estar de sobra; ni siquiera la estridencia que en un pueblo tranquilo resulta la alarma de los bomberos sonando a dos tiempos.

En el río Cauca, por ejemplo, el segundo afluente más importante de Colombia, Villamil ha visto tramos que se pueden atravesar caminando. “Quedan sitios muy hondos también, pero hay sitios que prácticamente a uno le da tristeza ver esas playas de arena en el río”. El pasado 31 de diciembre, allí en La Virginia, el Cauca descendió al nivel más bajo del que se tenga registro en el Cuerpo de Bomberos: 14 centímetros. Diez centímetros más profunda, es una botella de agua.

La medida, sin embargo, se explica mejor en el tamaño de los apuros que ese descenso ha ido provocando a lo largo del río que cruza en dos este departamento de planicies bautizado en su honor: Valle del Cauca. Los bomberos de La Virginia, primer municipio de Risaralda por donde pasa el afluente después de dejar la región, tuvieron muchos problemas cuando el pasado 30 de diciembre dos muchachos terminaron ahogándose frente al puente de Anacaro, en Cartago, y la lancha en que emprendieron la búsqueda de los cuerpos encalló cuatro veces hasta la desembocadura del río La Vieja. “Esa era la navegabilidad que ese día permitía el Cauca”.

Remojos

Ha llovido por estos días. Ha llovido arriba, en el departamento del Cauca, donde la máquina del agua empieza a funcionar, y los aguaceros, largos, mezquinos o como quiera que hayan sido, cambian todo el panorama. En consecuencia, al dejar el Valle, en La Virginia el río sigue viéndose bello con la corriente subiendo. Pero es una belleza que se sabe en decadencia porque lo que ahora alegra la vista es un pálido reflejo de lo que fue, mucho antes de que el departamento engordara de gente y el río terminara convirtiéndose en el desagüe favorito de los 19 municipios que atraviesa de sur a norte.

Solo entre Cali y Yumbo, el afluente es el vertedero de unas 600 empresas. Y ahora es este Niño-Fenómeno, empecinado durante los últimos meses en llevarse consigo el resto de vida que sobrevivía a la contaminación.

En los tres últimos días, dice el arenero John Jairo Arboleda, el río ha subido dos o tres cuartas, que su sabiduría traduce en unos 50 centímetros. Es por esa razón que el pasado miércoles, a la altura de Puente Nuevo, se repetía como si nada el paisaje de siempre, con hombres a la orilla escarbando el fondo para sacar arena. Pero por estos días nada es como parece, dice Arboleda, y desde hace un tiempo ya no solo basta con sumergirse y estirar la mano para cargar un balde, sino que ahora, para poder ir al fondo, los areneros se las arreglan con unos rudimentarios escalones que fabrican clavando topes de caucho sobre maderos de al menos cinco metros de largo. Y esos maderos sirven dependiendo del lugar. “Todo ha cambiado en el Cauca”, decía el hombre con voz de resignación el pasado miércoles a la una de la tarde, cuando su lancha arenera, de 15 metros de largo y desprovista de un nombre, avanzaba en contra de la corriente y también de la barriga hirviendo que el sol le había descargado encima.

Cinco o seis veces al año, contaba el arenero al empezar a profundizar en esos cambios, baja por el afluente una mancha maloliente que en La Virginia conocen como ‘agua-mala’, aunque nadie a ciencia cierta sepa bien qué es. La manera de explicar sus efectos, en todo caso, es muy simple para Didier Torres, el lanchero y socio de Arboleda, que imitaba con su boca el desespero de un pez que no encontró oxígeno en el agua y salió a la orilla para tratar de morder el aire. “Es algo que les quema las branquias”, cuenta él, casi convencido de que esa mancha indescifrable está compuesta por químicos vertidos por ingenios cañeros e industrias. Hasta hace ocho años, los cálculos hablaban de más de 500 toneladas de desechos cayendo cada día sobre el recorrido que a través de siete departamentos hace el Cauca, desde su nacimiento en La Laguna del Buey, en el Macizo Colombiano, hasta su desembocadura en el magdalena, arriba en Bolívar. Hoy día, según los cálculos, los desechos podrían ser el doble.

Sin pesca

A la orilla del río, en un recodo de la corriente conocido como El remolino del Jaibaná, Jorge Rendón, de 67 años y pescador desde hace 50, contaba que una vez estuvo acampando en ese mismo lugar a la espera de los barbudos, bagres, cachamas, mojarras, tilapias y viringas, que antes se cogían con solo lanzar el anzuelo, y durante dos días lo único que vio bajar fue peces muertos. Algunos hasta de ocho libras, dijo, tratando de dibujar con los brazos estirados el tamaño de la mortandad. Poco más adelante, empujada por la corriente para ahorrar la gasolina, una lancha bajaba con el botín de la jornada exhibido en el techo, como una triste ratificación de lo que contaba el pescador: una poltrona amarilla.

Esa, quizás, haya sido la mejor pesca del día cuando lo sequen al sol y puedan cambiarlo por cualquier peso. Antes de las dos de la tarde, la voz de Claudia de Colombia, cantando Natalie y saliendo por el parlante del radio transistor Krömbi que también viajaba en la lancha de los areneros, era la única nota alegre en el río

Yendo hacia arriba, en busca de sus orígenes, nada es muy diferente. En Cartago, detrás del aeropuerto y abriéndose camino entre un mar de cañaduzales, está el corregimiento Cauca, seguramente nombrado de esa manera en homenaje al río. María Leonor Bedoya, de la Fundación Hydra, dice que ese es uno de los puntos más afectados por la contaminación en el norte de la región: al igual que en otros lugares incontables, incluso por los estimativos, el río es el desagüe del pueblo.

El otro miércoles, la orilla del Cauca, en el Cauca, era un puerto de la tristeza; en un barrial extendido por casi un kilómetro estaba abierto un playón que la dureza del sol había dejado casi blanco por completo. Sobre el barro, huellas del agua evaporada que ahora solo son moldes ásperos del vacío. Y sobre eso, bolsas plásticas ondeando al viento sus hilachas porque el contenido ya estaba en el río; también dos calcetines de flores moradas, una camisa de overol caqui talla M, un plato desportillado, pañales desechables y un zapato negro izquierdo, con la suela derritiéndose bajo la canícula.

Y en lo que parecía ser un embarcadero, un bote de madera pintado de rojo, lleno de unos caracoles diminutos y muertos alrededor de un enredo de hilos mojados, piedras y botellas plásticas que en otra vida debió funcionar como una trampa para peces. Lo único con vida ahí, de hecho, era un enjambre de moscas revoloteando encima. El dueño del bote, Luis Carlos Clavijo, de 76 años, contaría más tarde que lleva cinco semanas sin poder sacar un solo pescado. Los problemas, más o menos iguales y casi siempre peores, siguen viéndose en el camino: el déficit forestal del río Cauca en el departamento del Valle es de 260.453 hectáreas, según la Corporación Autónoma Regional del Valle, CVC.

La capital del departamento es quizás una de sus peores estaciones. Allí el Cauca no solo debe lidiar con los vertimientos industriales, sino con la descarga de los seis ríos que cruzan la ciudad, al igual que de los cauces del Timba y el Palo, que lo atraviesan en el departamento del Cauca, antes de llegar a Cali. Ese lastre tan pesado de sedimentación, es la explicación técnica que en la CVC dan para la turbiedad que lo llena siempre del mismo color revuelto y café, además, claro, de la carga contaminante que se le come el oxígeno.

Sumado a todo, está el interminable lío de las construcciones que han ido creciendo sobre los 17 kilómetros del dique que protege a la ciudad de un desbordamiento del Cauca. Hasta el año pasado, la Alcaldía había contado allí 54 negocios de toda índole funcionando día y noche: desde peluquerías, hasta marraneras. Para el comienzo del 2015, ese dique era el hogar de unas cuarenta mil personas.

William Ocampo, ingeniero químico con un doctorado en Ciencias Ambientales y director de la facultad de Ingeniería de la Universidad Javeriana de Cali, dice que el problema del Cauca a su paso por Cali es muy grave porque los niveles de micro-contaminantes se desconocen.

“Hicimos un estudio para evaluar los riesgos, en particular de los potenciales de cáncer por la presencia de Hidrocarburos Poliaromáticos (PAHs). Los resultados se publicaron recientemente en una revista científica (The Science of the Total environment, de la Editorial Elsevier), e indicaron que los niños que se bañan en el río y las personas que trabajan en extracción artesanal de arena están muy expuestos a estos contaminantes”.

Finalizando esta semana, la lluvia, efectivamente, había cambiado el panorama del río también en el departamento del Cauca, donde queda su nacimiento, en cercanías del cielo y del volcán Puracé. Detrás de la represa de La Salvajina, en el municipio minero de Suárez, los bancos de arena que el lanchero Luis Carlos Ambuila llegó a ver a finales del pasado diciembre, hoy solo son recuerdo. Desde Santa Bárbara, un caserío olvidado que no aparece en los mapas, ahora otra vez salen botes que pueden llegar hasta la bocana que lleva el Cauca hasta la represa que surte de energía a buena parte del suroccidente colombiano; y entonces como antes, y como siempre, pueden verse de nuevo montañas sembradas de los otros líos que lo recorren buena parte de sus orillas: plantaciones de coca y marihuana.

Parte del proceso químico de la fabricación de la droga en laboratorios y cocinas camuflados en esas mismas lomas, termina escurriéndose hasta el río, que este jueves seguía viéndose de su mismo color eterno: tristemente café, como si fuera llanto de las montañas.

El empleo que buscas
está a un clic

Nuestros portales

Club intelecto

Club intelecto

Las más leídas

Te recomendamos

Utilidad para la vida

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD