En un volante de la segunda campaña a la presidencia de Belisario Betancur—que perdió en 1978 con Julio César Turbay— el origen del político es uno de los rasgos de su biografía en los que se hace hincapié. El texto informa que el candidato conservador nació en la región minera de Amagá, un municipio del suroeste de Antioquia, a poco más de una hora en carro de Medellín.
Esta característica fue y es siempre la primera que se menciona en sus perfiles, entrevistas, notas biográficas. Belisario fue la encarnación del Self-Made Man –el hombre hecho por sí mismo–: de la pobreza rural pasó a los puestos estatales de mando. Sobre ese tema EL COLOMBIANO le preguntó a Beatriz Betancur, la hija mayor del expresidente.
Ella atiende la entrevista mientras está de paso en Barichara.
“Esa fue una constante en la vida de mi papá: el empeño en sacar adelante proyectos. Yo creo que él desde pequeño quería destacarse y quería servir. No pienso que desde tan chiquito pensara en ser el presidente de la República, pero desde la escuela se destacó, en medio de muchas vicisitudes y todo. Fue un peladito que quería aprender a leer rápido y así lo hizo. Ya más grandecito aprendió a declamar, una práctica que ejerció toda su vida. Cuando quiso seguir estudiando, el padre Apolinar Cuartas, un ser maravilloso y amoroso, le dijo: “mijo, vengase para el seminario de misioneros de Yarumal, que puede seguir estudiando”. Y para allá se fue sin tener vocación para sacerdote ni mucho menos. Se le abrió el mundo porque era la oportunidad de seguir leyendo, averiguando y estudiando”.
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En los años de la infancia, Belisario descubrió dos cosas que marcaron el norte de su vida pública: la literatura y la política. En 1993, le habló de esos hallazgos a la poeta María Mercedes Carranza.
En la mitad del diálogo, recitó de memoria una estrofa de Epifanio Mejía y afirmó que Leónidas Escobar —el secretario del Concejo de Amagá— le desveló “los misterios de la política parroquial, nacional y mundial”.
EL COLOMBIANO le pregunta a Beatriz por la vena lírica de su padre, quien dijo haber escrito una novela titulada “Carbón”, que terminó en el cesto de la basura una vez descubrió que Albert Camus ya había escrito –y mejor– el relato de los niños pobres.
“Como te decía, desde muy pequeño quiso aprender a leer. Empezó a tener contacto con libritos mientras acompañaba a su papá en la cuestión de la herrería y de las mulas, allá arriba, en Amagá. Y siempre quiso más y más y más. Uno lo veía hasta los últimos días de su vida leyendo y averiguando cosas, pero con deleite: para él nunca fue una obligación. Se gozó la vida, se gozó los libros. Era un amante de la lectura y de la poesía, por supuesto. Él contaba muy graciosamente cómo en el colegio, en esos primeros años, en las sesiones solemnes lo ponían a recitar. Y entonces él nos recitaba esas poesías con una gracia y una alegría”, narró.
“Él tuvo contacto con los grandes poetas de este país: fue amigo de Jorge Rojas, del maestro Carranza, de los nadaístas. Él admiraba profundamente a las gentes que estaban ávidas por saber y ávidas de escribir. Él establecía conexión inmediata con esas personas. Él decía muy tímidamente que había cometido algunos versos y al final de sus días le hicieron un libro y se sintió demasiado orgulloso de haber publicado sus poesías. Sí, a pesar de que decía no, no, no, no, no, yo no soy poeta, yo cometo poesía”, añadió la hija mayor del expresidente.
El libro se titula “Poemas del caminante” y una de sus estrofas habla de los laberintos de la identidad.
“Otros dirán por mí quien quise ser,/yo solo sé decir que no lo fui”. Esa frase contiene la encrucijada de uno de los personajes públicos importantes del siglo XX colombiano: sobre Betancur —sobre sus veleidades culturales, su ascenso a la presidencia, su búsqueda de la paz con los grupos insurgentes— se ha escrito mucho y en muy distintos tonos: los artículos de prensa y los libros van del elogio de quien lo considera un humanista metido en la arena de la política—una especie de Marco Aurelio o de Rafael Núñez—hasta la diatriba por los desastres del Palacio de Justicia y de la avalancha que borró del mapa a Armero.
Su bibliofilia fue proverbial. En 2006 le donó a la Universidad Pontificia Bolivariana trece mil libros de su biblioteca personal. Con esa montaña de volúmenes, las directivas de la UPB abrieron una sala con el nombre de Betancur en la entrada. Allí están las reliquias de su vida social y política: su máquina de escribir, las medallas que recibió siendo presidente de la república, la pintura que le trajo Juan Pablo II en el aciago 1986. También están los ejemplares con autógrafos de Fernando Vallejo, Otto Morales Benítez, León de Greiff y Gonzalo Arango. Hay, según las bibliotecarias, casi 30 ediciones distintas de El Quijote, incluyendo una con un mensaje de Betancur a la comunidad académica.
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La relación de Belisario con EL COLOMBIANO comenzó en los cuarenta y se extendió hasta la semana de su muerte. Quizá la primera alusión que se hace de su trabajo intelectual apareció en 1940 en las páginas de Generación. Un editorial del suplemento menciona a un “admirable muchacho antioqueño que ha escrito unos apuntes críticos”.
Se trata del ensayo Sentido y alcance de una generación, publicado el 15 de diciembre de 1940. El texto hace un examen de los poetas antioqueños emergentes y consagrados: Edgar Poe Restrepo, Hernando Rivera, Saúl Aguirre, entre otros. En dicho artículo y en Cristianismo, misión y vocación del espíritu —incluido en la edición de julio de 1941— predomina el tono de tribuno, con oraciones pensadas para la lectura en voz alta y no tanto para el análisis del fenómeno estético.
En los ensayos se percibe un escritor que se acerca a la literatura movido por las impresiones y no por un aparato crítico o conceptual. Tal apreciación también cubre a los artículos Germán Pardo García, la vida literaria en México (octubre de 1943), Nuestro Simón Bolívar, Cómo ven al Libertador las nuevas generaciones (marzo de 1944), San Juan de la Cruz, su proyección en el mundo actual (abril de 1944).
“En EL COLOMBIANO escribió muchísimas columnas. Antes de llegar a EL COLOMBIANO, él había escrito para Defensa. También lo hizo en cuanta revista y publicación se le atravesara. Así fue desde su periodo universitario y así siguió toda la vida, pero obviamente con EL COLOMBIANO tuvo un nexo muy especial. Le cuento una anécdota muy bonita: en los últimos momentos de su vida, cuando mi papá se enfermó se llevó los textos de El Colombiano Ejemplar para la clínica. Un día hubo de que llevarlo a urgencias y él pidió los textos porque le faltaba mirar unos. Y cuándo él estuvo ya tan enfermo para morirse, estaba mirando los textos de EL COLOMBIANO. Una belleza, él tenía un compromiso y lo iba a cumplir, no lo alcanzó a cumplir, pero lo iba a cumplir, tenía todas las intenciones”, contó su hija Beatriz.
Belisario fue el motor de Tercer Mundo, el sello responsable de editar la obra del intelectual de izquierdas Gerardo Molina y ese hito de los estudios colombianos que es La Violencia en Colombia, de Orlando Fals, Eduardo Umaña y Mons. Germán Guzmán Campos. También fue el fundador de la Anif y uno de los mecenas de la Casa de Poesía Silva, de Bogotá. Y como si esto no fuera suficiente para trazar el perfil de un político distinto, también incurrió en la traducción los poemas de Constantino Cavafis, el gran referente de la poesía elegante y erótica.