“Su abuelo no es un guerrillero, no es un terrorista, no es un depravado. Ustedes saben que eso no es así, entonces, tranquilos. Oirán muchas cosas horribles, pero eso pasa en la vida, también pasa el tiempo. Tranquilidad, no hay que precipitarse, las cosas evolucionan. Lo que se está haciendo es de buena fe y con absoluta honestidad, con probidad. Cierren los oídos en la medida que puedan, no se preocupen demasiado, que esto, dijéramos, es parte de la vida”.
Así fue como Humberto de la Calle Lombana explicó a sus nietos su papel como jefe del Gobierno en La Habana, en el proceso de Acuerdo con la guerrilla de las Farc, que firman mañana el presidente Juan Manuel Santos y el líder guerrillero Rodrigo Londoño, alias “Timochenko”, en Cartagena.
En un diálogo extenso con EL COLOMBIANO, De la Calle reflexiona sobre el proceso, habla de los retos de país que vienen para implementar los acuerdos y de su futuro.
Usted hizo parte de la tertulia de un grupo de jóvenes llamado “Las 13 pipas”, en la década de los sesenta y hablaban de nadaísmo y de Gonzalo Arango. En un libro editado hace unos 20 años con cartas inéditas de él, había una dedicatoria a su mamá: “como un favor muy encarecido, que no destruyas mis cartas. Ellas serán un testimonio permanente de mi amor hacia ti. En el futuro, pase lo que pase, ellas serán una prueba de mi amor hacía ti contra los malentendidos de la ingratitud o de lo que pueda llamarse, sin fundamento, un sadismo espiritual que te pudiera hacer sufrir, pues contra todo amor y toda compasión yo estaré siempre de parte de mis ideas y de mi libertad”. En ese contexto, ¿cuánto ha sacrificado de sus ideas y de su libertad?
“Pues me parece una estupenda pregunta porque, oyendo a Gonzalo Arango, también quisiera arrancar desde la época de la adolescencia. “Mi familia era particularmente católica, practicante, sobre todo mi madre. Cuando empieza a irrumpir la rebeldía, el nadaísmo, las lecturas del existencialismo, se crea una tensión en mi casa, en especial con ella. Comenzamos una vida muy semejante a la de otros que terminaron en las armas. Hace poco León Valencia contaba sus experiencias en el colegio, con sacerdotes, en mi caso también. Luego vino la acción social. ¿Dónde es el momento en que algunos toman el camino de las armas y otros no? Entre esos estoy yo y por eso existía en mí el repudio a la violencia desde un principio. A base de aprendizaje y error uno va canalizando su rebeldía y dándole un camino que sea razonable y aceptable, así sea relativamente. Las rebeldías juveniles se van decantando, me parece que ese es un fenómeno general”.
Usted tiene un chat familiar y en el proceso escribía “avanzamos” si había progresos. Cuando ocurrían retrocesos ¿cuál ponía?
“Ponía esto está duro o la cosa está enredada, o esta vaina está difícil”.
¿Y tenía alguna persona de ese chat que confiara plenamente en usted y otra que dijera todo esto me cuesta entenderlo?
“Sí, había varios usuarios de esa red. Estaban los nietos que se sintieron muy orgullosos desde el principio, así no entendieran muy bien. Decían, ‘Beto está en La Habana, hablando con unos tipos malos y se supone que de ahí salga algo bueno’. Lo que yo veía era apoyo. Luego estaban mis hijos, mi esposa, siempre tuve el apoyo de todos, pero también, claro, como usted dice, preguntas. No con la mala intención, sino que pedían aclaración”.
Seguramente van a salir muchos libros del proceso de paz. ¿Usted escribirá uno?
“No se puede caer en el egoísmo de dejar solo para sí unas experiencias que tienen importancia general. Creo que debo compartir muchas de las cosas que allá se dijeron. La ventaja es que, realmente, no hay nada secreto, porque no terminaba uno de pensar una cosa y ya todos los periodistas la sabían, eso me pareció un poco chistoso porque. La confidencialidad nunca funcionó. Lo que hice en La Habana es imborrable, sea bueno, regular o malo y creo que tengo la obligación de compartirlo”.
¿De quién quisiera leer un libro del Acuerdo?
“De “Timochenko”, para ver cómo era el pensamiento desde la otra orilla”.
Usted ha tenido dos ovaciones grandes: una fue con la Asamblea Constituyente de 1991 y la segunda en La Habana ¿Cómo se sintió?
“Me abrumó. La vida ha sido tan generosa conmigo no tiene ninguna deuda, yo estoy ‘chuliao’, como suele decirse. Más allá de la famosa pregunta, que espero que no me la haga, la de la candidatura presidencial, por fuerza de las circunstancias he llegado a un punto en que uno sí entiende que tiene unas responsabilidades con la sociedad. Luego, cuando pasa la euforia y el aplauso, lo que queda es el desafío, qué puede hacer uno para preservar cosas que son importantes en Colombia”.
Por qué no quiere que le pregunte si se va a lanzar a la Presidencia...
“Porque si uno dice no, no le creen. Usted no me va a creer si le digo que no. Y si respondo que sí, armamos un tierrero absolutamente inadecuado e inoficioso. No tengo ninguna neurona ocupada en ese asunto en este momento”.
¿Quién es el contradictor que más ha respetado?
“¡Caramba!, esa está difícil. En política, lo que intenté hacer, fracasó. No conservo ningún recuerdo negativo de eso, me parece que es una cosa del pasado. Diría que no tengo realmente contradictores, por lo menos no me empeño en fabricarlos. Realmente no soy capaz de responder esa pregunta porque no he pensado en eso”.
Pasemos a otro tema. ¿Cómo encontraba su centro cuando se sentía perdido en medio de tanto trabajo, de discusiones difíciles?
“Primero, de pronto hay detalles que pesan demasiado o se pierde demasiado tiempo en detalles que luego terminan siendo insignificantes En segundo lugar, era claro que estaba frente a un grupo que ha cometido actos terroristas, porque eso se llama así, esa calificación es objetiva, eso no merece discusión, lo cual genera una tensión sicológica. Por las noches siempre tenía que volverme a centrar, a decir, mire, lo que estoy tratando de buscar es un camino, oigo las inquietudes que presente el antagonista, pero las tengo que procesar a través de lo que realmente conviene desde la perspectiva de la ciudadanía de Colombia. Este no es un acuerdo para las Farc, es un acuerdo realmente para los colombianos. Era un equilibrio permanente, pero siempre tenía que estar uno reencontrando el camino, diciendo: no olvidar de qué se trata y no olvidar la trascendencia del hecho”.
En la casa de La Habana, ¿cómo se escapaban de todo ese trabajo?, ¿con música?, creo que el golf era una opción...
“Súbitamente me encontré una cancha de golf cerca de La Habana bastante buena, iba con Ricardo Santamaría. En ese momento estalló el famoso tema del catamarán, que me pareció de una enorme injusticia, pues los señores de las Farc estaban en un momento de descanso, al que tiene derecho todo el mundo y se quiso armar una gran tremolina con eso. Entonces le dije a Santamaría: ‘no se nos ocurra jugar, una foto con un palo de golf y se acaba el proceso’. En segundo lugar leí mucho, en cierta forma fue una retribución, porque como la casa-estudio —como le decíamos—, implicaba que después de la cena uno se subía a su habitación. Había un televisor que nunca encendí, abajo mirábamos los partidos de la Selección Colombia. Al principio salíamos más de la casa-estudio a La Habana, recorríamos la ciudad antigua, pero uno también de eso se cansa, y terminamos bastante enclaustrados. A la hora de la comida (desayuno, almuerzo y cena) siempre estábamos juntos y con unas personas que nos ayudaban y nos servían con gran generosidad”.
De otro lado, ¿para usted qué es la palabra “paz”?
“Creo que en la sociedad colombiana todavía hay un rezago, una inercia de personas que creen que hay una violencia buena frente a una violencia mala. Así nos lo expresa el disco duro de muchos colombianos y está la disculpa de sus actos violentos: ‘yo excuso mi violencia por la violencia del otro’. Y me refiero a todos los protagonistas. Si no logramos superar la fase del ‘yo fui violento porque tú lo fuiste primero’, o ‘yo fui violento porque tú lo eres y tu violencia justifica la mía’, no daremos el paso real. Solo habrá paz en esa visión, dijéramos externa, en la medida que a la sociedad le quede claro que la única fuerza válida es la del Estado democrático. Eso no lo hemos logrado todavía y me parece que el acuerdo de La Habana es un comienzo, pero no es el resultado final que esperamos”.
En ese contexto, ¿cómo entiende la inequidad?
“Una situación de inequidad favorece el reverdecimiento de la violencia, el eslabonamiento de otras violencias. Me parece que también es un problema muy ligado a la capacidad de reconciliar, de entender, no necesariamente perdonar, pienso que el perdón es una cosa individual. Pero si uno no abre las puertas del espíritu hacia convivir con otro que es distinto a uno, tampoco lograremos la paz. Ahí es donde está realmente la posibilidad de convivencia”.
Y en ese sentido conceptual, ¿cómo concibe el perdón?
“Entiendo el perdón como el acto individual cuyo resultado es la liberación propia, no es el perdón del otro, porque nada esclaviza más que el odio. Perdonar es lo que da el paso a una vida nueva para la víctima, el perdón no concierne tanto al victimario, sino a sí mismo. Lo dijo de mejor manera Fabiola Perdomo, la esposa del diputado Juan Carlos Narváez, quien estuvo hace en La Habana. Ella afirmó: ‘lloré más el día que vi a las Farc en La Habana que el día que mataron a mi esposo, pero cuando los vi, los enfrenté, les reclamé y vi su reacción, se abrió una nueva vida para mí’. El odio esclaviza es a la víctima, el perdón es la forma de olvidarse de esa esclavitud”.
Ya entrando al proceso de paz, hay una solicitud de perdón colectivo: ¿cuál puede ser el nivel de perdón para una sociedad, para un país completo?
“Distingo entre el perdón y la reconciliación. El perdón no concierne al Estado ni a la comunidad, perdones colectivos realmente no los creo. Lo que sí existe, y ahí hay un papel del Gobierno, de la sociedad, es la posibilidad de abrir espacios de reconciliación que implica reconocer al otro, saber que el otro es portador de derechos, así haya sido un victimario, poder convivir con las características y las ideas del otro, sin necesariamente perdonar. La reconciliación hay que fomentarla, tenemos una tarea los colombianos en la reconciliación, el perdón dejémoslo a cada cual”.
¿Se puede lograr la reconciliación y a la vez permitir el desacuerdo?
“Pues, ¿qué pasará el 3 de octubre? La democracia se basa en el disenso. El consenso también es paralizante y una sociedad democrática está permanentemente en el disenso pero no puede quedar atrapada en él. Al otro día del plebiscito me parece que lo primero que se debe hacer es respetar el resultado y ese es el momento en reencontrarnos después de esta durísima batalla y esta polarización que realmente a me parece excesiva. El reencuentro es una especie de pacto nacional, tiene cierta semejanza con lo que decía Álvaro Gómez sobre el acuerdo sobre lo fundamental. Primero se debe reconocer la dejación de armas de las Farc, vamos a ver si gana el Sí o el No; segundo, no hay violencia buena si no erradicamos la justicia privada; tercero, tenemos un serio problema con la política y, en ese sentido, debería haber un consenso mínimo sobre cómo superar eso, lo cual incluye la real lucha contra la corrupción y atacar la inequidad en la sociedad colombiana y una decisión para que nos reencontremos como nación. Hay demasiado odio en Colombia y el 3 de octubre deberíamos olvidar el odio y buscar por lo menos unos acuerdos mínimos”.
Hay elementos del Acuerdo que generan mucho ruido en el corto plazo, y no dejan ver el largo plazo ¿Cómo explicar el costo-beneficio de lo que hay en ese pacto?
“No se ve el largo plazo, pero incluso, aún en el presente hay un examen microscópico magnificado de un elemento como es el de las sanciones, sin percatarse de que esto hace parte de un sistema de verdad, justicia, reparación, y en general, de todo el Acuerdo. El análisis de costo-beneficio sí me parece que hay que hacerlo ahora, proyectado a futuro. Por ejemplo, hay personas que piensan que la seguridad urbana es su máxima preocupación y no han reflexionado suficientemente sobre el efecto que tendría, en términos presupuestales y de recurso humano, sustraer la guerra con las Farc y el volumen de recursos que se podrían revertir en la seguridad ciudadana. Esto hay que mirarlo en proyección”.
Vamos al día del momento final del acuerdo. Usted como líder, acompañado por Sergio Jaramillo, venían negociando en un proceso de cuatro años y juicioso. Prueba de ello es que mientras el presidente Santos no logra subir en los índices de popularidad usted y su equipo siempre han sido respetados. Pero en esa fase final se vieron unas fotos con personajes de la política, del Gobierno, que parecía que no encajaban. ¿Qué pasó ahí?
“Creo que había una urgencia que me parece válida y que tenía como dos tipos de expresiones. El propio Gobierno terminaba un acuerdo que ya empezaba a volverse demasiado engorroso y largo, una discusión que podría terminar matando el acuerdo y no solo por resistencia u objeciones sino por irrelevancia. Luego sí hubo una mezcla de afanes, todos legítimos y, al final, esto suele suceder, bueno, llegan voces nuevas, la descripción que usted hace, en fin, pero eso ayuda a desatascar el famoso cónclave Lo esencial es que siempre mantuvimos la línea de negociación, el trabajo mío final fue el de coordinación de una serie de comisiones en las que estaban incluso estas caras nuevas, ministros, otras personas. Incluso no estuve presente en las subcomisiones, porque mi tarea era estar de una en una, manteniendo la coherencia de la negociación. Me parece que el resultado final es bueno, creo que es el mejor acuerdo posible y no hubo ningún descarrilamiento sustancial de la negociación en esos días finales”.
En los foros de Proantioquia y Explora se habló del “miedo”. Gonzalo Restrepo decía: “al miedo hay que escucharlo y no dejarlo a la interpretación”. ¿Para usted qué es el “miedo”?
El primer reconocimiento que hay que hacer es que esos miedos están bastante repartidos y uno podría decir que casi todo el mundo lo tiene. No olvidar el miedo que tienen las Farc (...) el otro gran miedo es, cómo garantizamos que las Farc no lleguen al poder y me parece que allí la pregunta está mal planteada, la respuesta tiene que ser más genuina, lo que queremos es que las Farc dejen las armas y compitan con toda lealtad y si obtienen triunfos electorales, la regla es respetarlos. Me parece que no puede uno pretender hacer la paz con la idea de que el antagonista nunca va a tener éxito, porque eso es una rendición, realmente no es un acuerdo. Pero confío en que los miedos deberán desvanecerse”.
En cuanto a la justicia transicional, también está el temor de que lo que no se procese allí, termine en la justicia ordinaria, con todas sus falencias...
“Hay dos tipos de posturas que me preocupan mucho: la de quienes piensan que este es un país maravilloso que no tiene problemas, que todo funciona y que llega un acuerdo en La Habana a tirarse una fiesta; y la segunda, que me parece igualmente perversa es la contraria, todo está mal y todo lo que está mal se le traslada al acuerdo de La Habana. En materia de justicia el punto de partida tiene que ser entender que hoy existen problemas y que, en efecto, la justicia ordinaria ha tenido éxitos y fracasos. El fin de la justicia transicional no es simplemente tragarse un sapo y aquí no pasó nada porque me parece que esa visión es muy recortada. La justicia transicional después de una violación masiva de derechos humanos lo que pretende es que el puerto de llegada sea reafirmar la vigencia del Estado de Derecho. El esfuerzo paralelo de mejorar la justicia es incansable y no depende ni de La Habana ni de las Farc”.
Otro “miedo” que existe viene de las empresas, que temen daños reputacionales. ¿Cómo las tranquilizaría?
Siempre hemos hablado de terceros no combatientes y no de empresarios, esa es una corrección que aparentemente es semántica pero no lo es, porque hay terceros que no combatieron pero que contribuyeron al conflicto. Ese problema no es hijo de La Habana, preexiste a La Habana. El que esté mencionado debe entender la jurisdicción especial como una solución para los terceros que fueron agentes determinantes o habituales en los graves crímenes, solo en ese núcleo enfrentan a la jurisdicción. Luego está el problema reputacional. Hay empresas que fueron mencionadas en una famosa lista que entiendo su origen es académico. Hay un riesgo y eso habrá que medirlo en términos de si una empresa, a través de sus empleados, colaboró y si ese empleado de manera determinante y habitual, fue partícipe en los más graves crímenes, tendrá un reflejo negativo, y me parece que eso es inevitable. Finalmente es lo que ocurre en una sociedad cuando aparecen las verdades en un proceso de superar un conflicto”.
¿Qué tanta “verdad” se requiere para cerrar el conflicto?
“La verdad se consolida en la coexistencia de las verdades individuales que, siendo auténticas, corresponden a experiencias distintas con las que uno pueda vivir, que pueda soportar. La persona que sufrió en La Chinita y la que sufrió en Bojayá tienen elementos distintos y ambos verdaderos. Pero la verdad, en términos del proceso de paz, es la coexistencia de verdades fragmentarias auténticas pero en un marco de respeto a esas narrativas”.
En buena parte de la población no se entienden los beneficios económicos que recibirán los guerrilleros...
“Que le den dinero a un guerrillero da rabia. Yo entiendo eso y más si un chico desempleado, que lleva seis meses presentando hojas de vida y le cuentan, seguramente responde: ‘por qué a esos señores que usaron las armas les dan el 90 % del salario mínimo y yo estoy buscando empleo y no he podido’. Ahí hay un problema moral y es respetable. Pero el problema práctico, me parece que lo estamos mirando al revés. Decimos, eso es mucha plata o es poca plata. Primero, eso es una brizna en el presupuesto nacional; segundo, en valor presente incluso es menos de lo que se venía dando. En Colombia a los reinsertados siempre se les da una ayuda inicial. Ahí no está realmente el fondo de la discusión”.
Frente al proceso de paz, el taxista que me trajo me dijo que votará sí en el plebiscito, porque “ya le cogimos la pata al perro y no se suelta. No le cogimos la cabeza, pero cogimos la pata al perro”. Esa me pareció una manera acertada de contar esto. ¿Con el acuerdo se cogió una pata o las dos patas?
“No sé si le cogimos una pata o dos patas, lo que sí sé es que el No (en el plebiscito) sería un enorme revés. Hay muchos partidarios del No que dicen: hay que votar No para renegociar. Francamente a mí me parece que esa es una ilusión, un acto de tan poco realismo que es inaceptable. ¿Qué es renegociar si gana el No? La guerrilla al otro día dice: ‘me convencieron, ahora sí me quiero ir para la cárcel, levanto la mano, me ofrezco para irme a La Picota’. De otro lado, la misión de Naciones Unidas, enviada por el Consejo de Seguridad se basa en un acuerdo, tiene un plazo de seis meses, fundado en que hay un cese de fuego bilateral, si gana el No, esa misión queda en el aire, con seguridad se diluye”.
¿Siente que hay personas atrapadas en el pasado?
“Sí. Creo que hay miedos pero no solo eso, me parece que hay comodidades, personas que piensan que el conflicto es una cosa por allá periférica, ajena. Ese es un riesgo que me parece mayor que el miedo. Un presidente de una institución financiera importantísima un día me dijo: ‘y usted por qué se metió en ese embeleco de la paz...’. Claro, desde un club social en Bogotá es muy fácil decir que la paz es un embeleco. Hay que entender que este conflicto debe terminar y que eso implica mayor sensibilidad: saber que hay gente que está sufriendo en Colombia mucho más de lo que se percibe en los centros urbanos. Yo le diría a esas personas: ‘es un buen negocio negociar, ya lo hicimos y ahora es un buen negocio refrendar el acuerdo’. Lo que vendrá en Colombia es una fase de insatisfacciones urbanas masivas e inorgánicas mucho más difíciles de manejar. En Colombia hay conflictos que se acentuarán, sobre todo en la clase media aspiracional. El mejor negocio para la clase dirigente colombiana es que no se junten dos posibilidades: la conformidad voluntarista y deliberada de las Farc, dándole manivela al conflicto, y la inconformidad inorgánica que está en el ambiente de ciudadanos, particularmente jóvenes, de los estratos dos y tres que se debaten en un mar de insatisfacciones”.
¿Cuáles son las violencias del futuro?
“Tenemos riesgos de violencias inorgánicas urbanas, primero; segundo, me parece que tenemos riesgos de populismo, si los partidos no se dan cuenta de sus propios talones de Aquiles, pues están en una zona de confort. Es decir, uno gana las elecciones con clientelismo, entonces no hay por qué preocuparse. Me parece que el ingreso de un grupo como la Farc, sin armas, significará una oleada de ideologización dura, de la política radical. Las Farc no han desistido de sus propósitos. De lo que han desistido es del método de la violencia que era, justamente, de lo que se trataba en La Habana. Para que no ganen las Farc en las urnas, tenemos que hacer una mejor política”.
El acuerdo busca “la construcción de una paz estable y duradera”: ¿cuáles son las condiciones para que eso pueda ser viable?
Me preocupa la tradicional incapacidad del Estado colombiano para lograr las metas que se propone. También hay una reflexión fiscal, yo les decía a las Farc, a título de broma, si hubiéramos negociado hace tres años y medio encontraríamos un país en una bonanza, la situación ahora es distinta y esa es una realidad. Las Farc también tienen que entender que, dando el paso a la vida civil, comienzan también ellos la responsabilidad de mirar cómo resolvemos los problemas. Hay unas realidades que pueden implicar que el proceso de implementación tome más tiempo del inicialmente imaginado. No hay un término pactado para el cumplimiento, pero creo que todos nos tenemos que adaptar a las realidades, también pueden cambiar favorablemente, la economía colombiana puede mejorar. El acuerdo de La Habana es el fin de una fase pero realmente es el comienzo de los mayores desafíos”
Usted mencionó a Álvaro Gómez y “el acuerdo sobre lo fundamental”. ¿Habrá que sentarse a hacer un acuerdo sobre lo social?, ¿qué nos une y qué nos separa en Colombia?
“La colombianidad, si se me permite esa palabra, tiene un sentido, no es retórica ni poesía. Cuando jugaba la Selección Colombia en La Habana, comentábamos el partido como colombianos. En ese punto, para que no se me malinterprete, desaparecía cualquier diferencia. Ahí hay un sustrato y sí veo una sociedad muy desarticulada. El problema de la inequidad es un asunto económico, pero también un problema social. Hay unas acumulaciones de riqueza y mucha falta de sensibilidad y de solidaridad sobre las personas que viven en la desgracia, la Constitución de 1991 se basó en eso, en la solidaridad. Creo que el capitalismo es la mejor manera de gestionar lo económico, pero hay que ir a un capitalismo consciente, el viejo capitalismo, el neoliberalismo de Reagan y de la Thatcher ya no nos sirve. Necesitamos un enjambre de tejido social que no es necesariamente gubernamental. Veo unas rupturas muy grandes en la sociedad. Particularmente la clase privilegiada urbana parece que viviera en otro país. Un líder indígena me dijo algo que me ha puesto a meditar: ‘no, es que Bogotá queda muy lejos de Colombia”. Y estoy creyendo que es cierto”.
¿Qué queda del alma de esa Constitución?
“No es una respuesta arrogante la que voy a dar: de esa alma queda el alma. Ha habido cambios, algunos dicen treinta y pico actos legislativos o no sé cuántos, que me parecen funcionales. Las constituciones son dos cosas: un sueño, un proyecto de sociedad, y una utilería, es decir, unas herramientas. El núcleo rector de lo que se hizo en el 91, incluso es más social que jurídico, me parece que está intacto y que sigue siendo útil, incluso para aclimatar la paz. Recordemos que las Farc al principio decía: ‘se necesita una nueva Constitución para que haya paz’. Creo que eso no es cierto, claro, se necesitan cambios, lo que se pactó en La Habana implica cambios, pero la esencia me parece que sigue intacta. El alma de la Constitución, en mi opinión, sigue vigente”.
¿Con quién del otro lado de la mesa tiene pendiente tomarse un café después de que pase todo este proceso del plebiscito?
“Al que menos conocí y solo tangencialmente fue a “Timochenko”, porque realmente él no hacía parte de la mesa. Puede ser útil el día de mañana volverse a sentar a repasar los acontecimientos y reconstruir lo que pasó en La Habana y, en general, con todos: “Márquez” tenía una posición rígida, dura, con cierta capacidad política de todos modos de moverse; Santrich tenía un radicalismo extraordinariamente exagerado; Catatumbo parecía más flexible en entender la necesidad de la paz; Alape me sorprendió que el mayor interés era la región, las comunidades; y Lozada es mucho más joven que los demás, es un carácter duro, cordial pero en las conversaciones a veces sí ejercía utilizaba un lenguaje muy duro”.
Le pido el favor de que defina a las siguientes personas con una palabra. Empecemos: Sergio Jaramillo.
“Un gran estratega”.
El general Jorge Enrique Mora.
“Firmeza”.
El general Óscar Naranjo.
“Creatividad”.
Luis Carlos Villegas.
“Conocimiento de Colombia”.
Gonzalo Restrepo.
“Sentido común”.
Frank Pearl.
Futuro de Colombia.
María Ángela Holguín.
“Gran diplomática”.
Rafael Pardo.
“Ojo avizor”.
En el 2012 usted escribió para El Espectador: “una agenda escueta, una metodología discreta, una negociación rápida, podría satisfacer las inquietudes de muchos, al menos de la opinión pública espontánea, aquella que no ha convertido la prolongación de la guerra en bandera partidista”. ¿Se cumplió?
“Lo de la rapidez francamente fue una ilusión, la agenda la mantuvimos rigurosamente, la jugada inicial en Oslo de las Farc fue ampliar la agenda o intentar ampliarla basándose en ejercicios puramente, entre comillas jurídicos, en eso no caímos nunca. La confidencialidad realmente no funcionó y particularmente las Farc utilizaron el proceso, también en un ejercicio propagandístico permanente, pero finalmente creo que el gran problema sí es la frase final, este es un proceso nacional en el sentido de que debería involucrar a todos. Las rupturas en la sociedad que se han ido conduciendo también hacia posiciones partidistas me parece muy malo. A veces pienso que el proceso es como el comodín, que el problema no es el proceso sino la utilización del mismo también con propósitos electorales (...).Por eso propongo que el 3 de octubre, hombre, hagamos una pausa, respiremos todos profundamente, bajemos el odio y comencemos a pensar que, pase lo que pase el 2 de octubre, siga caminando este país”.
Tiene algún temor de cara a las presidenciales de 2018...
“Sí, me parece que si no somos capaces de mostrar que el proceso se está desarrollando bien, que la implementación es real, si eso no ocurre o si vienen acontecimientos de orden público de otras vertientes que alteren mucho la vida nacional, puede haber un retroceso. Eso podría reflejarse en las urnas y generar un proceso de degradación, de pérdida de credibilidad, que sería enormemente grave”.