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A cinco minutos del centro, sobre una de las montañas del oriente, se ubica El Faro de Medellín, un barrio que quiere convertirse en nuevo referente de turismo con una propuesta que incluye senderismo, paisajismo, avistamiento de aves y un graffitour, todo en el mismo lugar.
“Queremos contar cómo convive una ciudad rural con la urbe”, dice Anthony Duque, un joven de 25 años e integrante del colectivo “Elemento Ilegal”, que está detrás de la propuesta turística.
Duque y sus 10 compañeros -todos vestidos con ropas anchas, de colores oscuros con estampados típicos del hip hop- van siempre acompañados por Óscar Zapata, uno de los fundadores del barrio que llegó desplazado desde Yarumal, y que hoy alterna su actividad de reciclador con la de guía turístico. “Hago de todo, pero sigo siendo campesino”, cuenta el hombre de 51 años.
El recorrido tiene todos los componentes de un tradicional paseo paisa: arranca en bus desde el centro de la ciudad y según la ruta escogida, puede incluir desde una visita a una laguna hasta un tour por cafetales. Pero además incluye la historia del barrio, recorrido por los grafitis que decoran las casas y caminata hasta la cima del cerro Pan de Azúcar, que tiene una de las mejores vistas de la ciudad.
“Es que Medellín es el mejor vividero, y nosotros tenemos el mejor balcón”, dice Felipe Cataño, compañero de Duque en el colectivo.
Los recorridos -que se hacen cualquier día de la semana, pero se programan con dos días de anticipación- arrancan en el parque de Boston, donde se toma el bus hacia El Faro.
Después de 15 minutos de camino el visitante termina tomando café en una tienda local, al lado de una placa polideportiva con nombre propio: “la cancha de Tavo”, donde aparecen los primeros murales pintados.
Óscar, a quien todos conocen como Oskín, toma la vocería y explica que el dibujo representa a su barrio: tiene unas manos que labran la tierra, casas campesinas, es eslogan de “dignidad y resistencia” que los identifica, la cancha y su elemento más preciado: la paz.
“El Faro es el barrio más tranquilo de la ciudad, vivimos en la mejor zona aunque nos faltan muchas cosas, como el agua potable”, dice.
Los turistas son llevados por calles empedradas que hasta hace dos años eran trochas pantanosas. Anthony cuenta que los primeros en construir vías de acceso hacia la montaña fueron los presos de la extinta cárcel La Ladera, pero que hace dos años el proyecto Parque Arví les construyó varias rutas.
Mientras avanza por la calle, el turista es guiado por historias del barrio: desde la casa donde vive una señora sola a la que le construyeron escaleras de acceso, hasta la sede comunal que todavía tiene el piso de tierra pero ya está decorada con murales alusivos a los niños y el medio ambiente.
Los grafitis, explican los guías, fueron pintados durante intervenciones hechas por los jóvenes del barrio con ayuda de artistas de otras comunas y otros países. Ese “parche” lo llaman Alegrarte y es una de las fiestas más importantes del barrio, que se hace cada dos años.
Los niños del barrio también hacen presentaciones musicales, de baile y otras formas de arte para los turistas.
“Tratamos de estar con ellos y enseñarles lo que sabemos porque aunque aquí no hay bandas delincuenciales, sí hay una deserción escolar muy alta, pues la escuela más cercana queda a más de media hora de aquí”, menciona Anthony.
La vista desde los caminos es inmejorable. A la izquierda el caminante ve a Medellín a sus pies, completa y llena de contrastes. A la derecha ve árboles y pájaros, y escucha a niños correr por las escaleras que -como en casi todos los barrios populares de Medellín- conectan a los vecinos.
Después de una hora de caminar, el paisaje vuelve a cambiar. Las casas que abajo que eran separadas por unos cuantos metros son reemplazadas por fincas donde se siembra plátano, maíz, yuca y café. Todas tienen paredes en tapia, portones de madera, un par de perros que custodian y gente que saluda al viajero como si lo conociera de toda la vida.
Algunos negocios han ido surgiendo en el camino: un campo de “paintball” construido por privados, el acueducto comunal que es cuidado por todos, un par de restaurantes y zonas de picnic, y los cafetales que hoy sacan grano para exportar.
El sueño de los vecinos es conseguir una máquina de beneficio que les permita sacar el producto listo y venderlo en cafés de barrios como El Poblado y Laureles.
Luego de tres horas de caminatas, pausas e historias el recorrido llega hasta el cerro Pan de Azúcar, coronado por una figura religiosa.
Desde el mirador se ve toda la ciudad: el túnel que se construye en el oriente, que acortará el viaje al aerepuerto, los tres sistemas de metrocable, el metro, el centro y el río.
En medio de un ambiente tranquilo y con la compañía de niños que alcanzan la cima en bicicleta, el aire puro que se respira hace sentir que todo el esfuerzo físico valió la pena.