Por estos días, cuando ha vuelto a llover en Salgar, La Liboriana es un torrente frío que refresca la tierra y el dolor a su paso por Las Margaritas. Es un caserío que exhibe sus ruinas, a los pies de una hacienda y una finca que comparten nombre, conocidas como La Margarita grande y la chiquita. Así la conocen los lugareños, campesinos acostumbrados a jornalear y que no anhelan cosas muy complejas en la vida.
Raúl Antonio Garzón espera de Dios y del Gobierno, que le ayuden “con remedios para olvidar”. Los recuerdos que quiere borrar empiezan la madrugada del 18 de mayo, cuando acabaron las parrandas del Día de la Madre.
“Un hermano mío y yo no podíamos dormir, no teníamos nada de sueño. De pronto, él me dijo que sentía un ruido muy raro, como de un carro grande pegado por ahí”. Alumbrando con una linterna vio morros grises moviéndose de un lado a otro y bajando por la quebrada. Nos salimos de la casa para una hacienda que hay vecina y ahí amanecimos, poniendo cuidado desde una manguita, a ver cuándo la quebrada se iba a arrastrar la casa”, recuerda.
Al amanecer, entre la algarabía de la gente, al sitio donde estaba con su hermano, le llegaron comentarios de que no quedaba nada ni nadie en la casa donde su esposa celebraba la noche anterior.
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La ministra de Vivienda, Elsa Noguera, anunció que la próxima semana se asignarán las primeras 179 viviendas de las 278 que se construyen con bajo la coordinación de su despacho para la recuperación de los sectores afectados por la creciente súbita de la quebrada La Liboriana, tragedia que cobró la vida de más de 100 personas en mayo de 2015.
La entrega de primeras casas está prevista para finales de julio, vendrán otras en septiembre y en enero de 2017 se completarán las casas adjudicadas, que se construyen en tres proyectos, uno de carácter rural y dos urbanos.
“Estamos ya a punto de cumplir un año de esta tragedia que conmovió tanto al país, pero lo más importante es que despertó la solidaridad de muchos colombianos y puso al Gobierno Nacional a trabajar de manera coordinada para devolverle la normalidad a Salgar”, dijo la ministra que visitó la zona este jueves.
El director de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres, Carlos Iván Márquez, aseguró que la reconstrucción va en un 86 %. La inversión ascenderá a 35.000 millones de pesos, aportes del Gobierno, soportados con la Gobernación de Antioquia y el Municipio.
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Nelson León Isaza tiene la tarea de pintar con un pincel, sobre 104 piedras, los nombres de las personas que murieron en la tragedia y cuyos cuerpos fueron encontrados. Entre las inscripciones están el nombre de una sobrina suya, además de primos, amigos y conocidos.
“En la tragedia cayó mi sobrina, porque mi hermana vivía acá y se la llevó la avalancha y ella se salvó con el esposo, pero la sobrina no pudo. También cayeron seis primos en un caserío que llaman El Mango, entrando el pueblo”.
Entre las obras civiles para reponer los daños que dejó la creciente de La Liboriana se tiene seis puentes peatonales y uno vehicular, demás de reparar otros seis necesarios. Avanza la instalación de un sistema de alertas tempranas con una inversión de 300 millones de pesos, y se está reconstruyendo el parque principal de Salgar, en que se destinan otros 3.200 millones.
También se levantó una cruz de unos seis metros de altura junto al nuevo puente vehicular. En la base, conformada por escalinatas de concreto deben quedar fijas las 104 piedras. Otros nombres, los de víctimas desaparecidas, no figuran en el monumento conmemorativo.
“Así den mucha colaboración, eso se queda marcado para siempre. Por la familia y los amigos de toda la vida”, cuenta el pintor.
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Al tiempo que los afectados por la tragedia en Salgar esperan que se concrete la reubicación, se hace más difícil el anhelo de muchos: olvidar. En Las Margaritas se ven las casas vacías, semidestruidas, con maleza creciendo en los zaguanes y las paredes manchadas por el lodo que alcanzó la altura de las puertas durante la avalancha.
“Mi hermano y yo nos pusimos pilas cuando amaneció a buscar qué difuntos encontrábamos. A mi señora se le encontró y dio sepultura”, relata Raúl Antonio que, según sus cuentas lleva 66 o 67 años viviendo en esa vereda “de donde es nacido y criado”.
Él, de sombrero tejido, camisa y bluyín y zapatos embarrados, desde una tiendecita desde donde se ve La Liboriana, se acuerda que además de su esposa perdió en la tragedia a 35 personas, entre familiares y amigos. Ahora le queda su mamá, “una viejita de 87 años que tiene que andar con un bordón (bastón)”, cuenta el campesino.
Cada vez que Raúl Antonio siente truenos se le quita el sueño, como a muchos de los sobrevivientes en el caserío. No sabe qué hacer con su vieja si resulta otra creciente. Por ella, y por poder dormir tranquilo, quiere irse a las nuevas casas.