En Antioquia no se necesitó que el Congreso prohibiera las corridas de toros —ley que se aprobó esta semana— porque hace más de cinco años no hay ni una novillada en las tres plazas que aún se mantienen en pie en Medellín, Fredonia y Titiribí.
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Las tribunas y los ruedos, que hace más de un siglo fueron primero teatrinos y circos, volvieron a sus fueros como espacios para la cultura después del esplendor que tuvo la fiesta brava entre los 70 y 90.
Los teatros circulares en los que la escena se podía apreciar desde cualquier ángulo solo se vieron hasta la primera mitad del siglo. El que viene a cuento en esta nota es el Circo España, que fue la semilla, años más tarde, de la plaza de toros. Inaugurado en 1910 entre las carreras Girardot y Córdoba y las calles Perú y Caracas, además de circo, recibía corridas y presentaba cine en un telón en la mitad, el problema era que la gente que estaba detrás tenía que ver y leer al revés.
Tenía capacidad para 6.000 personas que eran distribuidas según el estrato social, siendo de la clase alta, por supuesto, la mayoría de los asistentes; los pobres ocupaban el tendido de sol y los ricos el de sombra, pero ante la lluvia todos ocupaban el mismo espacio, cuentan los registros de la Biblioteca Pública Piloto.
La Macarena, que se inauguró en 1945, fue el epicentro de la vida social durante varias décadas. La feria taurina llegó a tener hasta 11 corridas y una novillada y copaba la agenda de la ciudad entre febrero y marzo, había remates y sangría en hoteles y estaderos.
La tauromaquia era toda una movida en Medellín entre los 70 y los 90. Recuerda el extorero y ahora defensor animalista, Álvaro Múnera, que era la feria que más corridas tenía y la primera que se acabó porque se levantó desde finales de los 90 un fuerte movimiento antitaurino que llevó a que las corridas languidecieran hasta que murió Aviador, el último toro que cayó a la arena de la Macarena el 17 de febrero de 2018. Desde entonces es sede de cuanto concierto usted se imagine.
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Antes que la Macarena se levantó el Circo Teatro Girardot, en Titiribí, que se comenzó a construir en 1917 y se inauguró en 1929 por Enrique Olarte. El edificio es de planta circular, con un ruedo de 13 metros de diámetro y un conjunto de graderías y palcos en madera que se organizan alrededor del espacio central.
En el costado suroccidental se encuentra el acceso principal que reparte a las graderías, a los palcos y a la presidencia; y en el costado nororiental, se encuentra localizado el escenario. En la parte posterior están los toriles y el acceso de éstos al ruedo.
Aunque nunca hubo toreo profesional ni animales de casta, alquilaban y correteaban novillas. Años después se sumaron las peleas de gallos, por eso dicen en el pueblo que es la plaza más pequeña y la gallera más grande del mundo. Evelyn Suárez, coordinadora de Turismo de Titiribí, dice que se empezó a proyectar cine desde los 50, películas mexicanas, argentinas y religiosas. También albergó desfiles de modas, festivales de copla, fiestas escolares y exposiciones equinas.
La declaratoria de bien de interés patrimonial y nacional en 1998 por su arquitectura de estilo republicano impulsó su cambio definitivo en sede de la semana cultural del municipio, del festival de teatro, de canto, de declamación, de serenatas y conciertos. Restaurado y reinaugurado en 2005, es hoy un espacio turístico, abierto al público todos los fines de semana para contar la historia de otro converso.
Y cerquita del Circo Teatro Girardot —que muchos dicen es en honor al padre de don Atanasio—, está la plaza Torreones de Fredonia, inaugurada en 1972.
En su época de lozanía había corridas cada seis meses. La alcaldía quiere conservar la plaza, ya no para el toreo, que bajó el telón en 2019, sino como un centro de eventos. “Que hagan allá el festival de globos o algo para el encuentro de la gente del pueblo”, opina Yenifer Mejía, una vecina de la plaza.
Múnera dice que en Antioquia ya no hay tauromaquia ni puede haberla, porque en esas tres plazas que siguen en pie, se perdió ya un requisito que plantea una sentencia de la Corte Constitucional de 2010: la periodicidad. Ya hace más de cinco años que no se ve ni una novilla. Tampoco prosperaron un ruedo furtivo en Rionegro y una plaza portátil en el municipio de Santo Domingo.
Las que sí sobreviven son las corralejas, que diferente a la tauromaquia, no tienen reglamentación y son tierra de nadie. Están vinculadas más a prácticas culturales y transitorias durante las fiestas de pueblos de Urabá y Bajo Cauca. Después de una ordenanza aprobada en agosto de 2020 en Antioquia, que prohibió el uso de elementos que laceraran, cortaran y mutilaran a los animales, las corralejas dejaron de verse en Nechí, El Bagre y Chigorodó.
En Necoclí, Arboletes y Caucasia —este último el que más denuncias de maltrato animal ha tenido en los últimos años, ante los oídos sordos de la pasada alcaldía— se han organizado corralejas sin caballos y sin clavarle banderillas al ganado, condiciones que puso la ordenanza.
La Gerencia de Protección y Bienestar Animal de la Gobernación adelanta campañas de pedagogía en los municipios para que cada alcalde restrinja los espectáculos públicos donde haya animales, aunque el control es difícil porque recae en cada autoridad local. En todo caso, las plazas de toros en Antioquia no necesitaron ley para volver a su origen, el teatro, el cine y el canto.