Patricia se acomoda en una silla vieja, el único mueble que parece resistir el paso del tiempo en lo que queda de la biblioteca municipal de Jardín. Es como si en su mente esas estanterías aún estuvieran llenas, como si el eco de las risas de los niños y los murmullos de lectores aún se escucharan. Para ella, este lugar es el espacio donde tantos descubrieron mundos nuevos sin salir del pueblo.
Patricia Arroyave, la menor de 14 hermanos, siempre fue un espíritu indomable. Era una niña difícil, con una rebeldía que quemaba. Desde pequeña, sus días eran una mezcla de travesuras y libros. Se encerraba en el baño buscando un poco de paz en una casa tan llena, para poder leer en silencio. Años después, esa niña rebelde se convertiría en una dramaturga que llenaría de historias a Jardín.
Su camino empezó en Medellín, en medio de un momento de crisis. Dejó la Universidad Nacional cuando el teatro la atrapó. Su hermana le mencionó un curso en la Universidad de Antioquia y Patricia, sin pensarlo, se apuntó. De unas 70 personas, solo un puñado pasó el riguroso filtro, y ella fue una de ellas. Ese fue el primer paso en una vida dedicada al arte.
Después de terminar su carrera, una beca la llevó a Barcelona, donde estudió nuevas corrientes teatrales. Al regresar, enseñó en Caldas y, de vuelta en Medellín, decidió estudiar Literatura. Pero la vida la llevó a Jardín hace más de 27 años, donde empezó una nueva etapa.
El Jardín de los 2000
En este municipio del Suroeste antioqueño, Patricia abrió un restaurante con su amiga Marta, combinando su gusto por la cocina y el teatro, ofreciendo presentaciones de obras como “El gran Comilón Don Pantagruel” a los comensales mientras disfrutaban con el mismo entusiasmo de las comidas. Sin embargo, cuando el conflicto armado tocó las puertas del pueblo, el restaurante tuvo que cerrar.
Empezó a trabajar en colegios, enseñando a los niños a vivir aventuras en los libros o de un personaje en escena.
Un Jardín tras bambalinas
En el teatro, su trabajo siempre fue “con las uñas”. Sin recursos, con telones improvisados y trajes sacados de los clósets de los vecinos, a los que les daba una que otra puntada para adaptarlos a quien los usara.
Patricia lograba montar obras que emocionaban a una comunidad poco acostumbrada al teatro, especialmente después del conflicto. “Aquí la gente tiene un gusto especial por disfrazarse; Halloween, por ejemplo, es toda una celebración”, comenta. Recuerda cómo observaba atentamente lo que usaban las personas para luego pedir prestada alguna camisa o pantalón y vestir a sus personajes.
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Obras como El teatro de sombras, de Michael Ende, se presentaron en Jardín en 2009. Patricia también escribía sus propias piezas y las ponía en escena con su grupo de teatro municipal, que se nutría de niños y jóvenes del pueblo. Una de esas creaciones fue Suave un Pensamiento, compuesta por refranes y dichos paisas que evocaban al Suroeste antioqueño, logrando que el público se sintiera identificado con expresiones como “a caballo regalado no se le mira el diente”.
Otra de sus obras destacadas es Barrotes de agua, un homenaje a las luchas y libertades de las mujeres. Patricia la describe así: “Las mujeres hemos vivido siempre entre rejas, pero si queremos, podemos atravesar esos barrotes. Finalmente, son de agua; pasan cosas, nos mojamos, lo que sea, pero podemos atravesarlos si queremos”.
Su amor por la escritura nunca quedó relegado. Aunque sus poemas permanecen guardados, Patricia sueña con revisarlos algún día. “Cuando me jubile, le dedicaré tiempo a eso. Ahí tengo un montón de cosas que no he compartido con nadie”, confiesa.
Jardín un municipio lector
A la par del teatro, Patricia visitaba los colegios de las veredas como mejor lo sabía hacer: disfrazada y con personajes, para dar a la lectura un toque místico que cautivara a los niños.
“Eran 21 escuelas, y hubo una época en que iba dos veces al mes a cada una”, comenta. Y continúa: “Me disfrazaba de una bruja llamada Yaga y les decía que había invitado a una bruja, pero como me veían llegar en moto, les explicaba que a la bruja se le había dañado la escoba. Eran niños de campo, para ellos este mundo era fascinante”.
Siguió llevando lectura a los colegios, pero ahora ya tenía un punto fijo de encuentros cada jueves en la biblioteca municipal, donde se organizaban tertulias y los habitantes del pueblo se reunían en las tardes para compartir lecturas. Patricia hizo eco de la necesidad de abastecer de libros a este municipio, que se estaba quedando corto en cuanto a opciones literarias para saciar el hambre de lectura de algunos. Se presentó a la convocatoria de Fundalectura y recibió una primera colección de libros de escritores latinoamericanos. Luego, ganó una colección de literatura francesa y otra sobre historia de Colombia. “Así fuimos teniendo libros para leer, porque la biblioteca era muy pobre; solo había libros viejos que no daban ganas de leer”.
De esta manera, Patricia convirtió la biblioteca local en uno de los proyectos más significativos. Con un esfuerzo inmenso, logró que el Ministerio de Cultura destinara cerca de $100 millones para dotarla de libros, estanterías y computadores.
Durante un tiempo, ese lugar fue un oasis cultural: niños que venían de las veredas y descubrían en los libros la magia de otros mundos; jóvenes que se acercaban para investigar y aprender para sus estudios de colegio o formación técnica. Sin embargo, este sueño enfrentó obstáculos que, confiesa Patricia, fueron difíciles de sortear.
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Con el tiempo, una empresa privada reclamó parte de la Casa de la Cultura donde funcionaba la biblioteca, y los recursos comenzaron a desaparecer. Las estanterías, que alguna vez estuvieron repletas, fueron trasladadas a la Alcaldía, y los computadores se regalaron.
En medio de estos sinsabores, Patricia continuó con la promulgación de la lectura. Trabajó con mujeres de las zonas rurales, organizando talleres de liderazgo a través de una ONG y llevando consigo libros de cocina internacional y, por supuesto, teatro. En estos encuentros, las mujeres campesinas aprendían a leer y preparar recetas de otros lugares del mundo, pero con los ingredientes que ellas mismas cultivaban. “Hicimos borscht con remolacha de aquí y ratatouille con las verduras que ellas cosechaban”, relata Patricia.
A lo largo de los años, Patricia ha trabajado en llevar la lectura a otros municipios. Ha estado en Andes, en las veredas de Pueblo Rico y en otros pueblos cercanos. “Hay colegios que ahora tienen bibliotecas completamente dotadas y organizadas. Me encargaba de conseguir los libros en librerías que nos hacían descuentos, los llevaba a los colegios y los clasificaba según el tipo de literatura o el autor”, explica.
Por ejemplo, la Institución Educativa San Antonio del municipio de Jardín fue otra de sus grandes obras. Un salón fue adaptado para este fin: se compraron estantes que se llenaron con más de 200 libros, se tapizó el piso y se colocaron puffs para que los estudiantes pudieran leer cómodamente.
Durante la pandemia, cuando los proyectos en los colegios se pausaron, Patricia no se quedó quieta. “Me fui al canal de televisión local, Antena 4, y empecé a hacer programas que también subía a YouTube para seguir difundiendo la lectura pese a las dificultades”, comenta.
Superada la etapa de “distancia biosegura”, Patricia retomó la entrega de libros en los colegios. La última fue el 23 de enero en la Institución Educativa Miguel Valencia, en la vereda Verdún de Andes, gracias a las donaciones de Reina López y Max Brunner, quienes apoyan el proyecto. Para esta entrega, Patricia se disfrazó de ardilla y, junto al equipo de Hilo Café —un emprendimiento que destina parte de sus ganancias al proyecto “Jardín, un municipio lector”— llevaron libros a los niños y jóvenes.
Al final de la tarde, Patricia se levanta y da un último vistazo a la biblioteca municipal. En su mente, aún es ese lugar lleno de vida. Con una sonrisa serena, sale del edificio y, mientras recorre las calles del pueblo, en cada cuadra alguien le grita “¡profe!” para saludarla. Patricia sabe que su misión de sembrar cultura ha dado fruto: los colegios de Jardín están dotados de libros y ha logrado educar a un municipio lector.