El trabajo por la memoria sobre la guerra en San Carlos, que ha hecho a esta población del Oriente antioqueño merecedora de reconocimientos nacionales e internacionales, ahora es objeto de controversia y, si se quiere, de algo de conflicto.
Uno de los baluartes de la reconstrucción social después de aquella época aciaga que los aquejó y que les valió ganarse el Premio Nacional de Paz en 2011, fue el Centro de Acercamiento para la Reconciliación y la Reparación (CARE). Este busca crear herramientas pedagógicas para que la comunidad participe en la reconstrucción de la verdad y uno de esos instrumentos es el museo y lugar de memoria que funciona en el local donde antaño estuvo el hotel Punchiná, cuyo dueño era un señalado narcotraficante, y luego sirvió de base paramilitar.
Ahora le ronda el fantasma de quedarse sin sede, según alerta la coordinadora, Pastora Mira.—Dicen que la SAE (Sociedad de Activos Especiales) le va a regalar esto a otro, aseguró.—¿Les han hecho alguna notificación? —, le pregunto.—No, lo único es un comentario, un SOS de amigos desde el nivel central (Bogotá), pero nada oficial y los mismos que se tomaron el segundo y tercer piso lo gritan. Hemos mandado derechos de petición pero no nos han contestado, añade. Con la expresión de “los del segundo piso” se refiere a la Corporación Nativos y la ‘Mesa por la Defensa de los ríos San Carlos, Calderas y Tafetanes’. Aunque deberían funcionar de manera complementaria o por lo menos coordinada, la realidad es que lucen como rivales.
El historiador Carlos Olaya es uno de los líderes de Nativos y explica que existen discrepancias en la forma de concebir el tema de la memoria porque, según él, mientras que sus vecinas se enfocan más en los hechos y las afectaciones, ellos optan por homenajear a los líderes del movimiento social de los años 70 en el Oriente Antioqueño en busca de una compensación justa por la construcción de los embalses energéticos.
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Por eso tienen una galería fotográfica donde destacan los rostros de personajes como Julián Conrado David, un médico que se convirtió en el primer líder social asesinado por los “paras” en 1983; o Jaime y Alberto Giraldo; Víctor y Javier Velásquez. Además, hay una biblioteca que programa eventos y exposiciones con frecuencia, igual que lo hacen las del primer piso. Inicialmente Nativos y la Mesa funcionaron en otras sedes pero hace un par de años pidieron que les asignaran el espacio actual.
“Nosotros pensamos que ese debate es valioso, pero ella no lo soporta”, dice Olaya.
Es decir que cada uno actúa de acuerdo con su propio guión museográfico. En el primer piso, por otra parte, hay cinco salas: una sobre el pasado reciente; está dominada visualmente por una pipeta de gas achatada después de estallar en algún sitio de la localidad tras ser arrojada por las Farc. La dos es sobre desaparición forzada. Acá hay 257 placas –como si fueran lápidas– con los nombres de algunas de las 817 víctimas de esta infracción al Derecho Internacional Humanitario y los Derechos Humanos.
En la sala 3, a través de un mural, se cuenta el pasado ancestral. La cuatro es una línea de tiempo con los hitos del conflicto y la cinco se llama Sala de Memoria y Derechos Humanos; contiene fotografías del reportero gráfico Jesús Abad Colorado con los rostros de la victimización que sufrió este pueblo y otros lugares del país.
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