Richard Evan Schultes, padre de la etnobotánica, quien llegó por primera vez a Colombia en 1939, sentenció sin titubeos que ningún botánico o explorador de plantas en el mundo podía considerarse realmente como tal si no había pisado los bosques de la Amazonia colombiana, pues ante la inabarcable naturaleza y el conocimiento de los seres de la selva lo aprendido en Harvard o donde fuera no era más que un artificio.
Las exploraciones de Shultes hicieron escuela. En las décadas siguientes varias de las mejores generaciones de exploradores del mundo recorrieron la vastedad de los bosques colombianos, y también, por supuesto, lo hicieron abundantemente los científicos del país. Fueron las innumerables cruzadas científicas, miles de horas de expediciones atravesando bosques de todo tipo, páramos, praderas y sabanas, manglares y mares lo que le permitió tener certeza a Colombia en el curso del siglo XX de que era el segundo país más biodiverso del planeta.
Pero entonces llegó la guerra y los bosques se fueron cerrando gradual e inexorablemente hasta hacerse impenetrables. Por eso tras la firma del Acuerdo de Paz en 2016 el Gobierno entendió que una de las mejores formas de demostrar que el país se asomaba a una nueva era, sería lanzando un ambicioso programa de exploraciones científicas, sobre todo en ese tercio de territorio que faltaba por descubrir. Y entonces lanzó las 26 expediciones BIO, al tiempo que cientos de investigadores por su cuenta se animaron a examinar esas zonas antes vedadas.
De esas 26 expediciones originales de Colombia BIO que se realizaron entre 2016 y 2019 dos se concentraron en Antioquia: En El Carmen de Viboral y Anorí. La primera desentrañó varios secretos conservados en los cañones de los ríos Santo Domingo y Melcocho encontrando seis nuevas especies en 2016, tras cuarenta años de control de las Farc y el ELN con los frentes Noveno y Carlos Alirio Buitrago. La segunda penetró en un territorio inexplorado donde operó el frente 36.
Y en un segundo ciclo de proyectos con recursos de Minciencias y apoyo internacional, en este caso de la Universidad de Costa Rica, se realizó entre 2022 y 2023 un nuevo estudio en el departamento, esta vez en Mutatá y Dabeiba, adelantado por el grupo de Investigación en Temas Agroambientales del Tecnológico de Antioquia.
Precisamente hace unos días los investigadores Marcela Serna González y Álvaro Cogollo, uno de los botánicos más prolíficos del país, publicaron parte de los resultados de esos 24 meses de búsqueda en los bosques de las veredas Caucheras, El Cinco, San José de León y Pavarandocito del municipio de Mutatá; y en la vereda Llano Grande, en Dabeiba.
El objetivo del estudio fue encontrar nuevas plantas y componentes para mejorar la disponibilidad de medicina antiofídica en un país que presenta, según el INS, cerca de 4.500 accidentes ofídicos al año y en el que entre 8 y 10 personas de cada 100.000 habitantes están en riesgo de sufrir la mordedura de algún animal venenoso.
Pero mucho más allá de este objetivo, según explica la profesora Serna, la incursión en la manigua de estas zonas en las que el conflicto armado se cebó con dureza se convirtió en una misión de rescate de saberes que están al filo de perderse.
Serna y Cogollo decidieron trabajar en llave con 32 sabedores locales (campesinos, afrodescendientes y excombatientes de las Farc) y en una simbiosis entre el conocimiento empírico y académico lograron documentar 150 plantas en campo con usos medicinales para gripas, accidentes ofídicos, cólicos menstruales, dolores de cabeza, cáncer, ceguera, paludismo y fiebre. Plantas purgantes, desinflamatorias; para preparar productos de belleza, como tratamientos capilares, perfumes; aromatizantes, potenciadoras sexuales; y como provechosos alimentos, uno de estos lo encontraron en Mutatá, trepando la serranía del Abibe. Una nueva especie similar al inchi o maní del Inca, Y aunque le faltan años de estudio, podría tener un enorme potencial alimenticio, una esperanza para la humanidad, según Cogollo.
Entre el pequeño universo de plantas documentadas eligieron tres: abrazamico, cordoncillo blanco y martín negrito para someterlas a rigurosas pruebas científicas en búsqueda de nuevos y mejores antiofídicos.
A la espera de lo que arrojen esos análisis, la profesora Serna señala que el estudio dejó ya un enorme aporte con el rescate de ese conocimiento en la publicación Plantas y etnobotánicas en el Urabá antioqueño: Dabeiba y Mutatá, que incluyó el nombre cada uno de los sabedores que participaron en la investigación.
Un trabajo que confronta el rápido proceso de extinción que padecen estos conocimientos con el relevo generacional y la muerte de los sabedores. De hecho, el documento está dedicado al sabedor de Pavarandocito Luis Alberto Cuesta, quien falleció antes de que los resultados de esta investigación vieran la luz.
Dice la profesora Serna que en las comunidades tienen muy claro lo que están perdiendo con cada conocimiento que se desvanece, pues con esto se podrían esfumar parte de las oportunidades de desarrollo. Grandes centros de investigación como el Real Jardín Botánico de Kew en Londres lideran actualmente una cruzada planetaria para recuperar miles de plantas y hongos útiles que tienen claves para combatir el hambre y cientos de enfermedades, y que además ofrecen una de las últimas oportunidades para hacer realidad el desarrollo económico de los países del Sur global.
Bloomberg estima que en 2025 la bioeconomía a través de los mercados de cosméticos naturales y orgánicos, de productos fitoterapéuticos y de alimentos funcionales rondará los 48 billones de dólares.
Reconciliarse en uno de los puntos calientes del planeta
Cuando le propusieron al biólogo Juan Fernando Díaz coordinar en 2018 la primera gran expedición a fondo realizada en Anorí, la condición que puso fue que los reincorporados de las Farc que se iban a unir a la investigación allá en la zona no tuvieran un mero papel de jornaleros o guías sino que fueran nombrados formalmente como coinvestigadores.
Lo difícil no fue convencer de esto a Colciencias, o al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ni a Eafit sino a los propios excombatientes a los que no les cabía en la cabeza que alguien, genuinamente, estuviera interesado en lo que ellos pudieran saber sobre animales y plantas.
Había que verles la expresión. Ellos no salían del asombro por el hecho de que los necesitaran no para buscar minas o caletas sino ratones, murciélagos, maticas. Ellos pensaban que era una encerrona, que en cualquier momento algo les iba a pasar en el bosque. Fue un proceso muy largo, de muchos viajes. Yo incluso hice un viaje solo con ellos y campesinos de la vereda La Tirana. Un proceso difícil pero muy bonito para construir esa confianza.
Una vez cayeron los muros de la desconfianza se les abrió el paisaje entero. Los bosques de Anorí se encuentran en una franja privilegiada dentro del llamado hotspot (Punto Caliente) Tumbes-Chocó-Magdalena. Según explica el profesor Díaz es un lugar en el que se encuentran dos de las más grandes regiones de biodiversidad del planeta: Los Andes y el Chocó Biogeográfico, que a su vez conforman uno de los 36 hotspot del planeta, regiones insustituibles por su biodiversidad. Un arca de Noé hasta entonces desconocido en el que el grupo de expedicionarios coordinados por Díaz hallaron rastros de metralla, los cráteres de las bombas arrojadas por el Ejército y los campamentos abandonados, los vestigios de la guerra.
Los excombatientes del frente 36 reunidos tras la firma del Acuerdo en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación de La Plancha tenían un dominio excelso del bosque húmedo premontano; la destreza para rastrear y encontrar especies, para ubicarse en la búsqueda de plantas.
Fueron ellos los que eligieron las rutas de la expedición y de su contraparte recibieron la capacitación en técnicas de trabajo de campo para la captura de ejemplares. Luego ayudaron a procesar el material y a hacer curaduría en laboratorio y hasta a escribir los hallazgos de la investigación.
El encuentro de esos saberes empíricos de campesinos y excombatientes y la labor investigativa de más de 50 científicos dio como resultado el hallazgo de 14 nuevas especies: 10 plantas desconocidas, incluyendo dos orquídeas; además de especies de fauna como un lagarto pequeño, dos cucarrones y un ratón arborícola, del género Nyctomys, un hallazgo sin precedente en Sudamérica en varias décadas.
Para ilustrar un poco la importancia de esta expedición, Díaz dice que solo en dos semanas de trabajo en ese trocito de Antioquia encontraron la biodiversidad que muchos países tardan décadas en hallar.
Sin embargo, no todo el balance fue positivo. Uno de los consultores internacionales que acompañó la misión en Anorí concluyó que a pesar del enorme potencial para desarrollar turismo de naturaleza y científico, y proyectos de bioeconomía, en las zonas bajas de esos bosques se mantenía la presencia del ELN y bandas criminales, una inestabilidad que sumado a la falta de infraestructura como vías hacía inviable la realización de esos proyectos.
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Seis años después poco cambió en ese diagnóstico. Ovidio Antonio Mesa, líder de la ETCR en Anorí, dijo que esperaban que el gran legado que les dejara la investigación fuera la convicción de poder ejecutar ambiciosos proyectos sostenibles con la biodiversidad que los rodeaba.
Los reincorporados de la ETCR en La Plancha, según los informes de la ONU, le cumplieron cabalmente al Acuerdo y hoy habitan la zona con un modelo de economía solidaria ejemplar, particularmente con proyectos agropecuarios, pero los otros grandes planes en torno a los bosques y a la biodiversidad no han logrado despegar como se esperaba.
“La paz es más que buena voluntad”, dice Díaz, quien reconoce que a pesar de que el Acuerdo abrió oportunidades “hermosas” para la ciencia que se mantiene en muchas zonas, en otras considera que es evidente el retroceso.
— Yo llevo haciendo trabajo de campo en Colombia hace 25 años y hacerlo era muy complejo, hace 15 años y hace 10. Luego del Acuerdo llegaron estos años en los que se abrieron posibilidades gigantescas. Pero ahora en los últimos dos gobiernos ha habido un retroceso, aunque no en los niveles de antes del Acuerdo.
Con el resurgimiento del conflicto en varias zonas de Antioquia y el país, y la aparición de nuevos actores armados y dinámicas criminales, el boom de expediciones científicas parece entrar en una especie de pausa o transición.
Las dos expediciones financiadas por el Gobierno y ligadas a los procesos del posacuerdo dejaron en Antioquia el hallazgo de más de 20 nuevas especies de fauna y flora. Estudios posteriores en Urabá, Oriente y Occidente robustecieron el catálogo de plantas útiles para la medicina, la alimentación y diversos fines industriales.
Otras investigaciones conquistaron zonas ignotas. En abril de 2021 una expedición liderada por el biólogo Fernando Alzate logró por fin recorrer el último páramo que quedaba por descubrir en Antioquia: el del Nudo del Paramillo, ese corredor codiciado como pocos por los grupos armados.
Una investigación doctoral del biólogo Pablo José Negret publicada en 2020 concluyó que era indispensable que con apoyo de la comunidad científica Colombia desarrollara tras el Acuerdo planes de zonificación ambiental en territorios que estuvieron bajo el control de grupos armados ilegales para garantizar que la recuperación de esas zonas tuvieran un impacto duradero en la biodiversidad, y para cortarle el paso a amenazas como la deforestación y la pérdida de biodiversidad.
El panorama en muchas de estas zonas sugiere, sin embargo, que esos bosques que apenas el país estaba recuperando podrían ser arrebatados otra vez si no se toman las decisiones correctas en los próximos años.