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De vivir en la calle a ser alcalde de Fredonia, Antioquia: “El maestro Rodrigo Arenas Betancourt me tendió la mano”

Aldubar Vanegas cuenta cómo fue habitar la calle y cómo el escultor Rodrigo Arenas Betancourt lo ayudó a cambiar de rumbo. Busca preservar su legado artístico en el pueblo.

  • El alcalde de Fredonia Aldubar de Jesús Vanegas Marín al lado de una de las primeras esculturas que hizo el maestro Rodrigo Arenas Betancourt. FOTO Esneyder Gutiérrez
    El alcalde de Fredonia Aldubar de Jesús Vanegas Marín al lado de una de las primeras esculturas que hizo el maestro Rodrigo Arenas Betancourt. FOTO Esneyder Gutiérrez
  • Estas son tres de las cinco obras que están regadas por el parque de Fredonia. FOTOS Esneyder Gutiérrez
    Estas son tres de las cinco obras que están regadas por el parque de Fredonia. FOTOS Esneyder Gutiérrez
  • En el atrio de la iglesia de Fredonia se conocieron el maestro Arenas Betancourt y el alcalde. FOTO Esneyder Gutiérrez y Cortesía
    En el atrio de la iglesia de Fredonia se conocieron el maestro Arenas Betancourt y el alcalde. FOTO Esneyder Gutiérrez y Cortesía
  • Imágenes del alcalde en su juventud con el escultor Arenas Betancourt. FOTOS Cortesía
    Imágenes del alcalde en su juventud con el escultor Arenas Betancourt. FOTOS Cortesía
  • Hace poco instalaron la réplica que un escultor hizo sobre la obra La familia, que está desaparecida. A la derecha se ve otra obra del maestro Arenas, llamada Las manos de mi madre, que está dentro de la iglesia de Fredonia. FOTOS Cortesía y Esneyder Gutiérrez
    Hace poco instalaron la réplica que un escultor hizo sobre la obra La familia, que está desaparecida. A la derecha se ve otra obra del maestro Arenas, llamada Las manos de mi madre, que está dentro de la iglesia de Fredonia. FOTOS Cortesía y Esneyder Gutiérrez
hace 12 horas
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El alcalde se asoma desde el balcón de su despacho. Abre las dos puertas barnizadas, se para firme y reposa una mano sobre la baranda. Señala la iglesia que señorea el parque principal de Fredonia: blanca, de alta cúpula naranja, con amplios portones y el cristo crucificado en el frontis, de cabeza caída sobre el pecho, a la vista de todo aquel que pasa; rodeada de casonas coquetas, de balcones amplios, con chambranas de madera. Casas grandes que recuerdan a tiempos idos, de familias numerosas, que evocan añoranzas para el melancólico.

Melancólicos como el alcalde Aldubar de Jesús Vanegas Marín, que dirige su mano también hacia la parte baja del parque, donde dice que pondrá las esculturas agrupadas, nombradas, cual museo a cielo abierto, para que no sigan desperdigadas así como están hoy, casi invisibles, para que no les pasen por el lado como si no tuvieran la importancia que tienen. Lagrimea al hablar, dice que las obras son muy importantes para todos allá, un legado que debe preservar: “Tengo que perpetuar la memoria del viejo”. Mira la montaña cubierta por la neblina espesa que se divisa al fondo.

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El alcalde muestra desde el balcón las estatuas regadas por el parque, cinco indígenas de bronce, herencia del maestro Rodrigo Arenas Betancourt, sus primeras creaciones, de su paso por México. Una de ellas, la mujer que se cubre la boca y una oreja con las manos, está en toda la entrada de la alcaldía, ahí la hizo poner el mandatario tras posesionarse en 2024. “El maestro es un símbolo, una persona muy grande para Fredonia. Esta alcaldía municipal lleva el nombre de él, el parque se llama Parque Internacional de las Esculturas Rodrigo Arenas Betancourt”, explica.

El nombre del reconocido escultor está grabado en innumerables partes del país donde se encuentran obras emblemáticas, algunas monumentales, como El hombre creador de energía, en la plazoleta de la Universidad de Antioquia; El desafío, en el Parque Berrío; Monumento a los lanceros del Pantano de Vargas, en Paipa, Boyacá; Bolívar desnudo, en Pereira; o Cristo de la liberación latinoamericana, en la Basílica Primada de Barranquilla. Pero en Fredonia, su tierra natal, se quieren apropiar de su legado, enaltecerlo, mostrarlo, reunirlo, convertirlo en puerta del turismo del pueblo. Por lo menos esa es la intención, casi una obsesión, del alcalde.

“Fui un niño de la calle”

Esos sitios que señala el mandatario desde el balcón de su oficina, la del más importante cargo municipal, los recorrió hace muchos años ya, sucio, hambriento, desesperanzado, abandonado a su suerte. Cuenta que por varios años, desde que era un adolescente, deambuló por las calles, que eran su hogar. El generoso señor que en ese tiempo cuidaba carros lo dejaba resguardarse en ellos para dormir en la noche. A las cuatro o cinco de la mañana tenía que levantarse porque no eran hotel. Entonces, caminaba buscando una taza de café caliente regalada y un baño donde lo dejaran asearse.


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Terminó en la calle, dice, porque quedó en el aire cuando sus padres se separaron. La mamá, una lavandera, se fue para Apartadó, al Urabá antioqueño, y se llevó a los hermanos pequeños, pero lo dejó a él, que era el mayor de cuatro. El papá, un artesano, trabajaba como nadie más en Fredonia las pieles de vaca y novillo para hacer rejos con los que arreaban caballos y mulas. Era reconocido en el pueblo por sacar las mejores sogas, pero también era alcohólico, detalle crucial en la historia que vivió su primogénito.

Estas son tres de las cinco obras que están regadas por el parque de Fredonia. FOTOS Esneyder Gutiérrez
Estas son tres de las cinco obras que están regadas por el parque de Fredonia. FOTOS Esneyder Gutiérrez

Aldubar de Jesús nació el 29 de febrero de 1968. Bromea con que los años no le pasan porque cumple cada cuatro. No bromea cuando dice que no tuvo una niñez normal, que siendo muy pequeño se tenía que levantar a las cinco de la mañana a trabajar con el papá en el cuento de las sogas para salir después a la escuela y regresar en la tarde a trabajar de nuevo: “A los 12 años yo ya estaba mercando para mi casa, poquito jugué, el juego mío fue el trabajo”. Después quedó en la calle.

Cuando tenía más suerte, la gente del pueblo que ya lo conocía le daba posada, saciaba su hambre con un plato de comida, lo dejaba bañarse. Familias putativas que recuerda con nombres de mujer: doña Rosa Colorado, Rosa Amelia Saldarriaga, Inés Mejía, Alba Colorado. “Esas señoras se volvieron las mamás mías”, dice. Pero un nombre de hombre se impone sobre todos los demás: el del viejo cuya memoria se empeña en honrar preservando su legado artístico: Rodrigo Arenas Betancourt.

Cuenta el mandatario que había cursado hasta cuarto de bachillerato, grado noveno en esa época. Su refugio eran los libros, pero los fantasmas de la calle no dan tregua, menos a un adolescente: “Llegué a estar en el mundo de las drogas, del alcohol; eso para mí eran unos monstruos terribles”.

“Me ayudó a resocializar”

Tendría 16 o 17 años, relata, cuando caminaba por el atrio de esa iglesia blanca a la vista del balcón de alcalde. Y ahí estaba Arenas, como asiduo visitante que era de su tierra natal, conversando con el difunto Guillermo Fernández, un amigo en común que los presentó. Hablaron. El artista se intrigó ante un muchacho tan joven con el libro La náusea, de Jean-Paul Sartre, guardado en la deslucida mochila. La conversación pasó por miseria, desesperanza, escasez, hambrunas, pobreza, tragedias. Ahí sellarían la amistad.

“Estaba desorbitado en la calle, el Estado no me miraba ni para bien ni para mal, estaba en un pantanero. Y Arenas me tendió la mano, empezó a brindarme alimentos, a brindarme amistad, empezamos a armar una confianza entre los dos. Al principio, le cargaba el maletín donde llevaba la pluma, la chequera, las gafas, todas sus cositas”, recuerda.

En el atrio de la iglesia de Fredonia se conocieron el maestro Arenas Betancourt y el alcalde. FOTO Esneyder Gutiérrez y Cortesía
En el atrio de la iglesia de Fredonia se conocieron el maestro Arenas Betancourt y el alcalde. FOTO Esneyder Gutiérrez y Cortesía

Desde la casa en Caldas, donde vivió con el maestro Arenas Betancourt, María Elena Quintero, su tercera esposa, es otra guardiana del legado artístico del escultor. Tiene aprecio al alcalde Aldubar y dice que solo él se ha empeñado tanto en sacar adelante un proyecto de preservación de las obras en Fredonia.

Cuando el maestro y Aldubar eran cercanos, ella ya estaba casada con el maestro. Cuenta que en ese entonces el alcalde era un muchacho de una vida muy difícil, que tuvo muchas carencias de niño: “En esos andares se encontró con Arenas, que lo fue orientando y presionando para que terminara su bachillerato, le ayudaba y lo motivaba mucho. Aldubar se convirtió como en su lazarillo, Aldubar era su acompañante”.

Se volvieron como maestro y discípulo. O tal vez como una sombra que no desaparece, pero que sabe hasta dónde acercarse; el muchacho fue también un lazarillo, casi, de un hombre que a veces prefería la soledad, la tranquilidad del silencio, que en ocasiones no quería hablar con otros ni estar a merced del asedio de admiradores. El artista impulsó al joven a que volviera al liceo a terminar el bachillerato, le ayudó a conseguir sitio en un hogar juvenil, le enseñó otros autores y otras materias, porque los que lo conocieron sostienen que sabía de literatura, historia del arte, cultura, medicina, astronomía, matemática. Le mostró de cerca la magia creativa que concluía en sus emblemáticas obras.

Que fue modelo por accidente de una de ellas, dice el alcalde Aldubar, una en la que un hombre seduce a una mujer con una flauta; que fue su ayudante en el taller donde esculpía. Habla de las historias e imágenes de Arenas Betancourt, que guarda en su memoria de los años que pasaron juntos. De la creación artística: la serie de amantes eróticos, la de alazanes de la muerte, la de los cristos lacerados con tinte de Prometeo. De lo más íntimo de lo humano: la marca que le dejó al artista el secuestro de tres meses, en el año 87, cuando se lo llevaron pasando por Amagá mientras iba de Fredonia a Caldas con su esposa María Elena Quintero.

Lejos del vagabundeo por las calles del pueblo, el joven Aldubar se graduó de bachiller y consiguió su primer trabajo como celador: “Cuando el maestro llegó a mi vida, empecé a tener trabajo, me empecé a resocializar, la comunidad empezó a mirarme de otra manera”. Para enero de 1995, el adolescente que dormía en carros prestados era director de la Casa de la Cultura. Arenas Betancourt lo orientó para crear la Escuela popular de arte, donde se daban clases de escultura y pintura.

Imágenes del alcalde en su juventud con el escultor Arenas Betancourt. FOTOS Cortesía
Imágenes del alcalde en su juventud con el escultor Arenas Betancourt. FOTOS Cortesía

Pocos meses después, el 14 de mayo de 1995, Aldubar estaba en el Palacio de Exposiciones de Medellín con otros funcionarios de la alcaldía de Fredonia, en una feria de municipios. Tenían una imagen grande de Arenas Betancourt como símbolo del pueblo. En una época en la que las noticias no llegaban en tiempo real, empezaron a escuchar que la gente que pasaba señalaba la foto y decía que ese era el señor que acababa de morir.

El entonces alcalde Gabriel Ignacio Muñoz oficializó allá mismo la trágica noticia y ese fue el primer lugar donde se instaló el luto por la pérdida del artista. En Fredonia, Aldubar fue uno de los que lideró las honras fúnebres del que fue su maestro, su amigo, su viejo, su salvador.

Porque fue por él, expresa hoy con total convicción, que su vida cogió otro rumbo. Pasado un año de la muerte del escultor, Aldubar pasó a ser secretario de Educación encargado; después, hasta el año 98, se metió de lleno a trabajar con organizaciones sociales y juntas de acción comunal; y más tarde, entre 2001 y 2003, trabajó con desarrollo comunitario; en 2004, cuando cerraron el matadero del pueblo, organizó el gremio carnicero y fundaron lo que hoy es el Frigorífico de Fredonia; de 2008 a 2011 fue concejal y con los honorarios que ganaba se pagó la carrera de derecho. De 2016 a 2021 fue secretario de Gobierno, y en 2023 se lanzó a la alcaldía: lo eligieron con casi 4.500 votos.

Treinta años después de la muerte de Arenas Betancourt, el alcalde dice que sigue viendo mensajes que trascienden el tiempo: “No hizo obras para un momento, sino para la eternidad”. Obras eternas como Las manos de mi madre, que está dentro de la iglesia principal de Fredonia, gigante y maciza: dos manos juntas con devoción, que sostienen una camándula y custodian la entrada de los osarios, en uno de los cuales está parte de las cenizas del artista porque otra parte está en una de sus esculturas más reconocidas en Antioquia, en la plazoleta de La Alpujarra, el Monumento al pueblo antioqueño, conocida como Monumento a la raza.

Un dorso de mujer en el hospital local y un Cristo en el concejo municipal son otras dos obras de Arenas que reposan en el pueblo. Y como la idea es convertir el municipio en resguardo de parte de su legado, hace unos días instalaron alrededor del parque, una réplica en tamaño real de La familia, la escultura de casi siete metros de altura, que colgaron en 1986 en el edificio Mónaco de Pablo Escobar, 16 años después de que el maestro la moldeara para adornar la plaza de Fredonia, pero que no pudo llegar allí porque el hombre que la encargó quería que le escrituraran el pedazo de suelo público donde la iban a instalar y el negocio se cayó.

La obra original está perdida desde 2022, el último año que la vieron luego de la demolición del Mónaco en 2019. La réplica que hoy luce en esa fachada de Fredonia la hizo un estudiante de maestría de la Universidad de Antioquia, no de bronce, sino de un material menos pesado, blanca, como simulando el alma de la creación perdida, que se cree que está en poder de la Policía.

Hace poco instalaron la réplica que un escultor hizo sobre la obra <i>La familia</i>, que está desaparecida. A la derecha se ve otra obra del maestro Arenas, llamada <i>Las manos de mi madre,</i> que está dentro de la iglesia de Fredonia. FOTOS Cortesía y Esneyder Gutiérrez
Hace poco instalaron la réplica que un escultor hizo sobre la obra La familia, que está desaparecida. A la derecha se ve otra obra del maestro Arenas, llamada Las manos de mi madre, que está dentro de la iglesia de Fredonia. FOTOS Cortesía y Esneyder Gutiérrez

Dice el alcalde que ahí donde pusieron la réplica de La familia, donde antes funcionaba el edificio del café, harán un museo de dos niveles. El primero para albergar maquetas y réplicas en menor tamaño, pero de bronce, de las obras monumentales icónicas del maestro Arenas Betancourt, quien en vida le decía a Aldubar que sus obras de arte eran para la sociedad, para que la gente se topara con ellas. María Elena mantiene cercanía con el alcalde para la apuesta del museo y el proceso de las réplicas que allí podrían exponerse. “Si no es Aldubar ya me parece muy difícil que se llegue a hacer un museo en Fredonia”, opina.

El segundo nivel, como forma de revivir la Escuela popular de arte que nació cuando fue director de la Casa de la Cultura, será para que niños, niñas y jóvenes del municipio aprendan escultura, pintura, talla en madera, técnicas diversas para fomentar y descubrir talentos.

Porque si algo tiene claro el mandatario es que quiere que Fredonia se posicione en el Suroeste antioqueño como un municipio culto, un poblado de artistas, escritores, académicos: “Aquí no solo estamos hablando de Arenas. Hay que hablar de Efe Gómez, uno de los escritores que nació aquí; de Heraclio Uribe Uribe, hermano del general Rafael Uribe Uribe y que fundó Sevilla, Valle; o del reconocido escultor Gustavo Vélez, radicado en Italia. Fredonia es un municipio de historia, cuna de grandes artistas, de grandes hombres que han dejado huella”.

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