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Petroglifos de Támesis hablan de un pasado remoto

Un conjunto de rocas talladas por habitantes de este municipio del Valle del Cartama muestran la vida antigua.

  • FOTO Archivo Emanuel Constantino Zerbos
    FOTO Archivo Emanuel Constantino Zerbos
Petroglifos de Támesis hablan de un pasado remoto
28 de agosto de 2016
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En una roca de El Rayo hay un extraterrestre. Ha estado ahí por cientos de años, tendido bocarriba, mirando el firmamento y en este, tal vez un sitio en el indefinido donde, según sus cálculos, debe quedar su casa. A poca distancia de él está su nave.

Es uno de los cientos de petroglifos de Támesis y del vasto Valle del Cartama.

Procedente de dos términos griegos que en español significan piedra y tallar, petroglifo es una figura grabada en roca por habitantes de hace cientos y a veces miles de años.

A esa piedra donde aparece un ser de otro mundo, tal vez por su grandeza, por las figuras que tiene grabadas o por ambas razones, la llaman la Iglesia. Además de estos gráficos, este lienzo pétreo tiene un chamán con su callado. Está enclavada en la finca El más allá, del fotógrafo Manuel Bonell, la cual también es refugio de gatos, perros y caballos abandonados, que allí llevan una buena vida y deambulan por las praderas que circundan la Iglesia.

El Rayo es la vereda donde hay mayor cantidad de piedras grabadas por habitantes prehispánicos que se han registrado en ese municipio llamado La tierra del siempre volver.

Rodrigo Echeverri, guía turístico y estudioso de los petroglifos y de cuanto tema haga alusión a Támesis, dice que el nombre de este sector, El rayo, se debe a que es un territorio objeto de gran cantidad de descargas eléctricas.

De acuerdo con la antropóloga Nelly Gómez García, en su libro Petroglifos Támesis, Antioquia, publicado recientemente en una alianza entre la Alcaldía de esta localidad y la Fundación Ferrocarril de Antioquia, en esta vereda hay 40 de las 93 rocas que han estudiado hasta ahora.

Mensajes del pasado

Según los antropólogos, los petroglifos constituyen una forma anterior a la escritura y, como esta, transmite mensajes diversos.

¿Qué quisieron expresar estos habitantes del pasado? ¿En el caso de quien talló en la roca el extraterrestre, podrá inferirse que los alienígenas andan por ahí, merodeando desde el amanecer de los siglos?

Por más que los estudiosos han dedicado neuronas a resolver tales misterios, los petroglifos de Támesis y, en general, los del Valle del Cartama, están apenas en una etapa de análisis tan temprana que no hay respuestas claras ni mucho menos completas a estos interrogantes.

Hasta finales del siglo pasado, no solo los fuereños sino incluso los propios habitantes de esta población del Suroeste antioqueño en límites con el departamento de Caldas, daban tan poca importancia a la presencia de tales rocas con mensajes prehispánicos, que en las escuelas y los colegios, los profesores ni siquiera los mencionaban.

Estos elementos, compañeros habituales, estas grandes rocas han estado al pie de las casas y de tanto estar ahí, cubiertos apenas por una ruana formada por líquenes, eran obviadas en el paisaje.

En El Rayo hay una roca tan grande como la vivienda de la finca El Encanto en la que está ubicada, a la que llaman la Richie Morales, que llegó a ser secadero de café. Y en ese suelo plano como una mesa de su superficie están sin cerrar las heridas de dos huecos que alguna vez taladraron para poner allí un kiosco, y hasta escalas de cemento tiene para llegar a su cima, que da a la altura del tejado de la casa.

En otra piedra situada en medio de un cultivo de cítricos, en la vereda San Isidro, hay grafitis pintados por vándalos de nuestros días. Nombres de hombres y mujeres y un escudo del Atlético Nacional se perciben allí.

Los que han hablado

Desde lo alto de esas rocas se ve el Valle del Cartama, los farallones de La Pintada y el Cerro de Cristo Rey. Se divisa el río que da nombre a este valle.

Los observadores de todos los tiempos han descubierto que los petroglifos se encuentran en sitios que reúnen tres características principales —comenta el guía—: primera, cerca de ellos hay agua, bien sea un río o un riachuelo; segunda, hay gran dominio del paisaje, al parecer porque el vecindario no fue muy pacífico en tiempos remotos, y los del Cartama debían estar atentos a las visitas indeseadas, no fuera que por estar buscando agua los atravesaran de un flechazo y, tercera, hay modificaciones antrópicas que indican la presencia de viviendas cercanas. ¿La casa del artista?

“El hallazgo de estas peculiaridades ha ayudado a encontrar más rocas con figuras marcadas desde el pasado”.

Él, quien aparte de conocer muchas de las piedras talladas y de tener autorización de los propietarios de las fincas donde estas ocupan espacio para entrar a visitarlas, cuenta que además de esas 93 registradas por los arqueólogos, que contienen 613 motivos, hay cientas más.

Están diseminadas en un espacio de 80 kilómetros cuadrados en ese amplio Valle del Cartama. Muchas no están registradas, es decir, no están estudiadas y documentadas por los investigadores. El alienígena es uno de estos sin clasificar.

El primero que habló de los petroglifos de Támesis fue el sabio envigadeño Manuel Uribe Ángel. En su Geografía General y Compendio histórico del Estado de Antioquia, publicado por primera vez en 1885, anota:

“Se dice que hay en el distrito de Támesis grandes rocas con grabados que representan figuras humanas, obras atribuidas a habitantes primitivos, pero están ya tan confusas que con dificultad pueden ser percibidas”.

Si bien a veces se notan las figuras a simple vista, no son evidentes. Por eso, en sus recorridos, a Rodrigo no le falta el sifón manual de agua. La vierte en el punto de la piedra donde sabe que está la figura y, por efectos de luz y porque el líquido se detiene en los surcos dejados por los artistas antiguos, ahí sí, aparece más nítida ante la mirada desacostumbrada de los demás visitantes.

Esta circunstancia puede desmotivar a algunos espectadores, sobre todo a los turistas que persiguen destinos convencionales o a esos otros que si bien tienen sensibilidad por los temas culturales y arqueológicos, antes de llegar allí, se imaginan que encontrarán figuras reconocibles a leguas, explica Rodrigo.

Esos visitantes pueden tener claro que van a ser testigos de la presencia de arte rupestre, pero en su mente tienen las pinturas antiguas hechas sobre roca, como las halladas en las Cuevas de Altamira, en el Norte de España, y olvidan que el arte rupestre no solo incluye la pintura, sino también el grabado.

A mediados del siglo veinte, Gracicliano Arcila, el pionero de la arqueología en Antioquia, dio noticia de los petroglifos de Támesis. Registró cuarenta de esas piedras, de las cuales documentó doce, es decir, las ubicó, describió y aportó interpretaciones.

El interés de los tamesinos por este patrimonio ha ido creciendo a partir de los últimos años del siglo veinte. Y con él, también su cuidado. A estos contribuyó la tesis de grado de los antropólogos Isabel Cristina Zapata y Alejandrino Tobón dedicada a estos elementos que tienen importancia artística e histórica. En ella tuvieron en cuenta las rocas mencionadas por Graciliano e incluyeron otras 34 grabadas con 304 motivos en total.

Sacaron en limpio que los petroglifos presentan figuras de humanos, de animales, de plantas, así como mapas del territorio, representaciones de rituales y elementos astronómicos.

Visiones en piedra

Entre los tamesinos ha crecido la valoración de estas piedras talladas. Cualquiera de sus habitantes habla de ellos y recomienda a los visitantes que no se pierdan la experiencia de apreciar esas figuras misteriosas. Rodrigo incluye en sus paseos un recorrido por un camino prehispánico que atraviesa el territorio.

En balcones de casas nuevas o decoradas en los últimos años se ven figuras de petroglifos. Lagartijas, anfibios u otras que hacen pensar en espirales que al parecer representan la expansión del ser; círculos concéntricos que tienen que ver con la perfección; el rayo, del cual parece que tenían conocimiento los antiguos moradores del cartama.

Estrellas y soles también aparecen en murales pintados por niños en una pared cercana al Jardín Botánico, terreno donde hay una de las tres rocas grabadas que existen en el sector urbano.

Esas rocas gigantescas, testigos del pasado y del presente, están en el Valle del Cartama esperando que seamos capaces de entender lo que parecen contarlos a gritos: cómo vivían nuestros ancestros y cuál era su visión del mundo.

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