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Lo que no podrá faltar en la vida pospandemia

Los aprendizajes que le ha dejado la pandemia, según José Ramón Ubieto, investigador de la virtualidad.

  • José Ramón Ubieto Pardo es psicólogo clínico y psicoanalista, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universidad Oberta de Catalunya . FOTO cortesía uoc
    José Ramón Ubieto Pardo es psicólogo clínico y psicoanalista, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universidad Oberta de Catalunya . FOTO cortesía uoc
  • Una reflexión desde la salud mentalEste título explora el efecto psicológico y los cambios que el coronavirus aceleró en la salud, educación y trabajo.
    Una reflexión desde la salud mental
    Este título explora el efecto psicológico y los cambios que el coronavirus aceleró en la salud, educación y trabajo.
20 de marzo de 2021
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Contrario a lo que muchos añoraban al inicio de la pandemia, la llegada de la covid-19 no fue un paréntesis en la historia de la humanidad. Fue, más bien, un punto final para empezar a escribir el siguiente capítulo y avanzar a unas nuevas realidades y formas de interacción en las que es necesario tener otras herramientas.

Estas son algunas de las ideas que el psicólogo clínico y psicoanalista español José Ramón Ubieto, docente de la Universidad Oberta de Catalunya, analizó durante el año pasado para escribir su título más reciente: El mundo pos-covid, entre la presencia y lo virtual (Ned ediciones, 2021). En conversación con EL COLOMBIANO dio las claves para enfrentar los cambios que ya están sucediendo y que, desde su perspectiva, no tienen vuelta atrás.

¿Cuál es el aprendizaje que le deja la pandemia a la humanidad y qué es lo más importante que debería quedar para el futuro? Porque se vaticinan pandemias cada vez más cerca...

“Una cosa es lo que la pandemia nos enseña y otra la que aprendemos. Los humanos somos un poco obstinados, entonces me gusta más hablar de lo que nos ha enseñado y son cinco cosas básicamente. La primera es que todavía habitamos un cuerpo, a pesar de los delirios transhumanistas que dicen que la tecnología nos ayudará a trascender el cuerpo, que podremos vivir con chips integrados, que no habrá problemas de envejecimiento. La pandemia nos ha enseñado que tenemos un cuerpo que se degrada, que muere y que, por tanto, debemos cuidar. Y eso implica la salud pública como una prioridad.

Segundo, hemos descubierto que este no es un mundo para viejos ni pensado para las personas mayores. Que nos encanta escuchar a Omara Portuondo, leer a Margaret Atwood, es decir, disfrutamos el arte que crean las personas mayores, pero cuando se trata de cuidarlas, miramos para otro lado. El 50 % de las personas que han muerto de covid en España lo han hecho en residencias de tercera edad. Es una cifra muy elevada y quiere decir que hemos descuidado a las personas mayores. Esta situación nos ha mostrado que en estos momentos el odio es más fuerte que el amor para constituir lazos sociales. Nos reunimos más en torno al odio que al amor, por eso vivimos una sociedad muy polarizada.

Cuarto, la pandemia nos ha enseñado qué es lo esencial en nuestras vidas. Lo esencial son poleas, maquinarias invisibles, agricultores, transportistas, policías, sanitarios, gente a la que no vemos normalmente en los medios de comunicación. No son Jeff Bezos ni ejecutivos brillantes, no son Messi. Los que sostienen la vida son personas muy anónimas y hemos aprendido que están descuidados, que los esenciales tienen que poner el cuerpo con mucho riesgo y en unas condiciones muy precarias. Y por último, la pandemia nos ha dejado buenas noticias: que necesitamos salir juntos de aquí, inventar formas de cooperación que pasan por la conversación, el trabajo en red y todas las fórmulas que podamos encontrar de apoyo. Eso es lo que la pandemia nos ha enseñado. ¿Qué aprenderemos de esto? Ya lo veremos”.

Para muchas personas la pandemia es sinónimo de malas noticias, ¿por qué no lo es tanto para usted?

“Un acontecimiento traumático irrumpe en nuestras vidas, lo hace de manera brusca y no entendemos cuáles son las claves. Todavía un año después no lo sabemos bien. Lo traumático es eso que pasa cuando no entendemos y que además se nos impone bruscamente sin que podamos hacer nada y cambiar nuestras vidas. Una vez que uno acepta que eso no es un paréntesis, que no es como un atentado terrorista —que de repente estás tres días encerrado, detienen al terrorista y todo vuelve a la normalidad— sino que es algo que cambia nuestros hábitos, nuestra manera de vivir, empieza la cara buena. Si aceptamos esto, la buena noticia es que después de perder el control de nuestras vidas, podemos recuperarlo. Ahora vivimos en el mundo postcovid-19 y podemos controlar el desarrollo de las vacunas, invertir en sanidad, en ayudas sociales, aprovechar bien la tecnología para unirnos, para conversar. Es decir, tenemos capacidad de maniobrar con lo nuevo, con lo que surge después de la pandemia. Esa es la buena noticia”.

¿Cómo hacer para que la solidaridad sea una prioridad en lo que viene?

“La covid-19 nos confronta a todos con la vulnerabilidad, con la fragilidad de los seres humanos, somos tan frágiles que no podemos crecer solos. Entonces el reconocimiento de la fragilidad es reconocer que necesitamos al otro. Es lo que nos permite, en situaciones de crisis, desarrollar la solidaridad. Cuando no hay crisis tenemos la ilusión de que nos bastamos cada uno a nosotros mismos, que no necesitamos al otro, que nos las apañamos con la tecnología, con nuestros recursos. Pero la crisis surge y con ella la solidaridad.

Y eso ha hecho que tengamos vacunas antes de un año, que haya muchos movimientos de cooperación. Pero hay un elemento muy importante en lo que viene, y es que después de cada pandemia (en la historia ha habido muchas, desde la Atenas de Pericles hasta Bizancio, la Edad Media) hay un estallido social y vamos a asistir a un estallido social. Esta misma semana en España hemos visto cómo seis centros de servicios sociales eran apedreados por gente que está indignada por las pocas prestaciones sociales que recibe. Cuando llegamos a ese extremo es porque las cosas están en crisis y vamos a ver muchas más. Hay mucho paro, hay mucho desahucio, mucha crisis de vivienda y eso no va a ser fácil superarlo”.

¿Entonces cuáles deben ser las prioridades en la pospandemia?

“La prioridad importante que tienen muchas empresas tecnológicas y que marcan, por ejemplo, el Foro de Davos, el encuentro más importante a nivel mundial de economía, es que la tecnología, lo virtual, nos saque del apuro. Es lo que yo en mi libro llamo la efervescencia de lo virtual. La pandemia hizo que lo que hubiera sido el resto de una década lo consiguiéramos en un año. Y esa va a ser una prioridad, que es pasar de la presencia a lo virtual. Porque lo virtual, la tele educación, la telesalud, los telecuidados son más baratos. Es una opción de bajo costo. La pregunta que nos tenemos que hacer es si se puede sustituir la presencia en algunos asuntos, por ejemplo, en la educación de los niños, en la sexualidad, en las relaciones terapéuticas, en la salud. Ese es el desafío que tenemos: cómo encontrar la buena manera de articular la presencia y lo virtual”.

Dice que recuperar la conversación es lo que nos permitirá darle la vuelta a esta situación, ¿cómo?

“En nuestra sociedad ya no hay una sola persona que nos explica cómo funciona el mundo. Algunos sí creen que Dios es esa persona, pero para mucha gente Dios ya no existe o ya no cumple esa función. Entonces, cuando no tenemos una referencia tan clara como en otras épocas, ¿a quién le preguntamos? Le podemos pedir a la ciencia y a los pediatras que nos digan cómo criar a los hijos, por ejemplo. Pero hay un punto que el pediatra no nos puede decir qué hacer porque no lo sabe y porque su hija seguramente lo pone en apuros. Cuando no tenemos una respuesta, tenemos que conversar entre nosotros para encontrarlas. Quiere decir, organizar fórmulas para encontrar un acuerdo entre los otros. Por ejemplo, ¿es bueno que los niños tengan móvil o no? La ciencia no sabe responder a eso. Entonces tenemos que hablar entre los expertos, tratar de ponernos de acuerdo entre padres, maestros, psicólogos, sobre qué es lo que conviene.

Así nos tenemos que reunir los comités de ética, de bioética. Esa es la conversación: lo que viene al lugar de donde estaba la palabra definitiva y eso nos sirve en el terreno social, en el terreno científico, pero también nos sirve con los hijos. Conversar con los hijos quiere decir que no basta decir esto se hace porque lo digo yo ni tampoco se hace porque lo dices tú. Tenemos que introducir una conversación en la cual podamos también escuchar cuáles son sus preocupaciones y transmitirles también nosotros cómo nos las arreglamos con eso. Cómo nos fue de jóvenes y lo que queremos, que ahora es importante para ellos”.

¿Qué otras herramientas, además de la conversación, serán fundamentales en el mundo pospandemia?

“La conversación tiene muchas variables. Primero, es un procedimiento de vínculos, una manera de relacionarnos. Pero la conversación también produce frutos. No es como cuando vamos a la peluquería y hablamos de moda, deportes o de política. Sino que es una conversación con consecuencias, quiere decir que deben surgir proyectos, por ejemplo, de cooperación. Ese es un instrumento que va a ser cada vez más necesario: el trabajo en red, capaz de conectarnos y de desarrollar proyectos. Será importante porque la globalización es un sistema que si lo reducimos al aspecto económico del sistema capitalista, deja a la intemperie a millones y millones de personas. Por tanto, no es una fórmula. Lo hemos visto en la crisis. Al final, ¿quién ha solucionado la crisis? El Estado. Los neoliberales siempre están diciendo que el Estado es prescindible cada vez que hay una crisis como la pandemia. Pero en este caso todo el mundo miró al Estado para que sea él quien ponga el dinero para sobrevivir. Así que el Estado también es una herramienta para fortalecer en base a esto, a la cooperación”.

¿Por qué dice que la presencialidad será un lujo en el futuro?

“Por todo lo que iba diciendo antes, que la opción de lo virtual se presenta cada vez más como una opción que tiene dos beneficios para el proveedor del servicio. Le es más barato. Al gobierno le es más barata la enseñanza low cost, la salud low cost, lo virtual es más barato, digamos. Pero también eso tiene una ventaja para el usuario, para las personas resulta cómodo. Y habíamos llegado a un punto de degradación en el vínculo, por ejemplo, cuando uno iba al médico, él lo atendía diez minutos no más porque tenía que estar pendiente de poner todos los datos en el ordenador. A veces casi ni le mira, ¿no? Con lo cual, como ese vínculo se había diluido, pues ahora la gente dice ‘para qué voy a tener que desplazarme y hacer cola si lo puedo hacer virtual y va a ser lo mismo’. Entonces hay algo de la comodidad y también del miedo al contacto que va a permanecer un tiempo, que hace que lo virtual empiece a tener un valor. Y lo que yo planteo es que eso va a terminar, porque lo virtual va a ser la opción más favorecida para personas que no pueden pagar la presencia. Será caro ir a encontrarte con un médico o con un psicólogo. Cada vez será más caro porque exigirá una atención y una presencia y habrá que pagarla, ya que lo virtual será una solución. Y eso realmente aplica con mucha más fuerza a la salud, la educación, el trabajo”.

Ha sido un lector juicioso de Byung-Chul Han, ¿cuáles de sus ideas destaca o le llaman la atención sobre la pandemia?

“Me parece que es un analista muy lúcido. Tenemos en común las investigaciones sobre lo virtual. Y en el libro yo cito su último título: Desaparición de los rituales (2020). Su idea es que la presencia favorece los rituales y que estos son necesarios para la vida. En esto estamos de acuerdo. Cuando alguien muere, el rito funerario es muy importante para despedir a la persona y acompañar a los que quedan, ¿no? Yo discrepo con él en que él dice que lo virtual no incluye el cuerpo y que lo virtual es, como él establece, una separación radical entre la percepción que va unida al cuerpo y lo virtual, donde el cuerpo no está presente. Yo discrepo con él porque los psicoanalistas sabemos que el cuerpo no solo es el el hardware, sino que también es la mirada, la voz. Es decir, que el cuerpo sí está presente en lo virtual. Por tanto, también hay rituales virtuales. Yo tengo algunos pacientes que tienen muchachos estudiando en otros lugares de Europa y los domingos comen juntos, cada uno delante de su pantalla. O sea que el cuerpo también está en las pantallas, no de la misma manera que en la presencia, pero también está. Por eso él plantea una oposición. Yo planteo que tenemos que encontrar un híbrido, una fórmula en que la presencia y lo virtual puedan conjugar.

Explíquenos el concepto de “pesimista advertido” que desarrolla en su libro. ¿Por qué lo propone?

“Freud decía que el optimismo es un punto de partida y que el pesimismo es un punto de llegada. Es decir, uno es optimista en la vida cuando es joven porque piensa que todos sus ideales se realizarán. Pero con el paso del tiempo descubre que algunos sí y otros no. Ser pesimista advertido quiere decir ser consciente de eso que explicaba antes, que es la fragilidad y los límites. Ser consciente de que el cuerpo no es algo que se pueda dominar fácilmente. Un virus nos ha puesto boca arriba a todos, nos ha asaltado, ¿no? Es un simple virus; y sin embargo, fíjese como nos ha dejado a todos. El pesimista advertido es alguien que asume y es consciente de que hay límites y que, por tanto, hay que estar advertido de eso. Hay que saber la existencia, los límites, porque cuando uno acepta lo imposible, puede hacer lo posible. Y lo imposible es que no volveremos al mundo como lo conocimos. El pesimista advertido es el que puede vivir con la pérdida. No es un malhumorado, no es el gruñón de los enanos”

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