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El ruido está matando a las ballenas y los delfines

Sonidos de embarcaciones, turismo y explosiones desorientan a delfines, ballenas y manatíes. Esto pasa.

  • En Colombia estarán de visita la jorobadas entre junio y noviembre. Vienen cada año. FOTO: SSTOCK
    En Colombia estarán de visita la jorobadas entre junio y noviembre. Vienen cada año. FOTO: SSTOCK
18 de mayo de 2022
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El ruido congestiona y contamina. Piense cuando está en un espacio con música, pitos de carros, gritos, muchas voces... seguramente no alcanza a distinguir o separar los sonidos y no escucha lo que alguien más, aunque cerca, le está diciendo. Lo mismo pasa con los animales: el ruido los afecta.

Pasa, con más razón, con los animales marinos, porque se sabe que físicamente el sonido se propaga mucho más rápido en el medio líquido que en el gaseoso, el aire. Los barcos, submarinos y demás sonidos ocasionados por el ser humano terminan por afectar, casi de vida o muerte, a las diferentes especies que habitan estos ecosistemas.

Animales varados en las costas, colisiones mortales, oídos reventados, estrés y heridas físicas son algunas de las consecuencias más comunes que atraviesan ballenas, delfines, manatíes y otras especies mientras buscan alimento, reproducción o, simplemente, se desplazan de un lado a otro.

Un estudio del Fondo Internacional para el Bienestar Animal determinó que la distancia máxima que las ballenas azules requieren para comunicarse se ha reducido, a causa del ruido, en 90 %.

No hacer nada, dejar el bullicio como está, puede acabar con poblaciones enteras de animales y alterar por completo el ecosistema, porque como dice la bioacústica, hay relación entre los seres vivos y los animales y muchas larvas, peces, mamíferos incluso, se sirven de las señales acústicas para orientarse, comunicarse y hasta para “ver”.

Naciones Unidas ya lo advirtió: el aumento de la contaminación acústica en los océanos está poniendo en peligro la supervivencia de especies, sobre todo mamíferos.

Algunas de las causas

Es culpa del ser humano. En un video publicado por el Centro Ballena Azul, una organización chilena de base científica para la conservación marina, se muestra el inconsistente recorrido de una ballena azul que intenta encontrar alimento en la patagonia chilena.

Representada por un único punto azul, la ballena se mueve entre decenas de puntos rojos que son los barcos y, aunque es solo un gráfico, se le ve perdida, errática, confundida a causa de tanto ruido. Dalia C. Barragán-Barrera, bióloga marina y doctora en Ciencias Biológicas, explica que estos ruidos solo afectan a las especies marinas cuando se emiten en una frecuencia en la que estas se comunican o que requieren para vivir, porque “los cetáceos, las ballenas, los delfines y otros ven el mundo a través del sonido”.

Las principales causas son la navegación comercial, turística o industrial, y la extracción de materias primas, todas con poca o nula regulación a lo largo del planeta, tiene que ver la contaminación porque, según la ONU, los cambios en la composición química de los océanos, la acidez sobre todo, hacen que el agua salada absorba 10 % menos sonidos de baja frecuencia.

Son los buques, los motores de hélices, las pistolas de aire comprimido utilizados en las prospecciones de gas y petróleo, las explosiones, las grandes embarcaciones, los botes turísticos, los sonares militares, los cañones, los que han dificultado la vida de los marinos.

Desde heridas a la muerte

Siempre generarán angustia y preocupación las imágenes, más frecuentes de lo que deberían, de ballenas o delfines varados, en manada, en las costas.

Aunque es difícil determinar con exactitud las causas, los expertos han explicado que en muchos casos se debe a la contaminación acústica, que desorienta, asusta o causa descompresión (por subir muy rápido a superficie) y daños en algunos tejidos y órganos, como los auditivos.

Barragán-Barrera añade que, como dependen del sonido para muchos comportamientos, se estresan y “varios estudios han demostrado que tienden a hacer evasiones verticales, se sumergen o bucean más, o evasiones horizontales”.

Los daños a las ballenas, delfines y manatíes, por mencionar algunos, suelen ir desde los más leves como estrés temporal hasta los más graves, como la muerte y la pérdida de poblaciones. Pérdida de la capacidad de relacionarse con el medio y con otros individuos, dificultad para encontrar alimento y mala nutrición, incapacidad de reproducirse o criar para preservar la especie, heridas por colisiones, traumas acústicos y sensoriales por explosiones, y estrés.

La científica Susannah Buchan le dijo a la agencia EFE que el estrés de la ballena Franca en Atlántico Norte se ha podido comprobar con las mediciones de cortisol en el agua y que ese estrés, “está relacionado con el tráfico naviero”.

Contó que esto ocasiona que haya menos probabilidades de apareamiento y que por eso esta especie no se está reproduciendo como debería. En cuanto a las colisiones, que ocasionan muerte, dijo Buchan que en California, Estados Unidos, hay modelos poblacionales que indican que “la tasa de crecimiento de ballenas debería ser mucho mayor a la actual y que una de las causas es que están muriendo muchas al año por colisiones”.

¿Cómo ocurre?

Barragán-Barrera explica por qué estas consecuencias. Los delfines, por ejemplo, perdieron calidad en su visión cuando evolucionaron al pasar del ambiente terrestre al acuático y, por eso, dependen de esta capacidad similar al radar para amplificar el sonido y hacer que rebote para ubicarse.

“Cuando hay muchos barcos y ruidos, el signature whistle, que es su llamada característica de cada uno, se pierde, se confunde, y han cambiado sus frecuencias de vocalización”.

Eso último ha pasado con las ballenas, añade la experta. Las frecuencias de localización de los delfines son más altas y las de las ballenas más bajas.

Los buques grandes tienen frecuencias bajas que coinciden con las de las ballenas, que han cambiado las suyas para comunicarse y no chocar o morir por colisión con estas embarcaciones, aunque no ha sido suficiente. Los pequeños barcos las tienen más altas, afectando a los delfines y manatíes, más propensos a los daños mortales.

“Cambia tanto el comportamiento, muchas veces vital como comer o aparearse, que se afecta la supervivencia de la especie a largo plazo” y aunque muchos animales se han acostumbrado, otros no. Por eso se debe actuar.

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