En medio de la tensión y la violencia, la oposición venezolana, que reúne a las mayorías del país, mantiene, por segundo día consecutivo, un paro general de 48 horas, que puede prolongarse, contra la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, convocada por el régimen de Nicolás Maduro, en busca de herramientas para perpetuarse en el poder.
Los informes sobre el descontento dentro de las fuerzas militares con el manejo del régimen a la crisis, la unión y participación de empleados y patronos en el paro, hecho que no se daba desde 2002, el apoyo al mismo de líderes chavistas pura sangre, la presión internacional, la desobediencia ciudadana y las barricadas y bloqueos en todo el país, que ayer dejaban una persona muerta y un número no determinado de heridos y retenidos, tienen al chavismo en la peor encrucijada desde que asumió el poder hace 18 años.
Si Maduro y la camarilla que lo secunda en el poder aún aspiran a salvar su estructura socialista, solo les queda ceder y echar atrás las elecciones, este domingo, de la Constituyente, que de realizarse crearían una suerte de soviet, desde el que se purgaría, sometería o enviaría a prisión a todo sector o persona que se oponga a sus intereses y destruiría cualquier resquicio de democracia.
El modelo mismo de elección de los miembros de la asamblea es una farsa toda vez que está diseñado para que el chavismo siempre obtenga las mayorías.
De lograr tal elección, lo máximo que lograría Maduro sería prolongar la agonía de un régimen que tiene a los venezolanos protestando, desde el primero de abril, en las calles, pese a una represión que ya deja 118 muertos, miles de heridos, saqueos de mercados y las cárceles llenas de detenidos políticos.
El desgaste del régimen es tan alto e impopular y su modelo económico y social tan fracasado que solo lo sostiene la lealtad de la cúpula militar, única herramienta para mantenerse en el poder mediante el terror que desata el Estado.
Pero ni siquiera tal tabla de salvación parece segura porque los síntomas de cansancio son evidentes dentro de las fuerzas armadas, las cuales han sido purgadas una y otra vez buscando en ellas “enemigos” infiltrados del socialismo. Los militares si bien tienen mucho que perder, con una posible salida de Maduro, saben que de continuar acompañándolo lo perderán todo.
De sobrevivir al paro general y elegir, a su amaño, su constituyente, Maduro también se enfrenta a una dura presión internacional, en la que tendrá como principal opositor al presidente Donald Trump, quien de honrar su palabra, lo asfixiaría económicamente al cerrarle la llave del suministro de petróleo.
Si sucede esto, el régimen se quedaría sin oxígeno, pues el 36 % del petróleo venezolano va a EE. UU., que le genera ingresos anuales por US$11.7000 millones, claves para sostener su maquinaria burocrática, otros sectores del poder y una franja, cada vez menor, del pueblo raso que vive de las migajas que le caen de la mesa del poder.
La justeza de la causa de las mayorías de la población venezolana se reflejó ayer en la imposición de sanciones a 13 altos funcionarios del gobierno venezolano, por parte de EE. UU., el pedido de medidas urgentes a Venezuela desde la Unión Europea, la declaración conjunta de 13 países de la OEA y otras naciones reclamando la cancelación de las elecciones.
Lo peor para Venezuela está en marcha. No obstante, la comunidad de naciones aún espera una chispa de sensatez del régimen en pro del diálogo y la salida democrática a la crisis.