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Un respiro en La Haya

Esta debe ser la ocasión para identificar qué estamos haciendo bien y continuarlo. Y para unirnos como nación en un propósito.

22 de abril de 2022
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¿Qué puede pensar uno cuando hay un fallo judicial y las dos partes en disputa salen a anunciar victoria? Esa fue tal vez la situación en la que se encontraron muchos lectores ayer jueves, cuando amanecimos con la noticia de que la Corte de La Haya había fallado una de las demandas de Nicaragua y ambos países celebraron el fallo como una victoria.

En efecto, en las primeras horas del jueves, mientras el diario La Prensa de Nicaragua anunciaba jubilosamente que la Corte Internacional de Justicia había fallado “a favor de Nicaragua en demanda contra Colombia”, oíamos también cómo en declaraciones radiales Carlos Gustavo Arrieta, el exprocurador y agente colombiano ante la Corte de La Haya, celebraba satisfecho la decisión.

¿Pueden tener ambos razón? Sí. Cada uno leyó la parte del fallo que más le convenía. Por tratarse de un fallo que se pronuncia sobre varias pretensiones, es cierto que se favorecieron posiciones de cada una de las partes, así como también se rechazaron algunas. Es exagerado decir, como dice el citado diario nicaragüense, que el fallo fue un triunfo rotundo del país centroamericano, pues Nicaragua no consiguió todo lo que pretendía. Y hay que decir que no le faltan razones a nuestro agente Carlos Gustavo Arrieta para celebrar, pues se rechazaron algunas de las pretensiones más fuertes de Nicaragua.

Este fallo hay que entenderlo en su contexto: tuvimos un fallo anterior, en 2012, que fue para Colombia un golpe devastador, por cuanto allí se abrió la puerta a que se revisen derechos de soberanía que hasta entonces dábamos por seguros. Ese fallo nos llenó de pesimismo, y a muchos puso a pensar que en adelante todo sería cuesta abajo, y que Nicaragua iría de victoria en victoria en sus demandas subsiguientes. Y llegamos, incluso, a pensar lo impensable, perder el archipiélago de San Andrés, que está en el corazón de todos los colombianos —pero al cual todavía le tenemos que demostrar nuestro amor de manera más eficaz—.

En ese contexto, en el de una Colombia pesimista que se vio humillada y apesadumbrada por el fallo anterior, sí es verdad que el fallo de ayer, aunque la Corte le da un jalón de orejas a Colombia, puede ser motivo de alegría. Y no solo para eso: también, como el anterior, es motivo para reflexionar y revisar qué hicimos mal en el pasado y qué hicimos bien en este caso.

Es verdad que Nicaragua pretendía una condena fuerte contra Colombia, y nuestro país tan solo recibió un regaño, lo que, por cierto, también recibió Nicaragua: a Colombia se le dice que sus decretos presidenciales no son instrumentos de derecho internacional, pero lo mismo se le dice a Nicaragua. Es verdad que los derechos de pesca y navegación de la población raizal pueden coexistir con la zona económica exclusiva nicaragüense, y esto, por encima de todo, por tratarse del bienestar de la gente de las islas, debe ser motivo de alegría y celebración.

Nada, por cierto, debería ser más importante para Colombia como nación que la protección y el bienestar de esa población raizal de las islas, que a veces se siente abandonada, que a veces siente la indiferencia de la Colombia centralista, como en el siglo XIX la sentía la población panameña. Necesitamos un plan ambicioso, que no escatime en recursos, para dotar a esta población de lo que necesita en materia de educación, saneamiento, telecomunicaciones y salud. Esa corrupción que ha habido en las administraciones locales, y que roba a la gente los recursos que necesita para su progreso, debe ser perseguida y castigada con la mayor dureza.

Hay cosas que estamos haciendo bien, y este resultado lo demuestra. En este tipo de litigios la continuidad paga. Mantener los equipos, darles el apoyo que necesitan y persistir en una línea de argumentación es fundamental en disputas de largo aliento, y al presidente Duque se le reconoce haber hecho esto, aun cuando voces más polarizadas pedían desechar todo lo que viniera del gobierno anterior. Mantener la continuidad, de hecho, era lo que venía haciendo Nicaragua cuando nos ganó. Persistamos ahora en esa continuidad, haciendo si acaso los ajustes superficiales que se necesiten.

Ante todo, porque aún falta otro fallo, este sí de más fondo, sobre la plataforma continental, que puede convertirse en un verdadero chicharrón para el gobierno que se elija este año, porque puede no solo quitarnos derechos económicos sobre aguas del Caribe, sino también movernos el límite en el noroccidente colombiano en detrimento de nuestro país y en favor de Managua. Colombia tiene que fajarse en esa defensa porque podría ser un fallo mucho más complejo que el de 2012.

Por eso no podemos caer en aquel pecado capital de los colombianos de ayer y hoy, que es someter todo a nuestras divisiones internas. Es muy triste esa incapacidad de tener metas y horizontes comunes, y la reciente polarización no ha hecho más que agravar esto. San Andrés no es tema de uribistas o petristas, de izquierda o derecha, sino de Colombia. Ojalá seamos capaces de identificar un objetivo común y sacarlo de nuestras controversias y divisiones cotidianas, y que este sea el primero de varios temas en los que lo logremos  .

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