En dos países a miles de kilómetros de distancia se vivieron la semana pasada fenómenos de descontento social, de protestas masivas y de mucha incertidumbre. En Argentina y Sri Lanka, la gente salió a las calles para expresar su enojo contra sus respectivos gobiernos. Las simbólicas imágenes en las que el pueblo usa la piscina y se acuesta en la cama del mandatario hoy fugado dieron la vuelta al mundo.
Los dos países son muy diferentes, pero tienen hoy algo en común: son la muestra de cómo un mal gobierno se puede tirar a un país que tiene riquezas, que andaba bien, pero que se dejó arrastrar por cantos de sirena y cuentos que prometían transformaciones que resultaron ser falsos paraísos.
Argentina y Sri Lanka están sufriendo de la misma enfermedad: un aumento desmedido en la inflación y las tasas de interés, depreciación de sus respectivas monedas, altos niveles de deuda y disminución de las reservas de divisas. En Sri Lanka la inflación se ha disparado un 50 %, con los precios de los alimentos 80 % más caros que el año pasado. En Argentina, los analistas económicos dicen que si la inflación continúa al ritmo al que va, para diciembre llegará al 80 %.
Y ambas crisis son tremendamente paradójicas, teniendo en cuenta que se trata de dos naciones reconocidas como despensas en sus respectivas regiones, por lo que deberían estar haciendo su agosto —y no padeciendo— justo en estos tiempos de escasez de alimentos y aumentos de los precios en todo el mundo.
Argentina es tal vez el granero por excelencia en América Latina, uno de los mayores productores de alimentos del mundo, con exportaciones que ostentan cifras récord y que aumentan cada año. Sri Lanka es uno de los grandes productores de té, pero además tiene grandes cosechas de arroz, coco y maíz.
Parte del descalabro de las dos naciones podría haberse evitado. Al gobierno de Sri Lanka se le ocurrió experimentar una agricultura ecológica en la que no se permite el uso de fertilizantes químicos, sin pensar en lo que se necesitaba para sustituirlos. Así pasaron de ser autosuficientes, tras décadas de esfuerzo, a ver la caída estrepitosa de la producción y a depender de importaciones súper costosas y escasas.
En el caso de Argentina, son muchas las malas decisiones macroeconómicas que la afectan; entre otras, el exagerado gasto público de los gobiernos kirchneristas, que han disparado la deuda pública —la cual, en relación con el PIB, es ahora de cerca del 100 %— y han creído, ingenua o perversamente, que con prender la máquina de hacer billetes se solucionaría el problema.
Las protestas en ese país no cesan. La gente ha salido a las calles para pedir al gobierno más ayuda estatal. Es el único recurso que ven para enfrentar la inflación, que ya llegó al tope de lo que se había programado para todo este año: 32,6 %
Pero no es solo eso. En Argentina en particular, para efectos de la comparación, cabe mencionar que la protesta de los últimos días la hacían los productores agropecuarios que están hartos de la excesiva intervención del gobierno en el mercado. Les han puesto cuotas de exportación de cereales y de carne, también impuestos a las ventas para compras internacionales, así como restricciones a todas las importaciones. Piden que los “dejen tranquilos” porque siete de cada diez dólares de exportaciones vienen del sector agropecuario.
Por un lado, un gobernante, el de Sri Lanka, Gotabaya Rajapaksa, que prometió convertir a su país en modelo de agricultura orgánica. Y en un abrir y cerrar de ojos, tras prohibir los fertilizantes sintéticos, las cosechas cayeron a la mitad. Y por el otro lado, un país como Argentina que tenía todo, como Venezuela, para ser una de las naciones más prósperas de América Latina, pero el inadecuado manejo de la economía y los gobiernos populistas han dado al traste con la posibilidad, incluso, de vivir dignamente.
Ojalá sirva de lección en Colombia para que al nuevo gobierno, en estos tiempos turbulentos, no le dé por experimentos que no estén suficientemente probados ni por aventuras populistas que den al traste con lo que ya el país ha logrado. La calidad de la vida de todos, y en particular de los más vulnerables, está siempre en riesgo