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Se abrió más la brecha digital

09 de febrero de 2022
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Si hay algo que se ha hecho evidente durante esta crisis del covid-19 es la brecha digital, que no hace más que crecer entre las personas mayores. Ya antes de la pandemia era difícil conseguir una cita médica, hacer una trasferencia bancaria o realizar gestiones con entidades públicas; ahora, pasado el aislamiento obligatorio, lo que ha sido un gran salto hacia el uso de lo digital se ha convertido, paradójicamente, en motivo de discriminación o de segregación para quienes, por distintas razones, no tienen esas habilidades.

Se habla del nuevo analfabetismo del siglo XXI, es decir, una falta de instrucción elemental en materia digital que impide participar en diferentes ámbitos de la sociedad. Los protagonistas visibles de esta nueva división nos son cercanos: abuelos, familiares y vecinos de cierta edad que padecen aislamiento social y que se dan cuenta de que ese bien tan preciado que es la autonomía desaparece al tener que depender de los más jóvenes para que les solucionen asuntos que hacían parte de su cotidianidad y que antes resolvían solos.

A partir de cierta edad, nada es más necesario que envejecer activamente, lo que hoy en día se traduce en ser miembro de la sociedad digital. Se entiende que cada vez haya menos atención presencial, pero no se puede dejar por el camino a una franja importante de población que aún no está preparada.

Un artículo de la Cepal de 2019 (“Las personas mayores de América Latina en la era digital: superación de la brecha digital”) ya lanzaba alertas sobre este problema creciente. Mientras tanto, en países como España se sabe que un 35 % de la población no está alfabetizada digitalmente. El caso de la banca en ese país es muy diciente: el 51 % de las sucursales bancarias han cerrado y la sensación de abandono entre la gente mayor crece. Carlos San Juan, un jubilado de 78 años, ha recogido quinientas mil firmas en Change.org para protestar y recordar que ellos también son clientes y requieren atención humana. No se les puede dejar de lado porque no dominen las tecnologías a causa de su edad. Aunque en Colombia el número de oficinas de bancos disminuyó un 6,8 % durante el primer año de la pandemia, la realidad es la misma.

En nuestro país, pese a los esfuerzos de los últimos gobiernos, aún se está lejos de ofrecer una capacitación adecuada que cierre la brecha. Programas como AdulTICoprogram, premiado por la Unesco, o los planes piloto de Alfabetización Digital al Adulto Mayor constituyen esfuerzos en este sentido, pero no son suficientes. Hay que dotar de más capacidades digitales a un gran número de adultos mayores para que sean considerados miembros de la sociedad de la información.

La Organización Mundial de la Salud ha advertido en diferentes informes sobre esa segregación que se padece hoy en día a causa de la edad y se ha referido a las consecuencias graves y amplias que tiene el edadismo: “entre las personas mayores, se asocia con una peor salud física y mental, un mayor aislamiento social y soledad, una mayor inseguridad financiera, una menor calidad de vida y unas mayores tasas de muertes prematuras. Se calcula que 6,3 millones de casos de depresión en todo el mundo son atribuibles a este fenómeno”.

La exclusión digital por razones de edad tiene que ser tema de conversación en la sociedad. Los estereotipos, los prejuicios y la discriminación no pueden hacer parte del día a día de un grupo poblacional que tiene mucho que aportar. Y sería totalmente contradictorio que mientras la ciencia avanza para prolongar la vida, la exclusión digital haga sentir a los mayores como si fueran un lastre. Tiene que haber un compromiso tanto de las instituciones públicas como de las privadas para que la inclusión digital realmente llegue a todos 

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