Como están las cosas, es perfectamente posible que hoy, pasados ya tres días, la mayoría de los colombianos ni siquiera se hayan enterado de que el domingo pasado se realizaron en todo el país las elecciones para los consejos municipales de juventud. Y antes de esa fecha, lo más probable es que la inmensa mayoría de la gente ni siquiera supiera que esos comicios iban a realizarse. Y que tampoco supieran, o sepan al día de hoy, qué son y para qué sirven los consejos municipales de juventud. La democracia es uno de nuestros valores fundamentales, pero también tenemos que ser realistas y reconocer cuando un experimento democrático no sale bien.
Con una abstención del 90 %, y un porcentaje de votos nulos del 22 %, es realmente muy difícil sostener que lo del domingo fue un éxito. Y son muchas las preguntas que tenemos que hacernos.
La primera es si esta institucionalidad, la de los consejos municipales de juventud, realmente es la idónea para canalizar las inquietudes y el ánimo de participación de los jóvenes. Los números parecerían indicar que no, aunque se puede alegar que no hubo pedagogía, que no hubo preparación y que no ha habido suficiente oportunidad para conocer estas instancias y saber para qué sirven.
Pero, siendo realistas, puede que no haya sido falta de pedagogía, sino que los consejos de juventud simple y llanamente no lograran suscitar el interés de los jóvenes.
Un elemento a favor de esta hipótesis es el hecho de que, contra toda presuposición, los triunfadores claros de estas elecciones fueron los partidos tradicionales. Y decimos que esto fue sorpresivo porque se supone que los jóvenes son independientes y que son críticos frente a las estructuras propias del establecimiento, al que ven como corrupto y malsano. Y entonces es difícil imaginarse que los partidos tradicionales, más liderados por barones electorales que por líderes juveniles, pudieran ser los vehículos de la participación juvenil. Pero los resultados hablan: dentro de la poquísima participación que hubo, el resultado favoreció a partidos como el Liberal, el Conservador y Cambio Radical, que obtuvieron las primeras votaciones. O a partidos como el Centro Democrático, cuyas posiciones políticas, se presumiría, van en contravía del sentir juvenil, que, en teoría, es más de izquierda o más de centro.
Como sea, lo que el punto anterior sí demuestra es que estas elecciones no lograron atraer la atención de la juventud independiente y solo movilizaron a los jóvenes que hacen parte de estructuras políticas partidistas.
Una lección que tal vez pueda sacarse de allí tiene que ver con la fragilidad de la política basada en la figura del candidato independiente y del votante independiente. En Colombia, la desconfianza y el rechazo por los partidos tradicionales tiene muchas razones válidas y de peso. Pero cuando optamos por la antipolítica, y por la idea de que la política se puede hacer a base de pura independencia, corremos el riesgo de que la actividad democrática se vuelva frágil, volátil, episódica. Al fin y al cabo, las estructuras funcionan y cumplen su rol, como quedó visto en este certamen juvenil.
En particular, es posible que los jóvenes independientes estén optando por otras formas de expresión, como las redes sociales y, en algunos casos, las movilizaciones. Estas formas de expresión son válidas, pero claramente no son suficientes para construir la democracia y el gobierno de un país. Sobre todo si, como parece ocurrir con las redes sociales, la participación se queda en una expresión breve y momentánea, después de la cual viene la indiferencia.
Finalmente, vale la pena reflexionar sobre la razón de ser de estos consejos juveniles. No necesariamente toda ampliación de la democracia tiene que implicar crear más y más entidades. Tal vez si nos concentráramos en que las de siempre funcionaran bien, haríamos una mejor tarea.
Y tampoco podemos ser indiferentes al costo. Un país lleno de necesidades apremiantes no puede simplemente gastar y gastar recursos en certámenes electorales que ni siquiera atraen la atención de los votantes. Y la respuesta no puede quedarse en “así es la democracia”. No: la democracia, por ser más grande y más costosa, no necesariamente es mejor