La democracia se fortalece cuando el país acepta y acata los resultados de las urnas, así ellos no hubieran sido los de la preferencia de un número significativo de ciudadanos. La república se fortalece cuando, además de acatar los resultados de la democracia, nos unimos todos en desear sinceramente que al mandatario escogido le vaya bien, y nos mostramos dispuestos a poner de nuestra parte para que así sea. Pero también la democracia se consolida cuando mantenemos los ojos abiertos y los oídos despiertos para vigilar las acciones del nuevo gobierno, y estar listos para sonar la voz de alarma, no solamente cuando haya malas políticas, sino en el evento de que el gobierno tratara de violentar los límites que le han establecido la Constitución y la ley.
Exactamente eso es lo que todos nos debemos proponer durante el cuatrienio que empieza en la tarde de este 7 de agosto. Gustavo Petro es el presidente legítimamente elegido y todos vamos a poner de nuestra parte para intentar que Colombia viva felizmente, en medio de las dificultades que siempre nos aquejan, en los cuatro años que vienen.
Hay que aplaudir que a esta altura, un mes y medio después de la elección de Petro, buena parte del país quiere que le vaya bien, incluso muchos de los que no votaron por él. No es poca cosa si tenemos en cuenta que en otras ocasiones hemos visto una oposición descarnada y obtusa, que con campañas de descrédito en redes sociales, no le da al mandatario entrante respiro ni le permite disfrutar de la tradicional luna de miel de entrada del gobernante.
Vivimos tiempos muy complicados, gobernar cualquier país hoy en día es un desafío fenomenal, y más Colombia con su historia de violencia, sus 235.000 hectáreas sembradas de cultivos ilegales y la corrupción que por momentos quiere poner en jaque las instituciones. Por eso a Gustavo Petro le deseamos, como Presidente, muchos éxitos: esperamos que sus acciones de gobierno produzcan mejorías tangibles en la condición de vida de nosotros los colombianos. Le queremos desear también sabiduría para reconocer aquellos momentos en que sus políticas no estén marchando por el camino correcto y tener el valor de rectificar.
También esperamos de él serenidad y humildad porque la tentación de creerse el ungido y el profeta de toda una nación es alta, y en particular si recordamos rasgos de la personalidad del mandatario entrante. En ese sentido, ojalá durante su gobierno acepte con mente abierta los cuestionamientos que se le hagan y los utilice para corregir. Lo peor que puede pasar en estos tiempos es que los fanáticos de las redes apaguen las voces que piensan contrario. Esa debería ser una tarea crucial de quien, como Petro, ha reclamado siempre espacio a la oposición.
No vendría mal que recordara que su victoria estuvo lejos de ser arrolladora: de hecho, de todos los que se acercaron a las urnas en la segunda vuelta fueron más los que no votaron por él (11.291.986 votaron por Petro y 11.395.924 no votaron por Petro).
Su mandato dista de ser multitudinario y masivo: su triunfo dependió, por ejemplo, de la manera como fue moderando sus posiciones, del modo como fue incorporando personalidades alejadas de su forma de pensar, e incluso tal vez del hecho de que su contendor resolvió no hacer campaña en la recta final.
Petro tendrá que ser el Presidente de todos los colombianos, incluso de aquel numeroso segmento que no votó por él, y tendrá que evitar la tentación de sentirse el Moisés que conduce a la nación colombiana hacia la liberación: con que haga un buen gobierno se puede dar por satisfecho.
Esperemos, también, que tenga la sabiduría para reconocer que gran parte de su discurso de campaña es irrealizable. Sus cuantiosas promesas serían impagables incluso por el más rico de los países, y de muchas de ellas ha tenido que dar reversa su designado ministro de Hacienda.
Esa promesa de “vivir sabroso” hay que aterrizarla: la realidad de la vida humana es que todo se construye con el esfuerzo y con el trabajo. Lo que nos da el Estado se los hemos dado nosotros a él, y si nosotros no producimos el Estado muere de inanición. De modo que esa ilusión de que vamos a poder todos “vivir sabroso” de cuenta de la chequera pública no es más que una fantasía.
Esperamos, finalmente, que a nuestro nuevo presidente no le dé por romper la Constitución. Su admiración y cariño por regímenes que lo han hecho no deja de ser preocupante, pero lo que ahora corresponde es darle el beneficio de la duda.
Por lo pronto han surgido señales que podríamos considerar de preocupación. La manera como el presidente electo se perdió durante cinco días, la actitud con la cual dejó esperando nueve horas a quienes lo esperaban para un encuentro en Santa Marta y luego no haber aparecido a una reunión en la que lo esperaban más de 900 alcaldes que venían de los sitios más recónditos del país y habían sido convocados por él, no tiene ninguna justificación. Y menos si su equipo y él mismo Presidente electo dan explicaciones que según las evidencias riñen con la verdad. Ojalá no crean que se puede engañar a todo un país, o que pueden intentar confundirlo. No es el mejor comienzo.
A Gustavo Petro Urrego, nuevo presidente de los colombianos, muchos éxitos, y que la sabiduría lo acompañe