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A escasos días de que comience el Mundial de Fútbol en Qatar, las protestas en contra de la celebración de este acontecimiento deportivo van en aumento así como las denuncias por las violaciones y los abusos de los derechos humanos y del medioambiente que se producen en el país anfitrión. No en vano, en Europa ya se le conoce como el Mundial de la Vergüenza.
Que algunos piensen que esto no tiene que ver con el fútbol, es un punto de vista válido. Pero que para otros es un acto de hipocresía ignorar lo que ocurre en ese país que intenta lavar su imagen frente al mundo, es otra postura que hay que tener en cuenta.
La verdad es que desde aquel 2 de diciembre de 2010, cuando Qatar logró la sede del Mundial de Fútbol 2022, derrocando inesperadamente a Estados Unidos, que era el gran favorito, comenzaron las polémicas. Un medio de comunicación, tras una exhaustiva investigación, denunció lo que bautizó con el nombre de Qtargate: una serie de prácticas corruptas que habrían logrado cambiar el sentido del voto y en el que se han visto salpicados personajes como Michel Platini, entonces presidente de la Uefa, o el mismísimo expresidente de Francia Nicolás Sarkozy. Este último al parecer convenció al emirato catarí, para que comprara a su equipo del alma, el París Saint German. Hoy en día es investigado por la justicia francesa, ya que al parecer engañó a los cataríes al convencerlos de pagar por el equipo 64 millones de euros en lugar de los 30 que valía.
Pero si ese fue el inicio, lo que siguió no deja de sorprender. En un país de casi tres millones de habitantes, de los cuales 250.000 son cataríes y el resto inmigrantes extranjeros y, ojo, donde nadie juega al fútbol, tuvieron que lanzarse a construir ocho estadios de fútbol, hoteles, aeropuerto, autopista y centros comerciales. Así que hubo contrataciones masivas de mano de obra barata bajo un régimen conocido como la kafala, o “sistema de patrocinio” que hace posible que los migrantes trabajadores apenas tengan derechos o posibilidad real de reclamarlos. Llegó gente de India, Bangladesh, Nepal, Sri Lanka y Pakistán que tuvo que trabajar jornadas interminables a más de 50 grados, con escasas medidas de seguridad y sin posibilidad de descanso, en condiciones insalubres dentro de las viviendas que se les asignaron y bajo amenaza de expulsión o confiscación del pasaporte si no aceptaban esa situación.
Nadie se pone de acuerdo en las cifras de muertos durante la construcción de todas estas infraestructuras. Qatar y la Fifa dan unas cifras, mientras distintas Ong dan otras diametralmente opuestas. Tal vez el punto esencial aquí sea entender que, independientemente de los números, han sido miles los que han tenido que trabajar en un sistema que raya en la esclavitud.
Luego está todo el tema de los derechos humanos que no se respetan en Qatar. Que no exista libertad de expresión, que la homosexualidad esté prohibida y que se discrimine a la mujer. No hay que olvidar que en el emirato está prohibido que las mujeres practiquen cualquier deporte. ¿Paradójico, no?
Y por último el tema medioambiental, del que tanto se habla pero tan poco se hace. Cuentan los expertos que el humo de los aires acondicionados que contaminará el entorno durante estos 30 días del Mundial equivale a 10.000 carros tirando smog sin filtro por hora.
Para enlodar aún más el panorama, hace unos días, según reveló el Sunday Times, se supo que varios periodistas, abogados y políticos franceses fueron el blanco de piratas cibernéticos contratados para proteger la reputación de Qatar. Todos ellos fueron espiados debido a sus posiciones críticas sobre la concesión y organización de la Copa del Mundo de Fútbol.
A medida que se acerca la fecha de inicio, las protestas en diferentes países han ido creciendo. Alemania, Noruega, Bélgica y Suecia han manifestado públicamente su preocupación por lo que ocurre allí. 16 integrantes de la selección australiana criticaron el no respeto de los derechos humanos. Varias ciudades francesas, empezando por París, decidieron no instalar pantallas gigantes para los aficionados ante las protestas contra el país musulmán. A este boicot se unieron Burdeos, Estrasburgo, Lille y Marsella. En esta última, su alcalde tildó el torneo de “catástrofe humana y medioambiental”, incompatible con los valores que debe transmitir el deporte. Y en un acto de rebeldía en el propio campo de juego, varios capitanes de selecciones europeas anunciaron que van a lucir brazaletes color arcoíris, símbolo de la comunidad gay, con el mensaje ‘One Love’, durante los partidos.
Por ahora, la FIFA solamente ha publicado un comunicado en el que le pide a los jugadores centrarse en el deporte y no comprometerse con discursos políticos. Para sus directivos, “participar en el Mundial no significa cerrar los ojos y apoyar los abusos.”
Y en medio de todo, los aficionados al fútbol, aquellos a quienes lo único que les importa es vibrar con el movimiento del balón y los pases prodigiosos de algunos de los mejores futbolistas del mundo. Esos que se preguntan qué hacer con tanta información y a la vez cómo no perderse los partidos. Para ellos, y para sí mismo, el periodista Enric González, forofo absoluto del buen juego y autor de Historias del calcio, decidió aplicar un término de la psicología: la disonancia cognitiva, que consiste en pensar una cosa y hacer otra, es decir, vivir la incoherencia. Pues eso. A ver el Mundial, pero con los ojos bien abiertos. Conscientemente ignorantes del costo que conlleva este fastuoso evento y sabiendo que lo único que queda es ser espectador-cómplice