Si gran parte de los países de América Latina ha recibido con los brazos abiertos la inversión China en sus diferentes proyectos, Europa no se ha quedado atrás. Pero poco a poco comienza a descubrir que todo tiene un precio y que los miles de millones de dinero chino que le han dado impulso a varias economías traen consigo una letra menuda que tal vez no habían leído muy bien.
Cada acuerdo tiene siempre su tire y afloje porque de eso se trata una negociación. Pero en tiempos de crisis, con tal de recibir el impulso económico que se necesita, se pasan por alto muchos detalles que en condiciones normales serían realmente importantes. En este caso, quienes han quedado más expuestos son los trabajadores, que firman contratos que no tienen las mismas garantías que exigen las autoridades europeas y cuyas condiciones dejan mucho que desear debido a su precariedad.
La situación es esta: en los últimos años, China se ha dedicado a administrar puertos y minas europeos, a construir carreteras y puentes y a invertir donde otros no lo habían hecho hasta ahora. El gigante asiático se presenta como un socio con la billetera abultada y en el que se puede confiar en tiempos de necesidad. En muchos casos, acude como único candidato a realizar megaproyectos que son necesarios para el desarrollo de distintas ciudades y sectores económicos. De manera que los gobiernos permiten que entren sus compañías y maximicen sus ganancias flexibilizando normas.
Sin embargo, comienzan a levantarse voces que hablan de excesos en las condiciones de los préstamos y trucos con los que China consigue mandar en el juego. A lo que se suman acusaciones de explotación laboral y daño medioambiental. Los europeos empiezan a desconfiar cada vez más de eso que han llamado “trampas deuda”, que son nada menos que aquellas en las que los prestamistas, como el Estado chino, pueden obtener concesiones económicas o políticas si el país que recibe la inversión no puede pagar.
Los ejemplos abundan en países como Grecia, Serbia y Montenegro y constituyen señales de alarma que deben tenerse en cuenta debido al afán expansionista chino. En el caso griego, se ha encadenado una serie de accidentes laborales producto del escaso personal local y de la mala preparación de los que llegan. Los contratos que han firmado los serbios, cuentan quienes los han visto, parecen copiados de los que se usan para trabajadores extranjeros en países de Medio Oriente, donde es bien sabido que se les explota sin límite. Y en cuanto a los acuerdos montenegrinos, quedó establecido que si Montenegro no paga las cuotas del préstamo que le hizo Pekín para la construcción de una carretera vital en ese pequeño país, China podría apoderarse de otros activos, incluido, potencialmente, el puerto de Bar, a orillas del mar Adriático.
Pero también se tiene el caso de Croacia: gracias a la capacidad de construcción de los chinos, está a punto de finalizar el proyecto de infraestructura más grande de ese país. Se trata de un puente gigantesco que va a unir la península croata con la parte continental, sin tener que pasar por Bosnia como lo deben hacer ahora. Aunque hay que decir que tampoco en ese caso han estado exentos de polémica, porque se dice que ese 20 % menos de presupuesto con el que se ganó la licitación la empresa estatal china era imposible de lograr sin que hubiera trampas de por medio.
Dentro de este panorama farragoso, es bueno saber que al menos desde el lado europeo ya se prepara una legislación que exija a las compañías que negocian con China prueba de que protegen y respetan los derechos humanos en las distintas cadenas de suministros de sus negocios. Y aunque aún se están definiendo detalles de esa legislación, es claro que este es un giro importante de cara al futuro.
Con todas las alertas ya en funcionamiento, ahora le corresponde a cada país sopesar cuáles son los riesgos y los beneficios que trae el hecho de firmar acuerdos con China. Además, entra en juego la coyuntura política actual: se intuye que esa amistad interesada de los chinos con Rusia, definitivamente, perjudica los intereses europeos. Así que hay mucho que poner en la balanza