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TODO SOBRE MI MADRE “La vida ante sí”, de Edoardo Ponti

24 de noviembre de 2020
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La última vez que Sophia Loren se había parado frente a una cámara a dejarse filmar para un largometraje, fue hace 10 años, y la razón para hacerlo era muy poderosa: actuaba en la adaptación que la televisión italiana hacía de “Mi casa está llena de espejos”, el libro autobiográfico que su propia hermana, Maria Scicolone, había escrito, un poco para ajustar cuentas con la madre de ambas, que ansiosa de dinero y fama, fue la principal impulsadora de la carrera de Sophia en los años cincuenta. Loren, a sus 75 años, hacía de su propia madre.

Se necesitó una razón igual de poderosa, para sacar a Loren de un retiro más que merecido, después de una carrera que abarca más de siete décadas y que está adornada, escogiendo entre cientos de premios, con seis David di Donatello y un Oscar. La razón es su hijo, Edoardo Ponti, que ha contado con ella desde su debut como director en 2002, y que en esta ocasión, la presenta como protagonista de “La vida ante sí”, estreno global de Netflix la semana pasada. Madame Rosa ha sido muchas cosas en su larga vida: sobreviviente de campo de concentración cuando niña, prostituta hace décadas, cuidadora de niños abandonados desde hace algunos años. Ponti despoja a su madre de toda vanidad posible, en un papel que ella asume con la misma intensidad de sus mejores apariciones, aunque sin necesidad de esforzarse demasiado para construir al personaje, que finalmente es una mujer mayor atrapada entre la nostalgia y la enfermedad.

Los primeros planos que utiliza Ponti en los momentos más dramáticos, inevitablemente crueles frente a los 86 años sin maquillaje de Loren, sostienen el interés de los espectadores más cinéfilos, que se contentan con ver de nuevo a esta actriz magnífica, en una historia que no está a la altura de su prestigio. El esquema del niño rebelde con quien lo cuida, una pareja que termina acercándose por las circunstancias, se ha hecho ya demasiadas veces, así que no tardamos mucho en adivinar la resolución de ciertas secuencias. El uso de una “leona” construida digitalmente se abona como el intento de inyectar variedad al relato, igual que la inclusión de personajes secundarios que quisiéramos conocer más, como el tendero musulmán o la vecina trans, pero sus apariciones son tan esporádicas y tan autónomas, que terminan siendo adornos bonitos de un árbol de Navidad muy común y corriente.

Hay que reconocer, eso sí, la aparición de un niño actor maravilloso (¿no son los niños actores cada vez mejores?) que le planta juego a Loren en escenas complicadas, como aquella en que la actriz italiana se queda pasmada en una azotea. Ibrahima Gueye, con su mirada y su talento para moverse en un par de escenas en que debe bailar para expresar las emociones del personaje, se convierte en el elemento que salva a “La vida ante sí” de la mediocridad y la hace merecedora de una mirada menos inquisitiva. Al final se deja ver, y termina siendo una despedida, no justa, pero sí digna de una estrella que en su ocaso, quiere compartir su brillo con su hijo.

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