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En una escena de “Blow the man down” (que podría traducirse como “Derribad al hombre”), estreno que puede verse a través de Prime Video en Latinoamérica, el oficial Coletti, un policía ya veterano, regaña a un colega joven que cree que hay mucho más que escudriñar en un crimen que se cometió hace un par de días en ese frío y deprimente pueblito pesquero de la costa de Maine, en Estados Unidos, diciéndole que deje de creerse Agatha Christie. No es la referencia que uno esperaría de un policía de patrulla en un thriller gringo, pero justamente es la que delata la intención manifiesta en toda esta historia de darle una importancia a las mujeres distinta a la que es común en el cine de este género.
Porque aquí los protagonistas no son detectives de gabán o rudos y altos hombres de negocios o, como podría ocurrir en una película de los hermanos Coen, un par de tontos con suerte que estaban en el lugar equivocado. Priscilla y Mary Beth Connolly son dos hermanas que han tenido que vivir juntas el último año debido a la obligación de cuidar a su madre enferma. Cuando Mary Beth descubre en el velorio que sus sueños de ir a estudiar a la capital del estado no serán posibles por las deudas que les ha dejado su mamá, se desencadenará una serie de eventos trágicos y violentos que revolucionarán la cotidianidad del lugar.
En “Blow the man down” el resto de los personajes femeninos tampoco son tentaciones libidinosas o damiselas en apuros y, todavía mejor para la atmósfera de la historia, ni siquiera estará claro nunca su lugar en el espectro moral. Son tan complejas como son las mujeres en la vida real, lo que ocurre más a menudo en los dramas cinematográficos, no en los thrillers criminales. Seguramente el hecho de que las directoras Bridget Savage Cole y Danielle Krudy fueran también las guionistas de su ópera prima tuvo bastante que ver con ese enfoque poco común, acentuado además en los coqueteos con lo abiertamente surreal, como el coro de pescadores que en ciertos momentos de la historia se deja ver cantando una tonada marinera de sonoridades irlandesas, donde el título de la película es uno de los versos.
Todos estos elementos se combinan con una fotografía que apuesta por la iluminación natural, casi documental, creando una propuesta que consigue distinguirse entre un género donde pululan las fórmulas demasiado transitadas. El reparto está a la altura de la situación aunque quien se distingue por su interpretación es Margo Martindale como Enid, la dueña del burdel del pueblo, que lentamente y con lujo de gestos y de escenas creadas para su lucimiento, irá develando que la tranquilidad aparente de los habitantes del lugar esconde un pasado del que nadie quiere acordarse. Un pasado en el que las mujeres tuvieron que tomar decisiones difíciles, que las han convertido en cómplices y al mismo tiempo en integrantes de una cofradía que se cuidan entre ellas, en este cuento gris de pescadores y marineros, que comprueba que la mitad salvaje de las sirenas, no era precisamente la que tenía escamas.