Una definición fácil de buen humor sería: aquella actitud vital para la que nada es sagrado. Los mejores comediantes, por ejemplo, son capaces de burlarse de los niños, los ancianos y hasta los dioses, sin que se les mueva un pelo. Por eso resulta refrescante que en un momento de la cultura popular en que los fanáticos han glorificado hasta el hartazgo a ciertas figuras que adoran, llegue un director como Taika Waititi y despoje de solemnidad, pompa y rigidez a los dos personajes hasta ahora más desperdiciados del universo cinematográfico de Marvel, Thor y Hulk, y triunfe en el intento con una comedia.
Waititi, cuya obra previa se había desarrollado en el cine independiente (en Netflix se puede ver What we do in the shadows, por si gustan), conserva sus marcas de estilo, como coquetear con el humor absurdo (en una secuencia “mágica” cambia constantemente de encuadre y plano, mareando a Thor y a nosotros con él), usar con criterio el gag físico y mantener un ritmo incesante de comedia de diálogos, sin que eso implique que lo que espera buena parte del público en estas películas (persecuciones, secuencias de acción trepidantes, grandes peleas) no esté correctamente ejecutado.
Junto con sus tres guionistas, Waititi decide saltarse convenciones insulsas como que “el único héroe Marvel que hace monólogos hablándole al espectador es Spiderman” y usa el recurso en la primera escena. No le importa que Kenneth Branagh haya usado el conflicto entre Thor, su hermano Loki y su padre Odin, para crear una especie de trama shakesperiana en la película inicial: su dios del trueno es otra cosa y por eso no le tiembla la mano para cambiar lo que hasta ahora se había dicho de esa familia (en películas que, hay que decirlo, eran de lo más flojo de Marvel). Explota las posibilidades visuales que le permite el hecho de que la trama ocurra en universos y planetas distintos a la Tierra, con un diseño de producción majestuoso (de Dan Hennah y Ra Vincent, los mismos de El señor de los anillos y El hobbit) y le saca partido hasta a los flashbacks, secuencias de una belleza pictórica fascinante, que aportan para que Thor: Ragnarok sea uno de los mejores trabajos del fotógrafo Javier Aguirresarrobe, cuya firma se nota en cada plano, incluso en los que no filma, pues los efectos visuales sobrepasan lo que uno cree percibir.
Tal vez sea este cambio, este carácter distinto que produce el buen humor, más una historia simple pero eficaz —Thor deberá salir de un universo-basurero en el que ha caído, para conseguir defender a Asgard de Hela, la villana de turno, encarnada con deliciosa y sensual malignidad por una Cate Blanchett que brilla en cada aparición— lo que hace ver a Thor: Ragnarok como un salto cualitativo frente a sus predecesoras, que sufrían de rigidez teatral, de solemnidad innecesaria. Waititi comprende, mejor que muchos de sus espectadores, que las nuevas mitologías que son los héroes de cómic, están ahí para enriquecerlas e interpretarlas, no para obedecerlas a ciegas.